Este martes los reyes inauguran en la Galería de las Colecciones Reales Victoria Eugenia, la primera exposición dedicada a la esposa de Alfonso XIII. Ya hace unos días, Letizia hizo un guiño a la figura de la bisabuela de Felipe VI usando la tiara que Cartier realizó en 1920 para la entonces reina consorte de España. La gran muestra de Madrid y el estreno tardío de Ena han vuelto a poner de actualidad a esta figura trágica de la monarquía española.
Empujada a cambiar la fe católica por la anglicana –algo que al parecer siempre pensó que Dios no le había perdonado–, objetivo de un atentado anarquista el día de su boda del que ella y el novio salieron ilesos pero en el que murieron 23 personas, culpable de introducir en el torrente sanguíneo de los borbones españoles una enfermedad, la hemofilia, que acabó con la vida de dos de sus vástagos, víctima de las infidelidades de su marido, con el que además se vio obligada a marchar al exilio tras la proclamación de la Segunda República en 1931, Victoria Eugenia tuvo una suerte atroz en el tablero de los matrimonios regios europeos –un poco mejor, eso sí, que su prima hermana Alix, la emperatriz Alejandra, otra portadora del gen de la hemofilia, asesinada por los bolcheviques en 1918–. Pero un año antes de morir le llegó la oportunidad de regresar a España y hacer un último servicio a la corona: un movimiento sutil pero importante ante un monárquico de pro como el caudillo.
Fue en 1968, el mismo año que ETA cometió su primer atentado mortal y se inauguró la primera central nuclear de España. El 5 de enero, Juan Carlos de Borbón cumplía 30 años, la edad mínima requerida por la Ley de Sucesión de 1947. Y el 30 de enero, en la clínica Nuestra Señora de Loreto de Madrid –ubicada, precisamente, en la avenida de la Reina Victoria–, nacía Felipe, tercer hijo y primer y único varón de Juan Carlos y Sofía de Grecia, que significativamente recibía el nombre del primer Borbón español y aseguraba la sucesión por vía masculina en el seno de la rama borbónica legítima. Con una cosa y la otra, el camino para la restauración monárquica a través del candidato favorito de Franco parecía despejado.
La reina madrina vuelve a España
Lo cuenta como nadie Rafael Borràs en El rey de los cruzados (2007), un libro que recopila todos los testimonios existentes y fidedignos sobre el irresistible ascenso de Juan Carlos a la Jefatura del Estado. Pocos días después del nacimiento de su hijo, Juan Carlos expresó a su mentor político –el mismo que había acordado con su padre su traslado a España en 1948 para hacerse cargo de su formación y que en 1962 le había instalado en La Zarzuela con su flamante esposa– la voluntad familiar de que la reina Victoria Eugenia viajara a España para ser la madrina del bautizo. A diferencia de los recelos que había cultivado hacia don Juan a lo largo de los años, Franco sentía una profunda admiración por la viuda de Alfonso XIII, cuyo retiro en Lausana financiaba desde 1955, cuando se aprobó por decreto una pensión anual de 250.000 pesetas que se fue incrementando de año en año hasta alcanzar las 750.000. No puso niguna traba al viaje.
Así, el 7 de febrero de 1968, un día antes del bautizo de Felipe y un día después de que su hijo, don Juan de Borbón, llegara en automóvil desde Lisboa, Victoria Eugenia aterrizó en Barajas. En nombre de Franco, Victoria Eugenia fue recibida en el aeropuerto por el ministro del Aire, José Lacalle Larraga, y otros miembros del Gobierno. Junto a ellos se encontraban don Juan y su esposa, María de las Mercedes, así como Juan Carlos y Sofía. Al bajar la escalerilla, la reina realizó ante su hijo la preceptiva reverencia reservada al jefe dinástico.

Su regreso era sin duda un acontecimiento histórico que sectores monárquicos quisieron capitalizar a favor de la causa. Algunos corresponsales hablaron de un recibimiento multitudinario y entusiasta, pero años después la propia reina Sofía, en su libro de conversaciones con Pilar Urbano, La Reina (1996), lo desmintió. "Me pareció que era muy poca gente. Sólo monárquicos. Como si el monarquismo fuese un partido. Vi también un poco de excitación, de histerismo... Entiendo que en tiempos de Franco había que tener valor para ir a manifestarse y a decir que se estaba con la monarquía. Pero (...) vi expresiones partidistas, y la monarquía tiene que estar al margen de las ideologías: no puede ser clasista, ni mucho menos sectaria".
"Ya son tres: elija"
Victoria Eugenia se hospedaría en el Palacio de Liria. Pero antes de la bienvenida de los duques de Alba fue recibida por Franco. Y no en El Pardo, sino en La Zarzuela: entendía el caudillo, monárquico conspicuo pese a todo (pese a los treinta años de usurpación de la jefatura del Estado), que sería impropio que la reina fuese a visitarle a él y no a la inversa.
Al día siguiente, el 8 de febrero, Felipe de Borbón y Grecia fue bautizado en La Zarzuela. Los padrinos fueron don Juan y Victoria Eugenia. Durante la celebración, según testimonio del monárquico Jesús Pabón, miembro hasta hacía poco tiempo del consejo privado de don Juan, la reina viuda hizo un aparte con Franco. "General: ésta es la última vez que nos vemos en vida. Quiero pedirle una cosa. Usted, que tanto ha hecho por España, termine la obra. Designe rey de España. Ya son tres", dijo en referencia a su hijo, don Juan, su nieto, Juan Carlos, y su bisnieto recién bautizado, Felipe. "Elija. Hágalo en vida: si no, no habrá rey. Que no quede para cuando estemos muertos. Esta es la única y última petición que le hace su reina". Al parecer, el caudillo, conmovido, "le contestó con firmeza: serán cumplidos los deseos de vuestra majestad".
"Franco se emocionó viendo a la reina Victoria Eugenia: era un sentimental", corroboró la reina Sofía en sus conversaciones con Pilar Urbano. "Yo estaba muy cerca de él y vi cómo le brillaban los ojos. Esa tarde aquí él se encontraba más suelto, menos envarado que cuando el bautizo de Elena. Les facilitamos una salita para que estuviesen los dos solos. Y como Franco no era tonto, debió de entender la escena. Sobraban las palabras". Según doña Sofía, aquello era un respaldo tácito de Victoria Eugenia a la decisión del dictador, fuera la que fuese. Pero era un espaldarazo singular a la elección de Juan Carlos. "La venida de la reina lo hacía más fácil, porque era una muestra clara de que ella, estando en el exilio, aceptaba que Juan Carlos estuviera en España, y junto a Franco".
"Todo está hecho"
El 15 de abril de 1969, Victoria Eugenia fallecía en Lausana a los 81 años. Tres meses después, se precipitaba la designación de Juan Carlos como sucesor a título de rey. En los meses transcurridos desde el bautizo de Felipe y la conversación de Franco y la reina habían pasado muchas cosas.
El 12 de octubre de 1968, don Juan, inquieto y consciente de la aceleración de los acontecimientos en su contra, le había escrito una carta a su hijo desde Estoril recordándole "quién era quién" en el orden sucesorio. El 22 de noviembre, el semanario francés Point de Vue publicaba unas declaraciones en las que Juan Carlos aseguraba que "jamás, jamás aceptaré reinar mientras viva mi padre; él es el Rey", desmentidas posteriormente por el entorno de la casa del príncipe en la persona del ayudante militar del príncipe –y futuro golpista–, Alfonso Armada.
El 7 de diciembre, Juan Carlos respondía a la carta de octubre de su padre: "Si en un momento se me exige una decisión no flaquearé en hacer lo que más convenga a España y a la monarquía". Y el 7 de enero de 1969 se divulgaban unas declaraciones ofrecidas por Juan Carlos al director de la Agencia EFE, Carlos Mendo: "Estoy donde me han puesto un conjunto de circunstancias, unas de origen histórico y otras de origen actual (...). Pensar en el simple juego de un derecho es lo que sería anacrónico y poco realista". Ninguna monarquía, concluía Juan Carlos, "se ha reinstaurado rígidamente y sin ningún sacrificio". Después se supo que tanto las preguntas como las respuestas llevaban la firma del ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga. La operación sucesoria estaba en marcha.
El 15 de enero, Juan Carlos fue recibido por Franco, que le anticipó su decisión: "Todo está hecho". El dictador todavía decidió aguardar a la muerte de la reina Victoria Eugenia, a quien no quiso exponer al previsible desencuentro dinástico derivado de su decisión. Pero con la conciencia tranquila de haber cumplido su voluntad: "Ya son tres. Elija".
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