Hace dos meses que el general retirado de la Guardia Civil, Francisco Espinosa Navas, ya no duerme en casa. Ahora lo hace en la cárcel de Estremera, lejos de los puros a los que es tan aficionado y las comidas con copa que lo catapultaron a una cuestionable fama. También de su mujer y sus dos hijos.

El 14 de febrero, día de San Valentín, este alto mando de la Benemérita fue detenido por su implicación en el caso Mediador. Los investigadores lo consideran uno de los cabecillas de una trama que arreglaba problemas administrativos a ganaderos a cambio de dádivas. Dos días después entraba en prisión.

“Cómo va a estar, pues jodido después de dos meses allí”, comentan fuentes de su entorno. La vida en prisión es dura, pero más para quienes han dedicado su vida a meter entre rejas a los malos. El general es el único investigado en la causa que ha entrado en prisión. Y allí sigue, cautivo de los viajes entre la Península y las Islas Canarias, epicentro de la trama, a los que estaba acostumbrado. Muchos de ellos pagados por empresarios que buscaban favores comerciales.

Espinosa ingresó en la cárcel de Estremera, en Madrid, cerca de su vivienda habitual en Príncipe de Vergara. De allí sólo ha salido para ir a Tenerife, pero en vez de disfrutar de comidas copiosas y largas sobremesas lo ha hecho para declarar ante la juez instructora de la causa, María Ángeles Lorenzo-Cáceres.

Duerme en el módulo 10, donde se encuentran los denominados FIES 4. Esta es la denominación que se utiliza para referirse a los ‘garbanzos negros’, aquellos miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado que confundieron sus obligaciones con quienes tenían que detener. Allí no puede lucir sus estrellas de ocho puntas, pero el escalafón y el reconocimiento entre quienes han llevado uniformes no se pierde, ni siquiera en la prisión, donde los barrotes igualan a todo el mundo.

“Pasa desapercibido. Está tranquilo sin destacar entre los demás”, apuntan fuentes penitenciarias consultadas. Las horas muertas las pasa en el patio, compartiendo espacio con subordinados. Los fines de semana recibe visitas sin problema, sin quitar un ojo a lo que haga el Sevilla en sus partidos.

Su defensa ha solicitado dos veces la puesta en libertad de Espinosa Navas, y dos veces lo ha denegado la magistrada. Su abogado ha llegado a esgrimir que el general es un “cadáver social”, pero la jueza considera que hay riesgo de destrucción de pruebas. Por ello mantiene la medida cautelar, pero no para analizar la prueba, “sino para conseguirla”. Las fuentes consultadas no descartan que lo vuelva a pedir.

A Espinosa se le imputan los delitos de cohecho, tráfico de influencias y participación en grupo criminal organizado. En sus domicilios, los investigadores hallaron 61.100 euros en billetes cuya procedencia dijo en sede judicial que se debía a que durante la pandemía él y su familia pensaban que se iba a acabar el mundo, y algunas armas.

Nacido en Guillena, un pueblo de Sevilla, es doctor en Derecho, habla con fluidez inglés y francés (estuvo como agregado en la Embajada de París) y es un tipo conocido entre los mandos de la Guardia Civil. Quienes lo conocen destacan su inteligencia, su sentido del humor y su faceta de seductor. Tanto en el trato personal como con las mujeres. La obsesión con el sexo de Espinosa Navas es una constante durante todo el sumario del caso. Este periódico ya publicó cómo algunos empresarios de la trama decían que lo quería “todo pagado para echar un polvo”.

El general mantenía en las islas una amante, de nombre Adelaida María Pérez, desde hacía dos décadas. La llamaba «chocho volador». El uniformado quería que la presunta trama diera un trabajo por «3.000 euros al mes» a su querida, algo a lo que se prestó una de las empresas investigadas.

Este jueves declaró su amante. En sede judicial dijo que su relación duró 10 años, pero que se acabó en noviembre de 2022. También apuntó que el sueldo de tres mil euros lo pidió ella misma. La idea es que trabajase como comercial en una empresa de placas fotovoltaicas.