El economista británico Paul Collier (Sheffield, 1949), profesor en la Universidad de Oxford, es una de las voces más influyentes en el debate sobre desigualdad, cohesión social y desarrollo territorial. Autor de obras clave como El club de la miseria o El futuro del capitalismo, acaba de publicar en español Rezagados (Debate), un ensayo que analiza cómo los lugares —y no solo las personas— pueden quedar atrás mientras “el poderoso centro impone políticas homogéneas a los rezagados”.
Durante su paso por Madrid, Collier conversa con El Independiente sobre España, la desigualdad, el populismo y la falta de liderazgo político para abordar y enmendar los desafíos del presente como, en el caso patrio, el sangrante problema de la vivienda.
Pregunta.- En su libro sostiene que hay lugares, y no solo personas, que se están quedando atrás. ¿Por qué los responsables políticos han pasado por alto durante tanto tiempo la geografía de la desigualdad?
Respuesta.- En algunos lugares no se pasó por alto. Algunos países no tienen zonas significativamente rezagadas. Los países nórdicos, los bálticos, Singapur o uno o dos más. Tampoco tienen comunidades rezagadas, ni de lugar ni de trabajo, que son las dos grandes formas de comunidad que tenemos. Es perfectamente posible evitarlo si se toman decisiones concretas. Una de las cosas de las que hemos hablado mucho mientras he estado aquí es de las comunidades del lugar. Una ciudad o una región abandonada —que es un problema en España— no lo es en Alemania. Alemania lo ha conseguido. Suiza es otro ejemplo: cada región tiene una ciudad próspera. Yo las llamo “ciudades del futuro”: generan empleos del futuro para la gente común, creados por empresas del futuro. Si miramos Alemania, las hay en Hamburgo, Múnich, Fráncfort, Leipzig… por todas partes. En cierto sentido sí estaba previsto. Se introdujo en la Constitución alemana a finales de la década de 1940, redactada por británicos y estadounidenses. ¿Por qué? Porque los alemanes salían de un sistema completamente centralizado y jerárquico: Hitler tenía todas las respuestas, todas se buscaban en Berlín. Ese sistema continuó en Alemania Oriental durante el comunismo. Otro sistema jerárquico. Y, por supuesto, España también tuvo una fase de fascismo jerárquico.
P.- Cita como ejemplo de éxito el del País Vasco, una región golpeada por la pérdida de tejido industrial y la violencia política. Un “milagro” con un papel destacado de la cooperativa Mondragón. ¿Es un modelo exportable al resto de comunidades autónomas españolas?
Sánchez se merece perder el poder si no es capaz de solucionar el problema de la vivienda
R.- Por supuesto. El problema de España es que no tiene suficientes ciudades regionales prósperas. Hay algunas, pero no muchas. Un principio útil que se cumple en Alemania y en Suiza —pero aún no en España— es que cada región debe tener al menos una ciudad del futuro. Galicia, por ejemplo, necesita una. No tengo la impresión de que realmente la tenga. Las grandes desigualdades dentro de España son, en general, que el oeste es más pobre que el este y el sur más pobre que el norte. Y las regiones del centro, aparte de Madrid, están bastante vacías y carecen de esas ciudades del futuro.
P.- Hablamos de un cambio de modelo económico, que vaya más allá de la dependencia al turismo...
R.- Exactamente. No puede ser solo turismo. En la mayor parte de España el turismo es estacional, y la estacionalidad significa empleos temporales. Un modelo basado únicamente en el turismo solo funciona si es durante todo el año, algo que muy pocas ciudades logran. Madrid podría hacerlo, Londres sin duda, París quizá también. Pero son excepciones. Hay que ir más allá. Las ciudades del futuro necesitan empleos del futuro: trabajos cualificados que merezcan la pena y tengan propósito. Hacer tu propio trabajo, sentir satisfacción más allá del salario. Depende de personas con ideas. Esas empresas del futuro serán inicialmente pequeñas, locales, creadas por gente del lugar que descubra oportunidades. Para eso hace falta financiación local para el crecimiento de las pequeñas y medianas empresas. Esa es la base. Y una estructura financiera descentralizada. En Gran Bretaña, por ejemplo, no todas las finanzas deberían concentrarse en Londres. Llegan hasta Oxford o Cambridge, pero no al norte de Inglaterra.
P.- Mondragón es el modelo a seguir...
R.- Es un modelo muy interesante, muy innovador. Lo fundó un sacerdote católico, el padre José, que tardó mucho en construir capital social desde abajo. Enseñó a la gente a crear empresas con ánimo de lucro porque, si no lo eran, no eran viables. Las ganancias son una señal de viabilidad. No dependemos del Estado para financiarnos. Pero el objetivo no son las ganancias: es comprobar que la empresa puede sostenerse y que los beneficios tengan un propósito social. Mondragón tiene un gran propósito social. No hay que ser tan santo, pero sí celebrar su ejemplo.
Las ciudades del futuro necesitan empleos del futuro: trabajos cualificados que merezcan la pena y tengan propósito
P.- Insiste en la generosidad recíproca. ¿Es posible en sociedades tan individualistas?
R.- Es difícil. Una sociedad individualista no funciona muy bien. Creo que estamos en una fase demasiado individualista para una sociedad sana. Por eso baso mis ideas en Elinor Ostrom, Robert Putnam y Michael Sandel. De hecho, con Sandel debatiremos pronto sobre “los deberes de la riqueza”. ¿Son los ricos libres para gastar su dinero en yates o tienen el deber de ayudar a su comunidad? Todas las filosofías morales apuntan a que los ricos tienen deberes.
P.- En Rezagados también aborda la descentralización y sus límites. Dice que “la descentralización no es la panacea” y pone el ejemplo de Escocia. No sé si en España ese ejemplo es Cataluña y el fracaso de su 'procés'...
R.- Sí. El problema de Gran Bretaña con Escocia es el mismo que el de España con Cataluña y, en menor medida, con el País Vasco. En Escocia dije: “Ustedes afirman que el petróleo es de Escocia. Yo soy de Yorkshire. En los años cincuenta, el carbón —el petróleo de entonces— era nuestro, y el dinero fue nacionalizado para toda la nación. No oí a los escoceses decir: ‘no tocaremos un penique del carbón de Yorkshire’”. Se beneficiaron del carbón y ahora se niegan a compartir el petróleo del Mar del Norte. Es una vergüenza moral. Necesitamos políticos catalanes y vascos que digan lo mismo: que cuando estaban de rodillas, el resto de España los ayudó. Ahora no pueden decir “nuestro dinero es nuestro”.
P.- ¿El sentimiento de exclusión de buena parte de la población alimenta el populismo?
R.- Completamente. Lo vimos con Trump, el Brexit o Milei en Argentina. Son actos de desesperación: el pasado ha fracasado. La gente busca una narrativa de esperanza. En Reino Unido, el partido Reform de Farage crece sin un historial previo. Lo que se necesita y lo que falta en los buenos líderes en este momento es lo que yo llamo una narrativa de esperanza creíble. Y la esperanza creíble es esperanzadora, pero no es fantasiosa. Es creíble en el sentido de que describe un camino que la gente puede entender. Es una buena narrativa que lo explica en términos sencillos, pero no es simplista; una narrativa coherente con lo que sabemos sobre los procesos económicos y sociales.
Necesitamos políticos catalanes y vascos que digan lo mismo: que cuando estaban de rodillas, el resto de España los ayudó. Ahora no pueden decir “nuestro dinero es nuestro”
P.- ¿Por qué los políticos tradicionales no abordan los problemas de fondo?
R.- Porque están asociados al fracaso. Si estás asociado con algo que fracasó, hay dos cosas difíciles que debes hacer: una es pedir perdón por tus fracasos pasados. Pero la segunda, que es más importante, es comprender por qué fracasaste y cambiar tus ideas para aprender rápidamente de tus errores. La característica clave del presente es la incertidumbre. Si, por ejemplo, nos preguntáramos qué debemos hacer ahora para ayudar a Galicia, la respuesta honesta es que no lo sabemos. No sabemos qué funcionará en Galicia. Eso es lo que se denomina incertidumbre radical, que no es un grito de desesperación. No es: «Ay, Dios mío, qué desastre». La incertidumbre radical desencadena un proceso que se denomina aprendizaje rápido. Si no sabes qué funcionará en Galicia, debes delegar en los gallegos y ellos tendrán la responsabilidad de probar cosas, experimentar y ver qué funciona. Se necesitan experimentos dentro de Galicia y algunos funcionarán mejor que otros. Se aprende de los éxitos y se aprende de los fracasos. Y cuantos más experimentos se hagan, más rápido se aprenderá. Esa es la genialidad de la financiación descentralizada para las pequeñas empresas. Se percibe claramente una sensación de destrucción creativa.
La incertidumbre radical desencadena un proceso que se denomina aprendizaje rápido
P.- En España, la principal preocupación hoy es la vivienda. El Gobierno de coalición es acusado entre los sectores de la sociedad que le apoya de inacción y hay quien ya prevé que será uno de los fracasos que abonará su derrota en las próximas elecciones...
R.- Si no se abordan las principales preocupaciones de la gente común, se merecen fracasar. ¿Qué debería hacer Sánchez? Primero, pedir disculpas por los fracasos del pasado. Después, fomentar la innovación: aprender a hacer bien la vivienda social. Hay modelos en toda Europa. No es ciencia espacial. Hay que mirar dónde funciona y probar aquí. El Gobierno central debe financiar a los gobiernos locales para que experimenten. Una forma muy común es la vivienda social, que se lleva a cabo mediante cooperativas, donde el modelo vasco de cooperativas podría funcionar muy bien. En este momento se da una combinación poco saludable: precios de la vivienda muy altos y costes hipotecarios muy bajos. Así que los afortunados que pueden pedir un préstamo hipotecario están en la tierra de la felicidad. ¿Quiénes son las personas que pueden pedir un préstamo hipotecario? Las personas cuyos padres tienen buenos trabajos. Tenemos una sociedad de dos clases que funciona para los dos trabajadores de una familia con buenos trabajos y no funciona para las personas que viven de alquiler, cuyos padres viven de alquiler. Y eso es una vergüenza.
P.- Si no se resuelve, la consecuencia podría ser una explosión social...
R.- Sí, por supuesto. Las explosiones sociales son malas noticias. Suelen terminar mal. Deberían ser un temor que impulse a los partidos a actuar y escuchar las preocupaciones de la gente.
P.- ¿Por qué el Gobierno es reacio a hacerlo?
R.- Esa reticencia es suicida. Tony Blair, a través de su instituto, pregunta a los líderes mundiales cuáles son sus tres prioridades. Luego envía a alguien a observar cómo usan su tiempo. El promedio: solo el 4 % lo dedican a esas prioridades. Si Sánchez dedica el 4 % de su tiempo a la vivienda, no logrará nada.
Claramente España es un Estado ineficiente. Hay comunidades muy exitosas, pero solo en lugares exitosos. En los rezagados, el sentido de comunidad se ha desmoronado
P.- ¿Debe el Estado intervenir en el mercado inmobiliario?
R.- Algo tiene que pasar. No tiene por qué construir las casas, probablemente sería un error. Pero sí debe aprender qué sistemas funcionan y fomentarlos. Puede transferir fondos a empresas sociales, a gobiernos regionales o lanzar una estrategia nacional. Probar, ver qué funciona, aceptar que algunas cosas fracasen y otras sorprendan.
P.- Usted sostiene que las soluciones pasan por tres pilares: comunidad, Estado y valores éticos. La economía española aún crece pero dejando atrás a parte de la población, con desigualdad, el problema de la vivienda o la crisis del estado del bienestar. Y, ahora, la imposición de dedicar más presupuesto a defensa. ¿Qué fórmula puede funcionar?
R.- Claramente España es un Estado ineficiente. Hay comunidades muy exitosas, pero solo en lugares exitosos. En los rezagados, el sentido de comunidad se ha desmoronado. Surge el juego de culpar al otro: empresas, sindicatos, gobierno... Eso destruye el capital social. Si una región se está quedando atrás, probablemente también haya culpas cruzadas. Hay que aprender a transferir las buenas prácticas de las regiones prósperas a las que están bajo estrés.
P.- No es un diagnóstico muy optimista.
R.- No soy optimista, intento ser realista. Creo en el realismo creíble. Existen estrategias creíbles para un futuro mejor. Es fundamental que contemos con políticos que comprendan en qué consisten, es decir, este proceso de experimentación continua. Es fundamental que contemos con políticos que aprendan las habilidades del aprendizaje rápido, de los experimentos en la gobernanza descentralizada paralela, de descubrir qué funciona en este lugar. Ahora bien, eso es perfectamente factible. Lo que funciona en los países nórdicos, los bálticos o Singapur es perfectamente factible en España. España tiene muchas ventajas. Sois un país de Atlántico y Mediterráneo, un país que mira al sur desde vuestros puertos meridionales y al norte desde vuestros puertos septentrionales.
Sois un país muy afortunado. Tenéis enormes zonas aún sin explotar en todo el país. Enormes. Tenéis unos lugares históricos magníficos que no tienen rival, así que tenéis una base magnífica sobre la que construir. Podríais tener un futuro glorioso, al igual que habéis tenido un pasado glorioso. Eso está totalmente a su alcance. Y es vergonzoso y sorprendente que tengan un gobierno que se acobarda y tiembla en lugar de aprovechar esa oportunidad para construir un futuro mejor con un discurso que sea seguro y creíble y que se comunique bien, de modo que los ciudadanos de a pie puedan creer en él al máximo. La líder europea que más admiro es Mette Frederiksen, que dejó la escuela a los 16 años y es madre soltera, primera ministra de Dinamarca. Dinamarca no tiene ninguna ventaja natural. Es un país sombrío, frío, no es un gran destino turístico y, sin embargo, es sumamente próspero, muy igualitario y muy dinámico.
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