Se va Iván Espinosa de los Monteros. Deja su escaño en el Congreso y su puesto en la dirección de Vox. Abascal pierde así a un hombre que le ha acompañado desde hace diez años, cuando su partido no era nada.

¿Las razones? Ahora entraremos en ellas. Primero, fijémonos en las formas. Iván se ha ido bien, con una cierta elegancia, sin dar portazos, agradeciéndole a Santi (es como llaman a Abascal sus amigos) todo lo que han construido juntos. Se va sin un mal gesto, pero también sin dar explicaciones. Ya conocemos lo que significan las "razones personales", la excusa a la que suelen recurrir los políticos cuando no quieren decir la causa de su marcha o su caída.

Iván Espinosa de los Monteros ha perdido la batalla interna en Vox y sabe que ahora a su partido sólo le queda retroceder

Iván Espinosa de los Monteros (Madrid, 3 de enero de 1971) pertenece a una de esas familias que conforman el armazón de la derecha aristocrática española. Su padre, Carlos Espinosa de los Monteros y Bernaldo de Quirós, fue, entre otros cargos, vicepresidente del INI, presidente de Iberia, presidente de Mercedes Benz y de Daimler Chrysler, antes de ser nombrado por el Gobierno de Rajoy Alto Comisionado para la Marca España, puesto que ocupó hasta 2018. Es Técnico Comercial del Estado (los tecos son una élite dentro de la Administración), cuenta con la Cruz de Isabel la Católica y... es IV marqués de Valtierra. Distinción que proviene de su bisabuelo, también llamado Carlos, que fue capitán general de la VI Región Militar y a quien Alfonso XIII le concedió el título nobiliario en 1907. La madre de Iván (María Eugenia de Simón Villarino) también es de buena familia. Su padre -abuelo de Iván, fallecido en 1997- , licenciado en derecho y ciencias políticas, fue un convencido juanista, y asistió a la reunión del Movimiento Europeo celebrada en Múnich en 1962, una especie de "contubernio democrático", que diría el general Franco. Terminó militando en la Izquierda Democrática de Joaquín Ruiz Giménez.

Así que Iván no podía romper la baraja montando un escándalo. No es su estilo. El peso de la tradición encorseta, aunque evita muchos disgustos.

Pero, insisto, eso no le libra de ser el responsable de un agujero en Vox que deja al partido cojo de su pata más liberal... y más sensata.

Iván se va cuando aún no han pasado ni tres semanas del 23-J. Fecha aciaga para la derecha española. El PP no logró sumar con Vox y ahora el país se enfrenta a un dilema: o un gobierno Frankenstein 2, o la repetición de elecciones.

Iván tiene buen olfato. Vox perdió 19 escaños y más de 600.000 votos en las últimas generales. Tanto si Sánchez consigue convencer a Puigdemont para que le apoye, como si vamos a nuevos comicios, ¿cuál será su futuro? ¿Cuál el de Vox?

Internamente, Iván ha perdido la batalla para hacer de Vox un partido presentable en los salones refinados del barrio de Salamanca. Pero claramente, ha perdido. Liberales como Víctor Sánchez del Real o Rubén Manso quedaron fuera de las listas en las pasadas elecciones. El ascenso del secretario de acción política, Jorge Buxadé, ha sido en detrimento suyo y de su ideología. Vox se acerca a la Falange y se aleja de Adam Smith.

Iván, uno de los portavoces más sólidos del Congreso, hábil en los debates, como demostró en la campaña, ha visto como Santi ya no le tenía como miembro de su círculo íntimo. Ni siquiera atendió la petición de su esposa, Rocío Monasterio, para salir de la Asamblea de Madrid, donde pinta más bien poco, y dar el salto a la Carrera de San Jerónimo.

Piensa Iván que ahora lo que viene es todo sudor y lágrimas, y sin que él pueda esperar nada a cambio de ese sacrificio. Vox, poco a poco, va perdiendo su sentido. Se fortaleció con el derrumbe del PP y el auge de Podemos, y ahora que el PP se recupera y que Podemos se hunde ya no tiene razón de ser, más allá de convertirse en un partido friki.

Iván ha entendido el mensaje de las urnas el 23-J. Ahora a Vox sólo le queda retroceder. Y él no ha nacido para formar parte de un grupo de perdedores. También eso lo ha aprendido de su familia.