Y Sánchez trajo la vacuna a justos y a pecadores, a creyentes y a infieles, la trajo él mismo con sus alas de ángel de Capra, ángel con sombrero y pijama de viajante, porque debajo de los trajecitos estrechos y del contoneo del presidente lo que hay es un ángel de arpillera y bondad. Sánchez, en su trono de nubes amontonadas y querubines borrascosos, como de mapa marino, podría haber juzgado con gran furia y poder si nuestro corazón merecía o no la vacuna, o sea la salvación. Pero Sánchez sabe que la justicia no es más que abandonarse a su voluntad, así que aceptar su misericordia también es justicia. Justo y bueno en la misma y sublime medida, pues, Sánchez vacunó a peperos, fachillas, crispadores, antipatriotas y susanistas, que fueron así testigos de su gloria. Los vacunó o los ungió con su signo, con esas vacunas que son óleo de sus labios o leche de diosa de su teta. Alabado sea, por siempre.
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