Pedro Sánchez como trasunto del estado de ánimo del PSOE. "Me ha impactado su físico. He estado con él y está en los huesos. Está muy delgado". Un barón autonómico describía, probablemente sin quererlo, no solo la apariencia del presidente del Gobierno, con varios kilos menos por el padecimiento personal de la "traición" de quien era hasta hace tres semanas uno de sus máximos colaboradores, Santos Cerdán, hoy en prisión por presunta corrupción. También pintaba el ambiente sombrío, escéptico, abatido que inunda el partido y que lo asfixia y le deja sin músculo. Y ese clima oscuro no lo cambió el comité federal de este sábado.

El secretario general sabía que afrontaba una reunión dura del máximo órgano de poder del PSOE. La salvó. Ocho larguísimas horas de debate y medio centenar de intervenciones certificaron que cuenta con el respaldo orgánico necesario para continuar con su estrategia de intentar resistir, no por el mero hecho de aguantar, sino para proteger el legado del Gobierno y seguir "avanzando".

No era una sorpresa. Sánchez controla su partido, es un hecho desde hace muchos años, y la Moncloa es el palo mayor al que todos necesitan aferrarse. Las voces críticas fueron mínimas, como también se esperaba. La del presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, que le pidió cuestión de confianza o elecciones —y cuyo discurso fue replicado con dureza por varios ministros por su "hipocresía" y por caer en la "trampa" del PP— y la de la alcaldesa de Palencia y secretaria provincial, Miriam Andrés, que le planteó abiertamente que no fuera el candidato en las próximas generales. Pero ese cierre de filas, patente e inequívoco, apenas podía disfrazar que el PSOE es ahora mismo un partido sumido en la desolación, en la tristeza. Que no sabe cómo huir de la zozobra por las siguientes derivadas que dé el caso Cerdán y los informes de la Guardia Civil que estén por salir. Pese a la adversidad, eso sí, el PSOE quiere darse una oportunidad más, e intentar capear la tormenta, dar la batalla frente al PP y Vox.

Sobre el papel, el plan podía funcionar. Sánchez había adelantado la víspera la renovación de su primera línea de mando, con la idea de sosegar en lo posible los ánimos. La valenciana Rebeca Torró, nueva secretaria de Organización, acompañada de tres adjuntos, Anabel Mateos, Paco Salazar y Borja Cabezón. La catalana Montse Mínguez, nueva portavoz, y a su lado Enma López como su adjunta. Nuevos rostros (algunos) para un nuevo tiempo. Pero a la 1.08, de madrugada, nueve horas antes del arranque previsto del comité federal, elDiario.es publicaba una noticia que agujerearía la hoja de ruta del presidente. Varias mujeres acusaban a Salazar de "comportamientos inadecuados" cuando era su jefe. Una auténtica bomba. Un obús en la línea de flotación de Sánchez, porque el dirigente sevillano ha sido durante años un hombre de su máxima confianza, el eslabón que unía la Moncloa y el partido.

Según el relato del Ejecutivo, Salazar tuvo claro "desde el primer minuto" que tenía que renunciar, que no podía "huir" hacia delante, que no podría levantar esa acusación aunque estaba seguro de su inocencia. Pero el golpe vapuleó a los miembros del comité. Los cimientos de la casa socialista volvían a agitarse. El partido, y especialmente sus mujeres, había asistido con náusea a la publicación de las grabaciones entre el exministro José Luis Ábalos y su exasesor Koldo García en las que se les escuchaba hablar de sus citas con prostitutas como si fueran meros objetos. El propio presidente se había reunido el viernes por la tarde con las feministas del PSOE para pedirles perdón y anunciarles que se reformaría el código ético para poder echar a los puteros. El misil Salazar iba directo al pecho de Sánchez.

A la entrada de Ferraz, la ministra Pilar Alegría defendió sorpresivamente al dirigente sevillano. Era un hombre "íntegro". Fue la única. Adriana Lastra, número dos del partido entre 2017 y 2022, advertía de que no podía ser "nombrado". Y ministros como Diana Morant y Ángel Víctor Torres se mostraron cautos. Salazar, finalmente, renunció. No llegó a aparecer por Ferraz en toda la jornada. Solicitó ser apartado de la nueva dirección y abandonó su cargo de secretario general de Coordinación Institucional en la Moncloa. Partido y Gobierno prometieron investigar los hechos.

La caída de Salazar no era anecdótica. Era el tercer hombre del círculo más estrecho de Sánchez al que tenía que apartar. En su equipo indicaban que no sabía nada, que nunca llegaron denuncias. En el partido circulaban hace tiempo acusaciones contra Salazar, pero parecían no pasar de rumores. Pero evidentemente, había algo más.

El presidente, en cualquier caso, tuvo que recomponerse. Amortizó la segunda adjuntía de Organización pero parte de las competencias que iba a ejercer el dirigente andaluz, Acción Electoral, se las endosó a Torró, a su nueva número tres. Y presentó entonces su nueva dirección al completo. Un lavado de cara, poco más, nada de revolución interna. Ajustes limitados, como él había adelantado. En resumen: la proyección de Torró y sus dos ayudantes en Organización, de Mínguez y de López; la salida de nueve dirigentes —entre ellos, la hasta ahora portavoz, Esther Peña, y de uno de los hombres de Cerdán, Javier Alfonso Cendón—, y la entrada de otros cuatro, singularmente Antonio Hernando (nuevo vocal), uno de sus dirigentes de confianza, a quien eligió como su primer portavoz parlamentario y que es desde hace casi un año secretario de Estado de Telecomunicaciones. El líder pasmó a muchos en el partido al mantener en la dirección a Juanfran Serrano, adjunto de Cerdán en el aparato, y en un puesto nada modesto, el de secretario de Política Municipal. Cambios bastante discretos y, en algunos casos, sin explicaciones evidentes.

Pero si algo tiene claro Sánchez, y eso fue lo que trasladó a sus compañeros del comité desde los primeros minutos de su intervención inicial, en abierto, es que no tirará la toalla. No piensa dimitir, irse, ni convocar elecciones. "Comparezco ante vosotros", les dijo, "con el corazón tocado, pero también con la determinación intacta y con las mismas ganas de plantar cara a la adversidad y de volver a superarla. Porque si alguien tenía dudas, nosotros vamos a seguir avanzando. No vamos a rehuir este desafío. Vamos a hacernos cargo de la situación y vamos a derrotar la corrupción, tanto dentro como fuera de nuestra organización. Y, al mismo tiempo, vamos a reivindicar con más fuerza si cabe nuestro proyecto político".