Las enfermedades respiratorias han aumentado su letalidad en las últimas tres décadas. Entre 1980 y 2016 pasaron de representar el 9,9 al 11,9% del total de las muertes en España, un aumento relativo del 20,2%. Las causas son diversas pero una de las más importantes ha sufrido durante ese tiempo un giro de 180 grados y es el efecto de la climatología sobre estas muertes: mientras que hace cuatro décadas el pico de fallecimientos por causas respiratorias se producía en enero y febrero, ahora los máximos se dan en julio y agosto.

Esta "completa reversión de la estacionalidad de la mortalidad" se acaba de constatar en un estudio publicado en Nature Communications. Como explica Hicham Achebak, primer autor del estudio e investigador de ISGlobal y del Centro de Estudios Demográficos (CED) de la Universidad Autónoma de Barcelona, su análisis constata que "el frío ya no supone un factor de riesgo para morir por causas respiratorias porque la sociedad ha conseguido adaptarse a las temperaturas frías; sin embargo no ha sido así al calor, que ahora supone un factor de riesgo mayor en cuanto cada vez habrá más días cálidos".

La investigación dirigida por Achebak ha analizado, gracias a la información del Instituto Nacional de Estadística, el total de muertes por causas respiratorias que se produjeron en España entre 1980 y 2016 y que fueron algo más de 1,3 millones. El resultado ha sido una inversión total de la curva de muertes desde el invierno al verano.

Además, han encontrado importantes diferencias entre sexos, un hallazgo que apuntala una perspectiva de mayor mortalidad de las mujeres por estas causas de ahora en adelante. "Mientras que ellas resisten mejor al frío lo hacen peor al calor, y por tanto es presumible que aumenten las defunciones de mujeres, tanto en términos relativos, por su peor adaptación, como absolutos, ya que ellas son mayoría en el grupo de edades avanzadas donde se produce la mayoría de las muertes asociadas con la climatología", explica el investigador.

Aunque el estudio no entra en el análisis de las causas de esta peor resistencia de las mujeres al calor, sí plantea algunas hipótesis en la discusión, como el hecho de que los hombres evacúan más que las mujeres a través del sudor y que para activar el mecanismo del sudor ellas necesitan llegar a una temperatura más elevada.

En cuanto a las edades, las personas de edad avanzada presentan mayor riesgo de mortalidad por calor mientras que no hay diferencias en lo que respecta al frío. No obstante, son el grupo de mayor riesgo al padecer enfermedades respiratorias de base.

Como explica Achebak, el aplanamiento de la curva de las enfermedades respiratorias durante el invierno no se debe a causas "fisiológicas, sino fundamentalmente socioeconómicas. Son muchas las causas pero está el aumento en el uso de aparatos para calentar el hogar o el desarrollo del sistema sanitario".

Esas mismas causas están detrás de la menor adaptación al calor. "El uso del aire acondicionado no se ha extendido como el de la calefacción y además se traduce en una mayor vulnerabilidad de las personas con menor poder adquisitivo", explica el investigador, que llama la atención sobre la necesidad de "aumentar los recursos para hacer frente a los efectos del calor, que cada vez será mayor por el calentamiento global".

La investigación extrajo los resultados de 48 provincias españolas, el número de casos hizo imposible desglosar las conclusiones por causas específicas a nivel provincial, aunque Achebak señala que el patrón de adaptación al frío y calor "es generalizable a todas las provincias".

El investigador incide en la necesidad de actuar para paliar los efectos de la muerte por causas de la temperatura (el calor y el frío afectan básicamente a la mortalidad por enfermedades respiratorias y cardiovasculares): "Hay margen de mejora ya que la adaptación se produce por factores socioeconómicos, y es necesario implantarlas porque las temperaturas van a aumentar en los próximos años independientemente de que se tomen más o menos medidas para paliar el cambio climático. Esto es así porque los gases que ya se han emitido tienen una larga vida en la atmósfera, de 100 e incluso 200 años", concluye.