Nadia Calviño ha conseguido, por fin, un puesto de lustre como excusa para abandonar el Gobierno. Será, a partir de enero, la nueva presidenta del Banco Europeo de Inversiones (BEI), en sustitución del alemán Werner Hoyer, que lleva casi once años de mandato.

Calviño está satisfecha y Pedro Sánchez también... aunque sólo de boquilla.

La vicepresidenta primera y ministra de Economía, con buen cartel en Bruselas como funcionaria de élite tras haber ocupado la dirección general de Presupuestos de la Comisión Europea desde 2014 hasta su entrada en el Gobierno en 2018, ha sido, hasta ahora, la garante de que la política económica no se iba a deslizar por la pendiente del populismo de izquierdas. Su currículum, sus formas y su aspecto, introducían en el equipo del presidente ese aroma pequeño burgués necesario para gozar de respetabilidad en determinados foros y ambientes.

Pero Calviño ha sufrido en propia carne los rigores de llevar el timón de la economía con un Gobierno débil y al albur de sus pactos electorales. Cuando apenas llevaba unos meses en su despacho del Paseo de la Castellana intentó dar el salto al Fondo Monetario Internacional (FMI), carrera a la que renunció ante sus pocas posibilidades de éxito. Después, ya con el gobierno de coalición PSOE/Unidas Podemos en plena faena, optó a la presidencia del Eurogrupo, cargo que no consiguió por poco. Así que esta era la tercera vez que la máxima responsable de la gestión económica con Pedro Sánchez intentaba escalar puestos más apetecibles y seguramente menos conflictivos.

No es la presidencia del BEI un cargo tan relevante como la gerencia del FMI o la presidencia del Eurogrupo, pero no le vamos a negar a Calviño el placer de lucir su nombramiento como si fuera un ascenso. Desde luego, económicamente le supone dar un salto importante, ya que cuadruplicará su actual sueldo como ministra, y pasará a cobrar 381.000 euros al año, igual que el salario que recibe la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. Su pensión será acorde con ese emolumento.

En el BEI deberá gestionar los fondos europeos destinados a proyectos que tienen que ver con el Plan de Recuperación, del que España es uno de los principales beneficiarios. También debe financiar ayudas a Ucrania y a proyectos que mejoren la eficiencia energética, etc. Es importante, sí, pero en el BEI no manda el presidente o presidenta, sino su consejo. No hay más que percatarse de la poca proyección que ha tenido el alemán Hoyer después de haber estado más de dos lustros en el cargo. España logró ser el segundo perceptor de fondos de Recuperación sin necesidad de que Calviño estuviera la frente del BEI. Así que sería un error pensar que, por estar en ese puesto, España va a conseguir más fondos que si siguiera al frente el bueno de Hoyer.

La ministra de Economía se va harta de fajarse con personajes tan marrulleros como Pablo Iglesias o tan poco fiables como Yolanda Díaz

Pero es evidente que la todavía ministra de Economía va a pasar a mejor vida. No sólo por su sueldo, sino porque se va a evitar muchos dolores de cabeza.

Recordemos que sólo hace unos días Yolanda Díaz (ministra de Trabajo), acusó a la vicepresidenta primera de tener "desviaciones derechistas" por las reformas que quería introducir en el cobro del desempleo. El secretario de Estado de Economía, Gonzalo García Andrés, al que seguramente Calviño le gustaría tener como sucesor, también recibió las caricias de la líder de Sumar. Que se prepare si le toca en suerte la cartera de Economía.

En este ambiente de camaradería, Calviño, ya con experiencia en fajarse con personajes tan marrulleros como Pablo Iglesias, abandona el Gobierno y Sánchez se ve en la obligación de poner en su puesto a alguien que debe ser conocido en Bruselas, con apego a la ortodoxia y con aguante de gladiador. No hay mucha gente que de ese perfil.

Hasta el momento, Sánchez ha podido esgrimir ante el electorado una economía que ha crecido más que la media de la UE y que ha ido reduciendo el paro, a pesar de que España sigue en la cabeza del desempleo europeo. Pero a partir de 2024 las perspectivas serán peores. Habrá menos crecimiento, se frenará la creación de empleo y la UE comenzará a exigir el cumplimiento de las reglas fiscales, lo que obligará a reducir el déficit y dará menor margen de maniobra al Gobierno para gastar a manos llenas, como ha hecho hasta ahora.

Todo ello con un socio como Sumar, deseoso de sacar pecho por las concesiones que consiga arrancar a Sánchez, con un Podemos que reclamará también su protagonismo izquierdista para no quedar detrás de Yolanda Díaz, y con unos partidos independentistas que, amnistía y referéndum al margen, también pretenden llevarse su parte del menguante pastel presupuestario.

Así que no es extraño que Calviño suspire de alegría y Sánchez tiemble al ver la que se le viene encima.

El presidente ha perdido uno de sus puntos de apoyo, quizás con Calviño se marcha lo más serio que ha habido (junto a Margarita Robles) de sus estrafalarios gobiernos. Pero, ya conocen al presidente: al mal tiempo, buena cara. Él se conforma con aguatar en su puesto otros cuatro años... como mínimo.