El dabigatrán, un fármaco habitualmente utilizado para tratar a pacientes con problemas cardiovasculares, retrasa la aparición del alzhéimer en ratones. Un importante hallazgo que acaba de publicar el equipo de la investigadora Marta Cortés, del Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (CNIC). Los resultados se acaban de publicar en Journal of the American College of Cardiology (JACC) y pueden ser clave en el tratamiento de una enfermedad cuyos casos aumentan exponencialmente sin que haya un nuevo fármaco específico desde hace 17 años.

Cortés descubrió en la Universidad de Rockefeller (Nueva York) que un porcentaje importante de los enfermos de alzhéimer presentan unos niveles elevados de fibrina, esto es, que en su cerebro es propenso a la formación de coágulos de sangre. “Nos enviaron muestras de un banco de cerebros de la Universidad de Harvard y vimos que entre el 50 y 60% de los enfermos de alzhéimer mostraban altos niveles de fibrina, algo que no ocurría en prácticamente ninguno de los cerebros sanos”, explica Cortés.

Esa relación entre la circulación de la sangre y el desarrollo del alzhéimer y la aparición de los anticoagulantes de nueva generación – indicados para pacientes que han sufrido ictus o arritmias, entre otros – dio lugar a una investigación que Cortés ha terminado en el CNIC. “Hemos hecho un estudio muy exhaustivo a nivel fisiológico y molecular y conseguimos retrasar la aparición de los síntomas”, indica la investigadora. Tras un año de tratamiento, los ratones (modificados genéticamente para desarrollar la enfermedad rápidamente) no experimentaron pérdida de memoria ni disminución en la circulación cerebral. Además, según destacan los investigadores, la terapia disminuía la inflamación cerebral, el daño vascular y reducía los depósitos del péptido amiloide, signos típicos de la enfermedad de Alzheimer.

El impacto de retrasar la enfermedad

El hallazgo es clave hacia la posibilidad de desarrollar un tratamiento nuevo para el alzhéimer, que aunque no revierta la enfermedad sí consiga frenarla unos años. “No podemos decir cuánto conseguiría retrasarla, pero imagina la trascendencia de evitar durante dos o tres años que aparezcan síntomas. El impacto tan grande que esto tendría en la calidad de vida de personas mayores, que en muchos casos morirían por otros motivos antes de desarrollar síntomas de importancia. Y el impacto económico que esto tendría, porque no nos gusta hablar en estos términos pero sería un importante ahorro para las arcas del Estado”, subraya la investigadora.

Tras este primer hallazgo en ratones, Cortés explica que el proyecto avanza en una doble vía. Por un lado, la de la identificación de los pacientes potenciales, puesto que no todos los enfermos tienen esta propensión a coagular. “Estamos diseñando una herramienta diagnóstica no invasiva que nos permita clasificar a los pacientes que se podrían beneficiar de este tratamiento. Y mientras trabajamos en este proyecto paralelo, me gustaría probar el efecto del anticoagulante en otro modelo animal más grande, conejo o cerdo, para reafirmar los resultados”, explica.

Cualquier hallazgo es clave en una enfermedad que supone uno de los más grandes retos sanitarios a nivel mundial. Sus efectos son devastadores, no existe cura y los casos se triplicarán de aquí a 2050, según los datos que maneja la comunidad científica. Por ello, la importancia de un hallazgo hacia el mayor logro, ya que "ganar la batalla pasa por conseguir terapias combinadas e individualizadas dirigidas a tratar los diferentes mecanismos que contribuyen a esta patología, que es multifactorial".