En las calles de Belgrado y con un megáfono en la mano, Srdjan Djokovic arengaba a unas decenas de personas que protestaban contra la decisión del gobierno australiano de no dejar entrar a su país a Novak Djokovic por no estar vacunado. “Jesús fue crucificado, pero sigue vivo entre nosotros. Ahora intentan crucificar y menospreciar a Novak y ponerlo de rodillas (...) Se ha convertido en el símbolo y en el líder del mundo libre, el líder del mundo de las naciones y las personas pobres y necesitadas", vociferaba el padre del tenista.
Horas después, Jelena Djokovic, la mujer de Nole, se pronunciaba por primera vez sobre el tema. "La única ley que todos deberíamos respetar en todas las fronteras es el amor y el respeto a otro ser humano. El amor y el perdón nunca son un error, sino una fuerza poderosa", escribía en Twitter.
Estas declaraciones de dos de las personas más cercanas son un claro ejemplo de quién es y qué representa Novak Djokovic, un tenista que ha devorado todos y cada uno de los récords pero que debido a sus exabruptos siempre ha caminado en una especie de limbo entre el cielo y el infierno. Héroe o villano, un dilema que se hará crónico tras lo sucedido esta semana en Australia.
Djokovic había recibido luz verde por parte de la Federación Australiana de Tenis, la organizadora del AusOpen, para poder jugar el torneo sin necesidad de estar vacunado. Sin embargo, al llegar al aeropuerto las autoridades le dijeron que no, que o estaba vacunado o no podía entrar al país. El asunto ha cobrado tanta fuerza con el paso de los días que se ha convertido en un tema diplomático, con Australia defendiendo su política sanitaria y Serbia sintiéndose atacada. De fondo, el debate sobre los antivacunas, la libertad y las fronteras. Y mientras tanto, el protagonista está aislado en un hotel de la ciudad australiana a la espera de que el lunes un juez tome una decisión sobre su visado.
El orgullo serbio
Por un lado, Djokovic es un tipo tremendamente orgulloso y también el orgullo de un país, Serbia, donde el patriotismo es casi innegociable. Por el otro, es un hombre profundamente místico, al que se llena la boca cuando habla de paz interior y del amor, que sigue corrientes homeopáticas y que desdeña las vacunas. "Personalmente, me opongo a la vacunación y no quisiera ser obligado por alguien a vacunarme para poder viajar", dijo hace año y medio, en los inicios de la pandemia de coronavirus.
Entonces ya era uno de los mejores tenistas de siempre, un hombre respetadísimo dentro y fuera de las pistas. Pero no siempre fue así. A Novak Djokovic le costó encajar en el mundo elitista del tenis. Nacido en Belgrado en 1987, era uno de los muchos niños que crecieron entre las bombas fratricidas de la Guerra de los Balcanes. "Recuerdo perfectamente los bombardeos… tener que salir corriendo a refugiarme en sótanos», recordó el propio Djokovic en 2014. «Son imágenes que perduran en mi mente y que me ayudaron mucho a entender la vida como la entiendo ahora. Soy más generoso, más agradecido y resistente, al haber podido superar situaciones críticas como las que vivió mi país».
Djokovic es un patriota serbio y sueña con una «Gran Serbia» en los Balcanes. Es, posiblemente, el serbio más famoso del mundo. Y eso, según analiza el periodista Sasa Ozmo, uno de los que mejor le conoce, molesta a determinada gente del mundo occidental. «Viene de un país pequeño sin tradición en el tenis. Con sus éxitos ha cambiado la narrativa y la percepción que hay en el mundo sobre la gente de Serbia. Sin embargo, hay gente que le tiene ganas», explica el periodista.
Ese orgullo serbio ha quedado bien patente esta semana en las protestas lideradas por Srdjan Djokovic, cuyas arengas han estado trufadas de mensajes nacionalistas. "Los serbios somos un pueblo europeo orgulloso. A lo largo de la historia nunca hemos atacado a nadie, sólo nos hemos defendido. Eso es lo que está haciendo ahora Novak, nuestro orgullo, nuestro serbio, el orgullo de todo el mundo libre”, reclamaba Srdjan. "Mi hijo es el Espartaco del nuevo mundo que no tolerará la injusticia, el colonialismo y la hipocresía. Está preso pero nunca ha estado más libre".
Antivacunas, homeopatía y yoga
Ese patriotismo está acompañado por el profundo costado místico de Djokovic. Siempre le ha atraído la medicina alternativa y los discursos alejados del mainstream. Djokovic hace yoga y medita incluso durante los torneos. En Wimbledon, por ejemplo, se escabulle a veces del ruido del All England Lawn Tennis & Croquet Club para refugiarse en el templo budista Buddhapadipa, escondido entre los frondosos árboles del sur de Londres.
En 2010 conoció al doctor Igor Cetojevic, que le colocó una rebanada de pan sobre el estómago para demostrarle que el gluten era el culpable del cansacio que sufría en los partidos largos. Fue Cetojevic el que le inició en el mundo espiritual, un recorrido que le llevó después a los brazos del gurú español Pepe Imaz y su filosofía de Amor y Paz.
"Conozco a algunas personas que, a través de la transformación energética, a través del poder de la oración, a través del poder de la gratitud, lograron convertir el agua más contaminada en el agua más curativa, porque el agua reacciona a los sentimientos", llegó a decir Djokovic en mayo de 2020.
Por todo ello no extrañó a muchos la postura de Djokovic cuando se empezó a hablar de las vacunas contra el coronavirus. "Siempre he estado interesado en el metabolismo humano y en estar en la mejor forma posible para combatir el virus", señaló el jugador antes de pasar el coronavirus y decidir no vacunarse.
Esa postura le está costando ahora ser el centro de un sainete que perpetuará esa fama de héroe o villano. El serbio está ganando muchas voces a su causa, pero también está recibiendo tremendos reproches, entre ellos del propio Rafael Nadal: "La única cosa que puedo decir es que creo en las personas que saben de medicina, y lo que dicen es que necesitamos vacunarnos".
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