Comienza la campaña en Extremadura, tierra olvidada o menospreciada por el centralismo y por los trenes, que por allí van sin catenaria como sin corbata. Será Extremadura, cálida y fría, dura y amable, la región que esta vez va a funcionar como laboratorio o invernáculo electoral, como catapulta o como salvacaras, que ya sabemos que se terminará generalizando y extrapolando lo que se pueda generalizar y extrapolar y también lo que no. Cada extremeño cabreado, estupefacto, cansado o aburrido, con su voto o su no voto, será traducido al español genérico, así que el político de Madrid ya está de caza por allí, que yo no sé por qué los políticos nacionales se visten para ir a Extremadura entre la caza, la matanza y Balmoral. Por ejemplo Abascal, que parece que ha sido el primero en llegar, y al que he visto con cazadora o zamarra, mucho marrón terrizo o alfarero y mucho verde dehesa o helecho. Abascal quiere adelantarse a Feijóo, al que no es difícil adelantar, la verdad, y ya está como de camuflaje electoral, esperando al líder del PP como a una liebre.
El PP quería que Extremadura fuera otra Andalucía, ganada a los sempiternos señoritos socialistas (todos se convierten en señoritos cuando la tierra y las almas parecen una herencia, y además la pana socialista y la pana de montería son indistinguibles). Pero aún les falta continuidad y una mayoría absoluta, que es lo que marca el vuelco histórico y la toma del cortijo (aunque el revoltillo sanchista nos hace pensar que es un concepto de otra época, hay seis autonomías, incluida Melilla, donde se gobierna con mayoría absoluta: cinco del PP y sólo una, la Castilla-La Mancha de Page, del PSOE; es decir, ninguna sanchista). Esto lo ha conseguido el PP apelando al voto útil, recordando esa contradicción básica de que los antiautonomistas estén en la política autonómica, y también sacando un poco a Vox de la sociología local. Como pasó con Podemos, los populismos que vienen con su novedosa y extrema revolución mundial, cultural o mental, esa cosa tan urbanita, y además sin experiencia de gestión, no cuajan igual de bien en la provincia. Tiene uno que disfrazarse mucho de campanario, de hórreo, de molinero o de escopetero, como parece que se disfraza Abascal, que lo mismo se pone morrión que zuecos. Supongo que el populismo siempre va un poco de camuflaje.
Abascal, por ir contrarrestando todo esto que decimos, ya lleva unos días por Extremadura, haciendo precampaña o precatálogo, con esa ruralidad de temporada como de escaparate del barrio o película navideña. Abascal tiene hambre, tiene ganas, no sé si se está creyendo eso que dicen las encuestas de autor, si está soñando con el sorpasso al PP mientras se pone las orejeras, como si Extremadura fuera Alaska, pero ya se lo está currando. 2.700 kilómetros le han contabilizado ya por aquí los compañeros, que parecen como kilómetros en burro, de pueblo en pueblo, como el cacharrero, pero también incluye las idas y venidas desde Madrid, sin corbata en esos trenes sin corbata o quizá en jeep, como si Extremadura fuera el Serengueti. El caso es que Abascal se está peleando las elecciones, o las encuestas, o el sueño de una vicepresidencia que comience haciendo una fogata allí, como si Extremadura fuera Arizona. Feijóo, en cambio, va a esperar al comienzo legal de la campaña, comienzo casi astronómico, y lo hará pegando carteles y yendo al fútbol.
Por Extremadura, Abascal ya espera a Feijóo como un pistolero a otro pistolero, con munición y jarillo y Los Barruecos como si fuera Monument Valley
Por lo visto, la gente todavía pega carteles, o al menos lo hace Feijóo, quizá con cepillo de encalar y banda sonora de Jarcha, como si fuera Felipe González cuando tenía melenita y su rosa mustia todavía estaba fresca entre su pajar de pana. Yo creo que Feijóo es incapaz de inventar nada, así que pega carteles, se va al fútbol con fiambrera y lo mismo juega a la petanca, como hacía Sánchez antes de pasarse al TiKTok infantil y al indie viejoven. O sea que Feijóo hace las campañas como el que hace cerámica, y eso que se supone que Feijóo también se juega, si no el futuro, sí un buen augurio. No es tanto que María Guardiola, triste como un tango triste, vuelva a ser feliz sin Vox (se tuvo que tragar a Vox y sus palabras sobre Vox). Tampoco es tan importante tener o no otra Andalucía aceitunera, renegrida y salvada. Feijóo se juega, sobre todo, alejar la profecía del sorpasso de Vox, tranquilizar su intranquila existencia, entre la inacción y el miedo. Y eso que el PSOE presenta en Extremadura a un muerto, ese Gallardo al que el hermanísimo de Sánchez le dejó un frac como una mortaja y un piano como un ataúd, como para tocarse a Chopin desde dentro.
Le suponíamos a Feijóo otras ganas, otra iniciativa, otra impaciencia, pero a lo mejor él no gasta de eso, como no gasta canana ni morrión, y no tiene prisa aunque le vaya la vida en ello. Yo creo que Abascal tiene que cazar algo así como un mamut, como si Extremadura, o toda España, estuviera ante la amenaza de una era glacial. Abascal sale a cazar, no le queda otra, aunque no sé si sale como un trampero o un señorito, con la barba encerada y una épica exagerada o inexistente, como esos aventureros de Coronel Tapiocca. Mientras, Feijóo sigue creyendo, lo mismo para Extremadura que para toda España, que bastan la gestión, el encalado, el carrusel deportivo, la armónica ideológica, la paciencia, la sota, el caballo y el rey. Por Extremadura, Abascal ya espera a Feijóo como un pistolero a otro pistolero, con munición y jarillo y Los Barruecos como si fuera Monument Valley. Claro que Feijóo parece que va a ir a su encuentro con gorra de pintar y bufanda a rayas. Yo creo que se haría mejor política sin tener que ir ni de Liberty Valance ni de James Stewart. Pero será con otros, no con ellos.
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