La Comunidad de Madrid ha sido la más afectada por la pandemia y las residencias de ancianos se han convertido en los grandes focos de infección de covid-19. Pero no todas lo han pasado igual: han sido sonados los casos donde la situación se les ha escapado de las manos, pero muchas residencias han podido controlar la expansión del coronavirus entre sus residentes. Es el caso del Centro Casaverde de Navalcarnero (Madrid), donde la incidencia ha sido escasa. 

Loreto ha ido a ver a Ángeles, su madre, el primer día que se ha podido tras la entrada de la Comunidad de Madrid en la fase 2 del proceso de desescalada. “Esto ha sido muy duro”, asegura. Las noticias diarias de fallecidos en los telediarios la han perseguido durante estos meses. “Te sientes impotente por no poder ver a tu madre, hubo un jueves en abril que me entró mucha ansiedad al ver los ataúdes en no sé donde”, recuerda vagamente. Pero en su balance está muy agradecida a la residencia donde hoy ha podido ver, a dos metros de distancia, a Ángeles. “Está un poco despistada, sabe que no puede estar sola, pero eso no quiere decir que no le moleste estar aquí en la residencia”. Ángeles no gasta buen humor hoy y mientras espera a que su hija pase el protocolo de seguridad con su pertinente desinfección de manos dice: “Nos vamos a pelar aquí de frío”. Loreto saluda en la distancia, no puede contener la emoción.

Siete residentes por turno se encuentran con siete familiares. Dos mesas unidas y una silla en cada extremo. Eso es lo más cerca que pueden estar después de tres meses de separación y preocupaciones. Los oídos con estas edades no están para estas distancias. Se quieren a gritos, se quieren mucho. Se lo dicen y se lo repiten y tiene que ser una terapeuta de la residencia la que tiene que trasladar a Milagros las cosas que le dice su hijo José Luis. A ella le brillan los ojos y mueve la mano con temblores mientras dice algo imperceptible tras la mascarilla. “Es un problema esta distancia, pero hay que mantenerla, hoy una visita ha usado el móvil para hablar porque no se oían", cuenta Cristina Bravo, directora de la residencia. 

Estábamos siempre en vilo, pensábamos ¿nos llamarán mañana?, ¿cómo estarán?, ¿tendrán muchos enfermos?

Pedro ha recibido a María entre lágrimas y su hija no ha tardado en sumarse, su mente está muy despejada y quiere abrazar a su hija, irse con su hija. Muchos de los residentes no han entendido la situación. La directora de la residencia relata cómo estos meses han pasado factura a los residentes. A muchos el deterioro cognitivo les ha aumentado, si bien han podido, de manera individual en sus habitaciones trabajar con ellos haciendo actividades. “Especialmente cuando la situación se ha estabilizado, al principio nos dedicamos a los cuidados básicos”, explica.

Teresa ha tenido que ver a su madre a través de una ventana, no bastaban los dos metros de distancia. Tiene alzheimer y acaba de pasar el covid-19. "Al verme ha reaccionado muy bien, me ha reconocido, pero se quería venir conmigo. Ha sido muy emocionante verla, está muy bien y la están cuidando bien", nos cuenta al final de la visita. "Han sido tres meses de mucha incertidumbre viendo la situación. A pesar de que estábamos informado, estábamos siempre en vilo, pensábamos ¿nos llamarán mañana?, ¿cómo estarán?, ¿tendrán muchos enfermos? Ha sido mucha incertidumbre".

María Teresa recibe la visita de su hija Teresa

Ha pasado el covid-19 y la familia ha estado al tanto de su evolución en todo momento. (I.E.)

Evitar acercamientos

Teresa contempla a su madre, María Teresa, desde el exterior de la residencia para evitar que se acerque a ella como ha intentado durante la visita. (R.O.)

Reencuentro en la residencia

Durante 30 minutos y con la asistencia de terapeutas los familiares se han visto con sus mayores. (R.O.)

Munuela y su hija Ángela

(I.E.)

Loreto saluda a su madre desde el control de seguridad

(R.O.)

Una terapeuta muestra una foto a Ángeles

(R.O.)

Ángeles durante la visita

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Asela con su madre Josefina.

(I.E.)

Pedro ha recibido la visita de su hija María.