Gestionado por Clece desde enero 2011, el Souto se ha visto obligado a romper con todo lo que los usuarios hacían en el exterior, con ayuda del entorno, y en colaboración con los que se han quedado al otro lado. Los 74 profesionales con, más que vocación, devoción por su oficio, atienden a este colectivo, poco homogéneo, cuyas condiciones de estabilidad son opuestas a las normas de confinamiento que todos debemos cumplir

Los que no estamos allí ni somos familiares o allegados de estos usuarios, no podemos sentir el vértigo de vivir el confinamiento en esta residencia, así como en otras de similar prestación. La estrategia del equipo de profesionales de Clece que gestiona el Centro de Atención á Discapacidade, Souto de Leixa, institución dependiente de la Xunta y emblemática en Galicia, se centra en preservar la seguridad de todos y en prevenir vacíos en las personas residentes. Que el tiempo pase rápido. Que la situación de alarma no sea de emergencia. Que la hazaña sea posible. Tras 28 días de confinamiento, el Souto resiste.

Este centro se ha adaptado a las necesidades de los usuarios, “así que hemos ido adoptando medidas de sustitución, de manera que lo que no podemos hacer, lo reproducimos de la forma más similar posible para que los usuarios no sientan vacíos, se desorienten o echen de menos el poder de sus rutinas a la hora de enfrentarse a las situaciones cotidianas”, explica Luis, psicólogo del equipo. Ante el estrecho marco que deja el aislamiento, los especialistas del Souto han priorizado las actividades deportivas. Afortunadamente, la residencia tiene patio, de forma que, cuando el tiempo lo permite, los usuarios salen a hacer deporte; y si llueve, se van al gimnasio, pero no perdonan el ejercicio. Además, los talleres ocupacionales de la mañana ahora son más dinámicos de lo habitual y, por la tarde, las actividades de ocio se distribuyen en diversos espacios, de manera que “hemos formado muchos grupos con pocos usuarios en cada uno, para evitar la sensación de hacinamiento y prevenir incidencias en este contexto anómalo y nada propicio para las necesidades de estas personas”, indica Luis.

“Los primeros días fueron muy, muy complicados porque tuvimos que instaurar las medidas de confinamiento y, a la vez, transmitir por qué, para qué y cómo. En el centro tenemos muchas actividades exteriores que, ahora, no podemos realizar. ¿Qué estamos haciendo? Buscar alternativas a todo lo que hacían los usuarios antes”, explica el psicólogo. “Por ejemplo, las personas más autónomas que salían a tomar café por su cuenta ahora frecuentan el Souto Café, una salita donde charlan mientras les servimos algo que después tienen que pagar, claro, ¡igual que antes! De eso se trata”. Los talleres ocupacionales de este centro son magníficas herramientas de inclusión social. Como el Taller de meriendas, que consiste en salir a comprar la merienda con el dinero de la paga que los usuarios reciben cada lunes. Tres veces a la semana, un grupo realiza esta actividad en compañía de profesionales del centro; otros, lo hacen con su educadora social para trabajar el manejo de dinero, el coste, el pago, la vuelta. Y a los residentes que no pueden salir, se les lleva su merienda preferida. “Ahora, hemos reinventado el taller y lo reproducimos, dentro, cada día. Tratamos de que no sientan la ausencia de los rituales que más celebran”, afirma.

Los usuarios tienen la misma necesidad de información que cualquiera, únicamente necesitan asumirla en pequeñas dosis y recibirla de diferente modo.

Pero el Souto no ha recreado una fantasía para justificar la realidad que los envuelve, no como en La vida es bella. “Los usuarios tienen la misma necesidad de información que nosotros. La única diferencia es que necesitan asumirla en pequeñas dosis y recibirla de diferente modo. Hay personas con distintos grados de discapacidad, no todas tienen la misma facilidad o dificultad para comprender. Fíjate si es importante, que las personas más autónomas nos están ayudando a explicárselo, eficazmente, a aquellos que tienen menor capacidad de asimilación. Recuerdo que poco después de explicar la situación de alarma a los primeros usuarios, dos de ellos, personas que generan incidencias de forma habitual, vinieron a pedirnos que les ayudáramos a no alterarse para no alterar a los demás”, devela Luis sin atisbo de asombro.

Toda la ayuda será poca para lograr que tantos usuarios guarden metro y medio de distancia con los demás, se laven las manos al menos ocho veces, nivel cirujano, estornuden habiendo doblado antes el codo, no se toquen la cara, no se abracen, no… A todos nos está costando aplicar medio bien las normas, que, la mayoría, aprendemos por imitación. Pero ¿y si la imitación no existiera y tuviéramos que aprenderlas únicamente por repetición? ¿Cuántas mal, cuántas bien, cuántas repeticiones tendríamos que hacer hasta acertar y fijar un nuevo hábito? “Muchas, muchas, muchas veces. Por eso hemos organizado nuevos talleres ocupacionales para trabajar la seguridad y la higiene”, confirma el psicólogo.

El taller de aplausos se ha convertido en una de las actividades más celebradas. Es un ritual de alivio y de inclusión social.

Este centro es entendido y tratado por sus profesionales como el hogar de los residentes. De esa concepción surgió el celebrado Taller de aplausos. “Muy al principio, Montse llegó un día a la tormenta de ideas y dijo: ¿por qué en esta casa no aplaudimos a las ocho?”, recuerda Luis. Montse Rouco es la directora de la residencia, centro de día y centro ocupacional Souto de Leixa: “Para ellos el mundo se ha cerrado, se ha oscurecido”, lamenta. “La mayoría de nosotros manejamos herramientas para pasar el día de la mejor forma posible, pero a ellos tenemos que ofrecerles las suyas propias porque las que habían desarrollado antes del confinamiento, no sirven”. Esta nueva herramienta de aprendizaje e inclusión se planifica a través del taller de aplausos, mediante el cual se extiende la idea de agradecer a los trabajadores sociosanitarios lo que están haciendo por todos. Así, comenzaron a elaborar grandes pancartas y mensajes dirigidos al exterior, en concreto, a los trabajadores del cercano Hospital Arquitecto Marcide y Centro de Atención a personas mayores (IMSERSO) a los que aplauden cada día a las 20.00 h. Estos corresponden a los usuarios saludándoles efusivamente y agradeciendo el aplauso desde sus ventanas. “El aplauso se ha convertido en un ritual de alivio y de inclusión social. Además, internamente, también aplaudimos a nuestros propios héroes. Cada día, a las 13.00 h, agradecemos lo mismo a distintos trabajadores esenciales de nuestro centro: enfermería, cocina, recepción, gerocultura, deportes, etc., por mantenernos a salvo. Es una catarsis interna”. 

Montse se devana los sesos para proteger y mantener la moral de los 93 usuarios internos con necesidades básicas especiales, de mantener el vínculo emocional y terapéutico con los 30 usuarios externos y sus familias, y de los 74 profesionales de su equipo: “se están volcando tanto que me preocupa mucho que su increíble resistencia afecte a su salud”, confiesa, bajo el peso de la responsabilidad. “Cuando esto termine, a lo mejor tenemos que empezar a mirar un poquito más a nuestro alrededor. Yo espero que de esta crisis salgamos reforzados. Aunque, mira, lo único que tengo claro ahora es que ni este colectivo ni sus familias pueden ser excluidos. Y que tenemos que ofrecerles la mejor atención profesional posible”, defiende.