El 17 de junio, el presidente Donald Trump emitió un comunicado en el que declaraba que Estados Unidos conoce el paradero exacto del líder supremo de Irán, Alí Jamenei, al que describió como «un blanco fácil», y señaló que Estados Unidos no «lo eliminará (¡lo matará!)», al menos por ahora. Añadió a esa afirmación una exigencia de «rendición incondicional» de Irán, escrita en mayúsculas.

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Esta declaración puede parecer retórica o teatral, pero sus implicaciones merecen un análisis serio. En solo unas pocas frases, el presidente introdujo un grado inusual de amenaza personal en una rivalidad geopolítica de larga data y planteó preguntas sobre cómo los adversarios de Estados Unidos podrían interpretar las intenciones estadounidenses. Ese lenguaje conlleva riesgos que no pueden descartarse como meramente simbólicos.

Los peligros de las amenazas públicas

Estados Unidos no está en guerra con Irán. Aunque la relación ha estado marcada por la hostilidad desde la crisis de los rehenes de 1979, se ha mantenido, a menudo de forma tensa, dentro de los límites de la diplomacia, las actividades por medio de terceros y la presión económica. No ha habido ninguna declaración de guerra, ninguna autorización del Congreso para el uso de la fuerza contra Irán como Estado, ni ningún marco en el que un jefe de Estado extranjero, especialmente uno con autoridad religiosa, pueda ser considerado un objetivo legítimo.

No ha habido ninguna declaración de guerra, ninguna autorización del Congreso para el uso de la fuerza contra Irán como Estado

Desde la década de 1970, la política estadounidense ha incluido la prohibición formal del asesinato, codificada más recientemente en la Orden Ejecutiva 12333. Esa prohibición fue una respuesta a un período de operaciones encubiertas que, según muchos, comprometió la credibilidad de Estados Unidos y alimentó una reacción adversa a largo plazo. Sigue siendo una piedra angular de la forma en que Estados Unidos se diferencia de sus adversarios, que utilizan habitualmente la violencia extrajudicial como herramienta de política exterior.

Cuando un presidente en ejercicio amenaza públicamente a un líder extranjero, complica esa postura política e introduce un grado de ambigüedad que los adversarios pueden interpretar como una intención. Aunque no sea viable desde el punto de vista operativo, el mensaje podría ser interpretado por otros, incluidos los actores regionales, como indicativo de la conducta futura de Estados Unidos.

Algunos pueden referirse al ataque de 2020 que mató al general iraní Qassem Soleimani durante el primer mandato de Trump como precedente. Pero Soleimani era un comandante militar que operaba en una zona de conflicto, y el ataque se enmarcó como una acción defensiva en respuesta a amenazas creíbles contra el personal estadounidense destinado en la región. Ese contexto difiere significativamente de una declaración pública que amenaza al líder supremo de Irán en tiempos de paz, sin que exista una amenaza inminente ni un conflicto declarado.

Riesgos de escalada en torno a Fordow

La reciente retórica llega en un momento especialmente delicado, ya que crecen las especulaciones sobre un posible ataque israelí contra las instalaciones nucleares de Irán, especialmente el emplazamiento fuertemente fortificado de Fordow, cerca de Qom. Varios exfuncionarios estadounidenses han señalado que solo Estados Unidos posee la capacidad técnica para destruir completamente Fordow con un ataque aéreo y han sugerido que Washington podría verse finalmente arrastrado a una operación de este tipo si se inicia.

Los riesgos estratégicos de este tipo de ataque siguen siendo importantes. Las capacidades del miembro no estatal tradicionalmente más poderoso del llamado Eje de la Resistencia de Teherán, Hizbulá libanés, se han reducido, y sus otros aliados regionales tampoco son tan potentes como en años anteriores. Pero Irán conserva capacidades cibernéticas, fuerzas de misiles y herramientas asimétricas que podrían desplegarse en respuesta a un ataque contra su infraestructura nuclear o su liderazgo político. Entre ellas podrían figurar ataques directos contra las fuerzas estadounidenses en la región y otros actos disruptivos.

Irán conserva capacidades cibernéticas, fuerzas de misiles y herramientas asimétricas que podrían desplegarse en respuesta a un ataque contra su infraestructura nuclear o su liderazgo político

Independientemente de que un ataque contra Fordow logre su objetivo táctico, sus consecuencias más amplias podrían ser desestabilizadoras. Podría eliminar los últimos obstáculos a los que se enfrenta Irán para avanzar hacia la ruptura nuclear, especialmente si se percibe que la supervivencia del régimen está en juego. En tal escenario, Teherán podría llegar a la conclusión de que la disuasión, y no la moderación, es su única opción viable.

Riesgos para la seguridad estadounidense

Más allá de alentar a Irán a reevaluar su moderación nuclear, las consecuencias de un ataque respaldado por Estados Unidos podrían provocar represalias mediante medios asimétricos. Entre ellos se incluyen:

  1. Ataques por intermediarios contra personal o instalaciones estadounidenses en la región;
  2. Operaciones cibernéticas dirigidas contra infraestructuras estadounidenses;
  3. Perturbaciones marítimas, especialmente en el estrecho de Ormuz; y
  4. Es concebible que se produzcan actividades limitadas por parte de agentes vinculados a Irán dentro de Estados Unidos.

En los últimos años, el Gobierno estadounidense ha desarticulado varios complots patrocinados por Irán, entre ellos planes para asesinar a antiguos altos funcionarios estadounidenses y otras personas de nacionalidad estadounidense, en los que estaban implicados individuos vinculados al Gobierno iraní. Aunque ninguno de ellos implicaba ataques con víctimas múltiples, estas redes, y otras llevadas a cabo por intermediarios como Hizbulá, han llevado a cabo operaciones de vigilancia y selección de objetivos dentro del territorio estadounidense, incluyendo infraestructuras críticas, instalaciones policiales y centros comunitarios judíos, entre otros lugares sensibles. La presencia de activos iraníes en Estados Unidos representa un riesgo latente, que podría activarse en caso de confrontación directa.

Incluso si finalmente no se lleva a cabo ningún ataque, las declaraciones del presidente Trump por sí solas pueden aumentar la percepción de amenaza entre los adversarios. Cuando altos funcionarios estadounidenses utilizan un lenguaje que parece indicar intenciones fuera de las normas legales o diplomáticas, aumenta el riesgo de errores de cálculo, no solo por parte de Irán, sino también de otros actores regionales con sus propias agendas.

Tensión en la alianza y credibilidad estratégica

La influencia de Estados Unidos no solo depende de su fuerza militar, sino también de la credibilidad de sus compromisos y la coherencia de sus señales. Los aliados europeos, ya inquietos tras las anteriores retiradas de Washington de acuerdos multilaterales, pueden considerar ahora que Estados Unidos es menos predecible o menos comprometido con la diplomacia coordinada. Socios regionales como Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos, que recientemente han tratado de reducir las tensiones con Irán, podrían dudar en alinearse con Estados Unidos si creen que la escalada es inminente. E Israel, al interpretar una aprobación implícita en el lenguaje del presidente, podría actuar por su cuenta.

La disuasión requiere no solo voluntad, sino también claridad

El resultado podría ser una mayor erosión de la estrategia colectiva, precisamente cuando la unidad es más esencial. La disuasión requiere no solo voluntad, sino también claridad. Tanto los aliados como los adversarios deben creer que las declaraciones de Estados Unidos reflejan su política y que esta se basa en la prudencia, no en la provocación.

Es momento de cautela, no de conflagración

A lo largo de su historia, Estados Unidos no ha amenazado a líderes extranjeros sin justificación legal, propósito estratégico o claridad moral. No ha exigido la rendición incondicional de países con los que no está en guerra. Y no debe poner en mayor riesgo la vida de los estadounidenses con una retórica que amplifica la incertidumbre en lugar de resolverla.

Quienes hemos desempeñado funciones de seguridad nacional entendemos que las palabras, especialmente las pronunciadas desde el más alto cargo, tienen peso. La reciente declaración del presidente puede que no suponga un cambio de política, pero ha añadido más leña al fuego en una situación ya de por sí explosiva.

En un momento así, la moderación no es debilidad, es estrategia.


Jonathan M. Winer es exenviado especial para Libia y exsubsecretario adjunto de Estado para la Aplicación de la Ley Internacional, y miembro distinguido del Middle East Institute. Artículo original publicado en inglés en el MEI.

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