El agua y el aceite no se mezclan. Ambos elementos pueden convivir pero sin contaminarse. En la política la presencia y convivencia de políticos de agua y de aceite no es frecuente, salvo que la necesidad obligue. El caso del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el lehendakari, Iñigo Urkullu es uno de ellos. No sólo les distancia su ideología, democristiano uno, socialdemócrata el otro, sino fundamentalmente el modo de entender y ejercer la política, de liderar la institución. También sus formas, su exposición pública y hasta su imagen.

Hace días que Urkullu está molesto con el presidente Sánchez. Cuando eso sucede el lehendakari acostumbra a decirlo, a no guardárselo. En los últimos meses lo ha hecho con frecuencia. El vaso de su paciencia empieza a colmarse. El domingo el presidente del Gobierno visitó Euskadi. Lo hizo como secretario general del PSOE para asistir a la proclamación de Eneko Andueza como nuevo líder del PSE, y como presidente del Ejecutivo para visitar la empresa Biolan Health de Zamudio. Al lehendakari le hubiera gustado que se lo comunicara, que alguien le informara, por mero “respeto institucional”, dijo. Desde que Sánchez ocupa la presidencia apenas se han visto tres veces en encuentros bilaterales. La última ocasión fue en febrero pasado.

Urkullu es de pocas palabras, sólo las necesarias. Menos aún de escenificar. Al contrario que Sánchez, sus comparecencias acostumbras a ser sobrias, algo frías. En ellas no hay mucho espacio para las sonrisas, el humor o la ironía. Ni la situación ni las circunstancias dan pie a ello, menos aún en el modo de concebir su papel que defiende Urkullu. En los mítines el lehendakari sigue transmitiendo incomodidad, ese no es su medio. Lo intenta, pero más casi una década después de ocupar Ajuria Enea sigue sin ser político de mitin. Al contrario que si compañero de partido y sucesor al frente del PNV, Ortuzar, Urkullu es político de despacho, de trabajo minucioso, registro a mano. Es un estudioso profundo de los temas y que expone con solidez gracias a su memoria.

Sánchez, en cambio, se siente cómodo en público. En los mítines despliega toda su oratoria repleta, en la que no falta la ironía y el humor, tampoco los reproches a sus oponentes. Cuenta con los recursos suficientes para arengar a los suyos. Su presencia física enamora a la cámara más que la del lehendakari y él lo sabe.

Palabra y compromiso

El lehendakari aún proclama con seriedad aquello de “palabra de vasco”. Es difícil detectar en Urkullu flagrantes contradicciones o cambios de opinión. Las hemerotecas del presidente del Gobierno, en cambio, están repletas de virajes, de noes convertidos en síes y viceversa.

La de ambos mandatarios es una convivencia forzada fruto de la necesidad. La alianza que sus partidos mantienen les ha permitido a ambos gobernar. Sánchez lo hace gracias, entre otros, al apoyo del PNV. Urkullu, del PSE. El primero debe gestionar una maraña de apoyos desiguales para seguir a flote. El lehendakari goza de mayoría absoluta gracias a los socialistas vascos. Pese a ese cruce y sintonía más o menos sincera entre los jeltzales y el PSOE, la historia de ambos se escribe más con desencuentros que con abrazos.

Desde que el 1 de junio de 2018 la moción de censura aupara a Sánchez a la presidencia del Gobierno hechos han revelado dos modos de entender la política. Para Urkullu la estabilidad institucional es la piedra angular de su modo de ejercer el Gobierno. Prioriza no sólo el entendimiento en el seno del Ejecutivo de coalición sino también saber trasladarlo a la sociedad. Las secuencias repetidas de discrepancias que PSOE y Unidas Podemos vienen protagonizando casi desde que conformaron su alianza horrorizan al lehendakari. Han llegado a molestarle por el impacto que tienen en el ejercicio del poder del Estado sobre intereses vascos.

Urkullu ha reprochado en varias ocasiones al gobierno el ‘ninguneo’ al que considera que le ha sometido. Un desprecio no sólo reflejado en las misivas no contestadas, en las peticiones desoídas, sino en el incumplimiento de acuerdos ya firmados. El calendario de traspaso de competencias es uno de ello, también el Ingreso Mínimo Vital o los compromisos asumidos para la construcción del Tren de Alta Velocidad.

Superviviencia y estabilidad

Sánchez es un político de supervivencia. Sus circunstancias no le han permitido planificar en exceso. La estabilidad no ha sido su suelo, ni por los apoyos iniciales entre los suyos ni por la aritmética parlamentaria. Pero ahí continúa, ocupando la presidencia y a puertas de aprobar sus segundos presupuestos, con los que podría encarrilar el final de su mandato. Urkullu en cambio, es de ruta planificadas, ordenadas, alejadas de la improvisación. Su libro de estilo pasa primero por asegurar apoyos sólidos y después avanzar. No siempre fue posible. En su primer año como lehendakari caminó en solitario. Hasta que llegó Vox supo entenderse con todo el arco parlamentario. En los nueve años que suma ya como lehendakari su Gobierno con el PSE ha cerrado acuerdos con todos, con Podemos, EH Bildu y el PP.

Las sesiones de control a las que semanalmente se somete uno y otro también guardan grandes diferencias. Ambas coinciden en la mala relación con el partido de la oposición. Sánchez y el líder del PP suman sacos de reproches e insultos. Urkullu y EH Bildu lo hacen pero con un tono menos crispado. Los insultos, el griterío en la bancada o los desplantes no forman parte por ahora de la vida cotidiana de la Cámara vasca, pese a la dureza de la oposición que EH Bildu ejerce contra el Ejecutivo de coalición.

Sánchez y Urkullu están condenados a entenderse. Dos modos de ejercer la política, dos modos de gestionar y dos modos de ser. No habrá grandes sintonías, grandes complicidades pero lehendakari y presidente se necesitan. Sánchez ya habla de 'cogobernanza', el concepto que Urkullu repitió durante los Estados de Alarma. Por el momento han sido tres años en el que la política del aceite y la política del agua seguirán conviviendo de modo razonable. Lo harán sin hacerse daño y sin mezclarse. Agua y aceite.