La pandemia nos ha dejado una ola de trastornos de salud mental que ha afectado especialmente a niños y adolescentes. Un fenómeno que empezó a notarse ya en septiembre de 2020 y que en 2021 ha vuelto a aumentar, como constata el último informe de la Fundación ANAR presentado el pasado abril: en 2021 registraron un 25,6% más de consultas por ansiedad y un 31,5% más de tristeza y síntomas depresivos.
Estas cifras y el hecho de que la salud mental de los niños se haya convertido en uno de los principales motivos de consulta en Atención Primaria fueron los motivos que llevaron a Sergio González, conocido como Gio Zararri, a escribir El fin de la ansiedad en niños y adolescentes (Vergara). El informático y coach ya había escrito sobre el trastorno de ansiedad en adultos a partir de su propia experiencia. "Me escribían muchos padres porque sus hijos estaban experimentando más ansiedad y me decidí a investigar", explica el autor.
Zararri subraya la importancia de atender las emociones desde el momento del nacimiento: "Los niños también se estresan. Está estudiado que el cerebro del niño hasta el año solo funciona en su parte instintiva, busca sobrevivir y necesita alimento, cobijo y cariño. Si un padre o madre optan por la disciplina y en vez de acercarse se alejan o no dan importancia a las rabietas, pueden generar en el niño un estrés que en ese momento no lo sienta pero que en el futuro le afecte en el modo de gestionar los problemas o el estrés".
Por eso, y más en estos momentos en los que la sociedad entera sufre mayores problemas de salud mental, Zararri cree que es fundamental enseñar a los niños a identificar y tratar el estrés, los miedos y la ansiedad: "Si no aprenden a gestionarlo pueden reaccionar desequilibradamente de mayores"
La cuestión, como explica en su libro, es que los síntomas de la ansiedad o los miedos no son los mismos en niños, adolescentes y adultos. "El cerebro de los pequeños está en desarrollo, hasta los cuatro años, por ejemplo, ni siquiera funciona su parte racional. En los adolescentes, el cambio es total en su cuerpo y sus emociones, lo que les hace más vulnerables a desarrollar problemas. Y todos son dependientes", apunta Zararri.
Ni los síntomas físicos, ni los psicológicos o los conductuales son los mismos. "En los adultos el más común es la taquicardia, en los niños lo más común es que lloren mucho, estén más sensibles y se irriten más fácilmente, o que estén preocupados y ensimismados. Además, los niños no siempre saben explicar sus emociones y por eso es muy importante que los padres sepan identificar que algo va mal", incide.
Además de esos síntomas de la ansiedad, otros frecuentes en niños son la falta de aire, sudoración, hormigueo, recelos, incertidumbre, bloqueos, inquietud motora, dificultad de concentración y memoria, entre otros.
Zararri habla también en su libro de los principales miedos por edades para que las familias puedan estar alerta. "En el primer año de vida lo único que rige es el instinto y por tanto el miedo es a no sobrevivir. Si se ponen a llorar cuando la madre no está cerca es porque en ello les va la vida, creen que no pueden sobrevivir. Luego ya cuando van creciendo, los miedos van asociados al desarrollo del cerebro, por ejemplo el miedo a la oscuridad, sobre todo en los más pequeños, porque el cerebro es capaz de imaginar cualquier cosa y casi hacerla real, por eso el miedo a la oscuridad, a los monstruos… Para un adulto, racionalmente, es una tontería, pero el niño cree que eso es real".
En la adolescencia cambian también los miedos, que se vuelven más sociales. "Temen no ser aceptados en el grupo, al fracaso escolar o a amar sin ser correspondidos. También al futuro, ya que se están preparando para ser adultos", explica.
Zararri cree que la mejor forma de detectar un trastorno de ansiedad es conocer los síntomas y comprobar si coinciden. "Por ejemplo si alguien tiene una taquicardia puede ser un problema de corazón, pero si además tiene tensión muscular, visión borrosa y preocupación constante, estaremos más seguros de que es ansiedad. Pero en cualquier caso, como padres hay que observar a los hijos y estar atentos a cambios bruscos y que sobre todo le afecten en su día a día", concluye.
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