La llegada de los electrodomésticos a los hogares de los países desarrollados se percibió a principios del siglo pasado como un signo de progreso y bienestar. Las lavadoras, lavavajillas, frigoríficos, microondas y televisiones nos han facilitado mucho la vida cotidiana, pero también ha traído consigo consecuencias medioambientales, como el incremento exponencial del consumo de electricidad en los hogares y la acumulación de una enorme cantidad de basura tecnológica (se calcula que cada año de media un español desecha 20 kilos de residuos electrónicos y eléctricos, según el informe Global E-waste Monitor 201 del programa Ciclos Sostenibles de la Universidad de las Naciones Unidas).

La eclosión de las nuevas tecnologías y la cultura de lo nuevo no han hecho sino acrecentar este problema. De ahí que las directrices de consumo responsable a las que hace referencia el Objetivo de Desarrollo Sostenible número 12 de Naciones Unidas nos inviten a replantear nuestra manera de utilizar estos aparatos. Esto significa que debemos optimizar su uso, apostar por los modelos menos contaminantes y alargar la vida útil de los aparatos lo máximo posible.

“Tratar bien” nuestros electrodomésticos ayuda simultáneamente a rebajar la factura de la luz y la huella ecológica de nuestro hogar. Según señala Antonio Agudo, técnico de electrodomésticos consultado por El Independiente, “el mal uso no implica que se tenga que estropear el aparato, pero sí que es cierto que un mínimo mantenimiento alaga su vida útil”. La problemática de la obsolescencia programada no ayuda precisamente a reducir la acumulación de basura electrónica. “Los fabricantes saben perfectamente cuando van a empezar a fallar los electrodomésticos porque, a pesar de que no está permitido, siguen poniendo en práctica la obsolescencia programada”, apunta este técnico, que argumenta que “tras más de cuarenta años en el sector, cada modelo suele tener el mismo tipo de averías. Lo bueno para el medio ambiente sería poder arreglar los aparatos como se hacía antiguamente, pero muchas veces no se hace porque sale más caro arreglar el aparato que adquirir uno nuevo”.

Hay cuestiones sobre las que los consumidores sí tenemos capacidad de cambio. Podemos acostumbrarnos a apagar bien los aparatos evitando el stand-by , o elegir bien la ubicación de los mismos. Por ejemplo, es recomendable que la nevera tenga suficiente espacio para respirar y que se instale lejos de focos de calor; al contrario que la lavadora, que es conveniente que esté alejada de zonas frías.

Las empresas también se suman al cuidado del medio ambiente invirtiendo en I+D para desarrollar electrodomésticos cada vez más sostenibles. Ejemplo de ellos son algunos que ya funcionan con energía solar, como balanzas y básculas, que permiten pesar con precisión incluso un gramo tanto con luz natural como artificial. En las lavadoras, uno de los electrodomésticos que más se utiliza en casa (unas 200 coladas de media al año), la innovación es imprescindible. En el mercado ya se puede encontrar estos aparatos con tecnologías capaces de ahorrar hasta un del 21% de consumo de electricidad consumida y hasta un 18% de agua en cada lavado, minimizando así las emisiones de CO2. También se han “puesto las pilas” los fabricantes de placas. En el mercado podemos encontrar algunas que ahorran hasta el 20% de energía con respecto a una convencional.

Una iniciativa de y quiero