Veinte años después, el mayor atentado que ha sufrido España en toda su historia sigue creando una brecha en la sociedad. No hay consenso sobre lo que ocurrió y tampoco sobre la investigación que se llevó a cabo.

Lo que para unos son bulos, para otros son pruebas de que hay una verdad que se ha querido ocultar. La realidad es que las dudas sólo permanecen en el tiempo cuando son razonables.

¿Qué factores han llevado a esta situación? ¿Por qué un país como España, que ha sufrido el terrorismo de ETA durante 50 años, no supo responder con unidad a un atentado islamista? Intentaré responder a estas preguntas apoyándome en el relato de los hechos.

Las elecciones del 14-M

Resulta evidente que los terroristas que participaron en el atentado del 11-M comenzaron a prepararlo antes de que se convocaran las elecciones generales. La negociación para la compra de los explosivos en Asturias comenzó en diciembre de 2003 y los comicios no se convocaron hasta el mes de enero de 2004.

Es decir, que no hubo por su parte la intención de influir o alterar el resultado electoral. Otra cosa es que, de hecho, lo alteraron.

Las encuestas previas daban una victoria clara al PP, aunque es verdad que el PSOE había ido recortando distancia a medida que se acercaba la cita electoral.

En una comida en el Club Allard, celebrada la semana previa a las elecciones, en la que estuve presente, José Blanco, secretario de Organización del PSOE en esas fechas, aseguró que su partido estaba "apenas a uno o dos puntos del PP", y afirmó que creía que era posible la remontada.

El atentado se produjo el jueves 11 de marzo, tres días antes de los comicios. En la mañana de ese día, José Luís Rodríguez Zapatero, entonces secretario general del PSOE, llamó por teléfono a Mariano Rajoy, que era el candidato del PP, para pedirle la convocatoria del Pacto Antiterrorista, lo que me ratificó el propio líder popular. Rajoy le dio largas. Consultó con José María Aznar, presidente del Gobierno, y este le dijo que no. En Moncloa, la propuesta de Zapatero se calificó como "extravagancia".

Aznar, al rechazar reunirse con el PSOE, acababa de cometer un error táctico que, seguramente, llevó a su partido a perder las elecciones.

¿Quién ha sido?

Sobre las 7,45 del día 11 comenzaron a darse las primeras informaciones sobre un posible atentado en Atocha. A medida que iba pasando la mañana se fue conociendo la magnitud de la tragedia, que afectó a cuatro trenes de cercanías, y el número de víctimas se fue elevando de manera dramática, hasta alcanzar los 192 muertos y más de 1.000 heridos.

Aunque en España el terrorismo y ETA eran una misma cosa, la brutalidad de la masacre hizo pensar en una posible autoría islamista: los atentados del 11-S estaban todavía frescos en la retina y en la memoria de todos.

Los mandos policiales, en un primer momento, se inclinaron por ETA, que había intentado un atentado similar, colocando una bomba en un tren con destino a Madrid, el 24 de diciembre de 2003. Las dudas fueron disipadas por el presidente del Gobierno que, en llamada a los directores de los principales medios, pasadas las 13 horas, aseguró que había sido ETA "sin ninguna duda".

Sin embargo, a medida que iba pasando el día, los indicios sobre una posible autoría islamista iban en aumento. Sobre todo, a raíz de la localización de una furgoneta en la que se encontraron detonadores y una cinta en la guantera con la sura III del Corán, en la que se recita la lucha del islam contra sus enemigos.

A última hora de la tarde, el debate sobre la autoría estaba abierto. Algunos medios, como la Cadena Ser, difundieron a primera hora de la noche que se habían encontrado terroristas suicidas entre los cadáveres que había en los vagones. Era una noticia falsa, pero seguramente filtrada por mandos policiales que ya estaban jugando la baza del cambio político.

El viernes, el Gobierno seguía manteniendo la autoría de ETA, mientras que el PSOE atribuía ya claramente el atentado a los islamistas. Apareció la mochila de Vallecas, que no había estallado, y en la que se encontró un teléfono móvil que actuaba como acelerador del detonador incrustado en la dinamita. La tarjeta insertada en el móvil fue la pieza clave de la investigación posterior.

El Gobierno mantuvo a ETA como su principal hipótesis. Ya no tenía tiempo para volverse atrás. Aznar, que en un primer momento creyó sinceramente en esa tesis, entre otras cosas porque era lo que decía la cúpula policial y el CNI, pensó que rectificar a poco más de 24 horas de las elecciones implicaría una derrota segura para su partido. No es que a partir de entonces mintiera, sino que creyó lo que quería creer.

El PSOE vio una oportunidad para dar un vuelco a las encuestas y jugó a fondo la baza de que el Gobierno estaba engañando conscientemente a la opinión pública.

La izquierda llevaba más de un año haciendo campaña contra la guerra de Irak, que el Gobierno del PP había apoyado decididamente. Aunque no hay nada que sostenga que el 11-M fue una respuesta a la guerra de Irak, el PSOE y la izquierda lo convirtieron en la consecuencia de ese apoyo. "Las bombas de Irak caen sobre Madrid", gritaban los manifestantes que se congregaron frente a la sede del PP de la calle Génova en la tarde del 13 de marzo. Por la noche, en una declaración desde la sede del PSOE en Ferraz, Alfredo Rubalcaba reclamó "un gobierno que no nos mienta". Rubalcaba había hablado esa misma tarde con el director del CNI, Jorge Dezcallar, quien le había informado de que los servicios secretos se inclinaban claramente hacia la autoría islamista.

Poco después, ese mismo sábado por la noche, la policía detuvo a Jamal Zougam, ya que en su tienda de Lavapiés se habían vendido las tarjetas que se utilizaron en los móviles para activar la explosión de las mochilas en los trenes. Zougam había sido investigado con anterioridad en la llamada Operación Dátil, en la que se desarticuló la célula de Al-Qaeda liderada por Abu Dahdah. Aunque Zougam no fue imputado, su nombre figuraba en la agenda del dirigente islamista.

El domingo, día de las elecciones, se difundió la foto del marroquí tras su detención. En ese momento, ya no había duda.

El PSOE obtuvo 10.909.687 votos (42,64% del censo), mientras que el PP tuvo 9.630.512 votos (37,64%). La clave de la victoria estuvo en la movilización de la izquierda, que llevó la participación al 77,2%. La mentira como arma movilizadora había funcionado a la perfección.

La duda razonable.

Todavía con el gobierno en funciones, el 3 de abril de 2004, se produjo la explosión en el piso de Leganés en la que murieron seis de los miembros de comando que ejecutó los atentados del 11-M (entre ellos, Serhane Fakhet, El Tunecino, y Jamal Ahmidan, El Chino).

Pocos días después de formar su gobierno, el 24 de abril de 2004, Zapatero viajó a Marruecos. Las relaciones con España durante el mandato de Aznar, sobre todo tras el incidente de la isla de Perejil, habían sido malas. Pero el líder del PSOE, incluso antes de llegar a la Moncloa, había hecho pública su simpatía por el régimen alauí. La visita fue un éxito. Mohamed VI invitó a Zapatero a almorzar en su villa de Anfa, un gesto poco habitual. Todo fue cordialidad.

Poco después, en el mes de junio, el ministro de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, anunció un cambio en la política sobre el Sahara, que ya no debía basarse en la celebración de un referéndum, como hasta entonces, sino en un "acuerdo político". El giro se ha completado durante el gobierno de Pedro Sánchez, que ha reconocido de facto la soberanía marroquí sobre la antigua colonia española.

Era evidente que uno de los principales beneficiarios del cambio de Gobierno había sido Mohamed VI.

No hay datos que permitan sostener que Marruecos colaboró en los atentados del 11-M, pero sí la sospecha de que sus servicios secretos no dieron toda la información de que disponían a la policía española. La mayoría de los miembros del comando que participó en el atentado eran marroquíes, y algunos de ellos estaban bajo la lupa de sus servicios de seguridad. Esta falta de colaboración fue una queja que recogí entre varios altos responsables de la policía española en los meses posteriores al 11 de marzo. El que fuera ministro de Asuntos Exteriores (ya fallecido), Josep Piqué, me comentó, en una conversación que mantuve con él para preparar mi libro 11-M: La venganza, que Mohamed VI le había advertido sobre el peligro del terrorismo islamista que podía llegar a España. Él lo interpretó como una sutil advertencia.

A medida que iban pasando los días, se fueron descubriendo datos alarmantes sobre la preparación de los atentados. Descubrimos, fundamentalmente en la investigación que se llevó a cabo en El Mundo que entre los miembros del comando había varios confidentes de la Policía, la UCO e incluso el CNI.

Es un hecho que la descoordinación entre los distintos cuerpos de seguridad del Estado facilitó que los islamistas llevaran a cabo un atentado de esa dimensión. El entonces juez Javier Gómez Bermúdez ha calificado en la entrevista que le hice hace unos días el 11-M como el resultado de un "fallo multiorgánico". Sin embargo, nadie ha asumido responsabilidades por ello.

La investigación sobre el explosivo utilizado en los trenes fue una chapuza, llevada a cabo por el comisario de los Tedax Sánchez Manzano. Tan es así, que Gómez Bermúdez, presidente de la sala de la Audiencia Nacional en el juicio del 11-M, ordenó una nueva pericial sobre ese elemento clave para la investigación.

Hubo una especie de pacto tácito para que ninguno de los mandos de las fuerzas y cuerpos de seguridad asumiera responsabilidades sobre los atentados del 11-M. Incluso el juez Gómez Bermúdez, que había dicho en varias ocasiones que alguno iría "caminito de Jeréz" se retractó. Al final, la investigación se circunscribió a los implicados directos en la masacre, pero no se quiso ir más allá.

La sentencia.

Desde los sucesos de Leganés hasta que se produjo la sentencia por el 11-M en octubre de 2007, España vivió con pasión y dividida la investigación sobre el atentado.

La primera reivindicación que se difundió el mismo día 11 de marzo pasadas las 21 horas por parte de un grupo denominado Abu Hafs al-Masri, no se la creyó nadie. Ni siquiera el CNI. ¿Cómo era posible que un atentado de esas dimensiones no fuera inmediatamente reivindicado por Al-Qaeda si es que la organización de Bin Laden, tan orgullosa de sus acciones, lo había organizado?

De hecho, todavía hay muchas dudas sobre quién fue el verdadero impulsor o líder intelectual de la masacre. El experto Fernando Reinares sostiene que fue Amer Azizi quien planeó y ordenó el 11-M. Es una hipótesis. La policía fue variando de criterio a medida que avanzaba la investigación: ¿Fue El Tunecino? ¿El Chino? ¿O bien Alekema Lamari, como pensaba el CNI?

Veinte años después del 11-M esa pregunta sigue sin respuesta. Como tampoco hay una tesis sólida sobre cómo es posible que unos individuos sin apenas formación técnica o militar fueran capaces de montar unas bombas activadas por la alarma de los móviles, algo que nadie, ni siquiera ETA (que sí había empleado móviles, pero activando los detonadores con la llamada) había hecho hasta entonces.

Tampoco hay ningún rastro de la participación, directa o indirecta, de ETA en el 11-M. Aunque el deseo de la organización de acabar con Aznar -política y personalmente- está más que acreditado. En una grabación de la Policía se escucha decir a Josu Ternera, días antes del 11-M, "Aznar no se puede ir de rositas".

Pero, evidentemente, eso no quiere decir que ETA colaborase en el 11-M.

Las dudas siguen existiendo 20 años después. El único condenado como autor material por los atentados, Jamal Zougam, sigue insistiendo en su inocencia, y, de hecho, las pruebas para condenarle no son muy convincentes.

Algunos, que creen que lo saben todo y que son muy honestos, dicen que dudar es "conspiranoico". Allá ellos.

Yo, que trabajé durante muchos meses en la investigación del 11-M, no tengo una teoría alternativa. No creo en las conspiraciones. Pero sí en la duda. Porque es la duda lo que lleva a conocer la verdad. Los prejuicios y los intereses políticos hicieron que no se abordaran todos los flecos del 11-M. Eso permitió que algunos sí fabricasen teorías conspirativas. Pero, sólo con sospechas no se puede construir una teoría.

La lección que si podemos sacar de aquel día tan terrible es que ante un atentado el gobierno y la oposición deben estar unidos. Tal vez lo mejor hubiera sido convocar el Pacto Antiterrorista, como quería Zapatero, suspender las elecciones, como apuntaba Gómez Bermúdez en la entrevista antes citada, y dejar a los investigadores que hicieran su trabajo sin presiones externas y con la mayor independencia posible. Tal vez así, hoy no habría división en la sociedad y podríamos recordar esta fecha con consenso y respeto hacia el dolor de las víctimas.