Cuando en julio de 1999 Hasán II celebró su septuagésimo cumpleaños en Rabat, ya debilitado por la enfermedad, quiso que lo acompañaran solo unos pocos allegados. Entre ellos, estaba Juan Carlos I. Dos semanas después, el monarca alauí fallecía de un ataque al corazón. En el funeral, el rey emérito español lloró frente a Mohamed VI. La imagen se convirtió en símbolo de una amistad “íntima” -como la describe Juan Carlos- que se forjó en noviembre de 1975, en mitad de La Marcha Verde lanzada por el marroquí y la muerte de Francisco Franco, con el abandono del entonces Sáhara Español y su población saharaui como convidados de piedra.
“Juan Carlos I protegió en cierto modo a Hasán II porque le interesaba que Marruecos fuese estable, y temió que la monarquía marroquí pudiese ser derribada, como ocurrió con el Sha de Irán en 1979”, admite en conversación con El Independiente Charles Powell, director del Real Instituto Elcano. El historiador hispano-británico, una referencia entre quienes han estudiado la figura del monarca español y su papel en la transición democrática, publica a principios del próximo año El Rey Juan Carlos y la proyección exterior de España (Galaxia Gutenberg), un ensayo en el que arroja nueva luz sobre la faceta internacional del ahora rey emérito.

También admitió públicamente que en el Sáhara 'en el plano político es evidente que se hubieran podido hacer mejor las cosas', pero 'los que se ocupan de la política son los políticos, no yo…'
Una de las nuevas revelaciones, que avanza en primicia en las páginas de El Independiente, evoca esa primera misión: la de gestionar la abrupta salida del Sáhara Español y su entrega a Marruecos y Mauritania sin haber iniciado siquiera el proceso de descolonización. “Don Juan Carlos reconoció posteriormente en privado que, si bien la crisis del Sáhara había sido la experiencia más amarga con la que tuvo que lidiar como príncipe de España, también había servido para cimentar su popularidad a ojos de sus compatriotas, que valoraron sus esfuerzos por evitarles una guerra imposible de ganar en defensa de un territorio que España ya había decidido abandonar”, escribe Powell.
“También admitió públicamente que 'en el plano político es evidente que se hubieran podido hacer mejor las cosas', pero 'los que se ocupan de la política son los políticos, no yo…'. Esta era probablemente una valoración acertada, pero a largo plazo el desenlace de la crisis tuvo consecuencias negativas para el papel de España en la región, y cuatro años después, en febrero de 1980, don Juan Carlos reconoció en privado al presidente de Estados Unidos, Jimmy Carter, que los españoles habían sido 'en cierto sentido unos traidores' por abandonar al pueblo saharaui a su suerte sin haber garantizado su derecho a celebrar el referéndum que se les había prometido”, agrega el director del Real Instituto Elcano en su nuevo libro.
En Reconciliación, las memorias de Juan Carlos I escritas por Laurence Debray que se publican en España a primeros de diciembre, el monarca -hoy desterrado en el emirato de Abu Dabi tras su abdicación y una sucesión de escándalos- se jacta, en cambio, de haber resuelto la salida de la entonces provincia número 53 de España, tras viajar a principios de noviembre de 1975 a El Aaiún, la capital del Sáhara. “Ese viaje de unas pocas horas demostró a la opinión pública española que era capaz de actuar con eficacia, que había alguien al mando. Mi intención era ganarme su confianza con hechos, no con palabras. Encarnaba la juventud y el dinamismo, la asunción de riesgos y la energía. Una otra cara de España que contrastaba radicalmente con el régimen”, proclama.

“Se convirtió en informante de EEUU”
La historia que, medio siglo después de aquel episodio, se ha ido construyendo desafía el relato complaciente y heroico del emérito. Para Ali Lmrabet, periodista marroquí exiliado hoy en España, el asunto no admite matices: “Fue Juan Carlos quien entregó el Sahara a Marruecos, según los propios historiadores españoles”. Powell no discute que, en parte, fue Juan Carlos quien selló el final de la aventura colonialista española en África, allá precisamente donde Franco había comenzado a edificar su figura. “Para Juan Carlos I era mucho más importante mantener la unidad de las fuerzas armadas españolas y garantizar la estabilidad de España durante los primeros meses de su reinado que el futuro de los saharauis. Además, sospechaba que la Unión Militar Democrática (UMD) tenía mucho apoyo entre la oficialidad destinada en el Sahara español”, desliza Powell, quien admite -además- que el elegido de Franco para sucederle nunca fue partidario de la tesis de la independencia del Sáhara.
Fue Juan Carlos quien entregó el Sahara a Marruecos
En el recién publicado Sahara Occidental 1975: el final del colonialismo franquista (Libros de la Catarata), Isaías Barreñada, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense de Madrid, incide en ese legado: “Él no tomó la decisión, pero fue una pieza clave. Siendo príncipe 'a la espera', Franco le había encargado, varios años antes, cultivar una relación privilegiada con los regímenes árabes conservadores”. “Pero Juan Carlos temía que la sucesión pudiera encontrar obstáculos y tenía puesta su esperanza y necesitaba del apoyo político de Washington para poder acceder a la Jefatura del Estado sin problemas tras la muerte de Franco. Por ello estableció una especial cercanía con el embajador estadounidense Wells Stabler, tal como lo confirman documentos estadounidenses desclasificados. En un momento crucial de la historia española, se convirtió en informante de Estados Unidos. El entonces secretario de Estado, Henry Kissinger dejó escrito en uno de esos documentos hoy públicos: 'Sus comunicaciones con el Príncipe deben tratarse con la máxima confidencialidad. Estos informes son de gran valor para Estados Unidos y haremos todo lo posible para garantizar que se gestionen adecuadamente en el futuro'”.
El otoño de 1975 dejó a España suspendida en una incertidumbre sin precedentes. Franco agonizaba en el hospital, los ministros evitaban decisiones comprometedoras y las fuerzas armadas esperaban órdenes claras que no llegaban. En pleno limbo político, Juan Carlos asumía la jefatura del Estado de manera interina. Con apenas 37 años, y sin el respaldo pleno de todos los sectores del régimen, cualquier decisión podía condicionar su futuro reinado.
A finales de octubre de 1975 el príncipe envió a Manuel Prado y Colón de Carvajal como emisario a Washington para solicitar el apoyo de Kissinger y “evitar un conflicto con Marruecos”. Era consciente de que una guerra colonial con Marruecos en aquellos momentos podría precipitar los acontecimientos como en Portugal y frustrar la sucesión. El Secretario de Estado norteamericano aceptó la mediación solicitada, intercedió ante Hassan II y en las siguientes horas se alcanzó un acuerdo secreto por el cual España entregaría el Sahara Occidental a Marruecos, a cambio de que Estados Unidos se convirtiera en su aliado en la siguiente fase compleja”, rememora Barreñada. En plena Guerra Fría, Estados Unidos veía a Argelia como un actor demasiado cercano a Moscú. Un Sahara independiente bajo influencia argelina era un riesgo. Marruecos, en cambio, era supuestamente un aliado fiable.

La Marcha Verde que les unió
Fue la ofensiva de Hasán II, enviando a 350.000 marroquíes hacia la frontera con el Sáhara, el episodio que conectó al monarca alauí con el entonces príncipe español. Tras años de conspiraciones militares y tensiones internas, la anexión del Sahara Occidental representaba una causa capaz de unir a todo Marruecos detrás de la Corona. En sus memorias, Juan Carlos I relata: “Nuestros primeros contactos telefónicos, que tuvieron lugar en el tenso contexto de la Marcha Verde en el Sáhara Occidental, se remontan a 1975”.
Piloto el avión y llego a la zona de conflicto. Desde el cielo, puedo ver a la multitud de civiles que se dirigen hacia las posiciones españolas
“El general de nuestras fuerzas armadas en el lugar me llama: 'La situación es muy preocupante. Nuestra base está rodeada de minas. Si la multitud se acerca demasiado, habrá cientos de muertos'. Decido acudir al lugar, en este territorio bajo administración española desde 1958. Los ministros intentan disuadirme, pero sé que, en caso de peligro, el jefe de las fuerzas armadas debe estar al lado de sus tropas. Había heredado los plenos poderes de Franco y nadie podía impedirlo de forma concreta. Piloto el avión y llego a la zona de conflicto. Desde el cielo, puedo ver a la multitud de civiles que se dirigen hacia las posiciones españolas. Nada más llegar, me dirijo a las tropas: 'Nos retiraremos del Sáhara, pero de forma ordenada y con dignidad. No porque hayamos sido derrotados, sino porque el ejército español no puede disparar contra una multitud de mujeres indefensas'”, narra el emérito.
El 2 de noviembre de 1975, Juan Carlos viajó a El Aaiún. Ante las tropas españolas, pronunció una arenga que todavía hoy se recuerda: “España no dará un paso atrás. Cumplirá sus compromisos. Y vuestro comandante en jefe estará aquí en cuanto suene el primer disparo”. Para los soldados, fue un gesto de aliento. Para la opinión pública española, una demostración de autoridad en un momento crítico.

España no dará un paso atrás. Cumplirá sus compromisos. Y vuestro comandante en jefe estará aquí en cuanto suene el primer disparo
Juan Carlos sigue sosteniendo que aquella intervención le sirvió para afianzar su figura pública. Su padre Don Juan de Borbón, al enterarse de la visita de su hijo, sentenció satisfecho que su vástago tenía “un par de pelotas”. Una encuesta del CIS, realizada en aquel mismo mes de noviembre de 1975, desveló que el 85% de los españoles sabían de su viaje al Sáhara y al 76% de los entrevistados le parecía bien o muy bien.
Décadas después -en plena revisión crítica de su reinado- su papel entonces arroja más dudas. A juicio de Barreñada, la visita fue “una pantomima de aviso”. El discurso no cambiaba la realidad, porque las negociaciones para la retirada ya estaban prácticamente cerradas.

"Un hermano"
Como reconoce el propio emérito, aquella crisis le acercó a Rabat, donde a partir de entonces halló “un hermano”, como solía referise a Hasán II. En su primera conversación en aquel noviembre de negro recuerdo para los saharauis, el monarca alauí le dijo: “Te felicito por haber acudido al lugar junto a tus soldados”. “'Ahora podemos discutir sobre el Sáhara con total tranquilidad y hablar de la relación entre nuestros dos países', le respondí. Fue una llamada muy breve, pero tranquilizadora. Nadie había perdido prestigio. Después nos hicimos amigos íntimos”. José Luis de Villalonga, en El Rey, reproduce una versión similar que el propio emérito quiso dejar para la historia: que aquel gesto impresionó a Hassan II hasta el punto de llamarlo para felicitarlo.

Las relaciones con Marruecos y Hasán II fueron más complicadas de lo que Juan Carlos cuenta en sus memorias
Powell, no obstante, subraya que “las relaciones con Marruecos y Hasán II fueron más complicadas de lo que Juan Carlos cuenta en sus memorias”. “Hasan no le creía cuando Juan Carlos le explicaba que él no controlaba a los medios de comunicación españoles, y que por lo tanto no podía evitar que criticaran al monarca alauí”, evoca. “En enero de 1978, cenando en Madrid con Juan Carlos, Suarez y Oreja, Hasán II le llegó a decir a Juan Carlos que una monarquía parlamentaria no era una buena idea porque no podría gobernar. Suárez fue muy claro en la respuesta y la defensa de la monarquía parlamentaria. Al día siguiente, cuenta Oreja en sus memorias, fueron todo zalamerías por parte del rey marroquí”.
La relación entre ambos lados del Estrecho no fue un idilio. Dos años después, Juan Carlos se quejó de que Hasán II era “muy difícil” y “terco, terco, terco” en una conversación privada con el presidente Jimmy Carter en el Despacho Oval. Los reproches fueron de ida y vuelta. “Hasán II le dijo al presidente Jimmy Carter, en noviembre de 1978, que España ‘no era de fiar’, y que no se podía contar con ella para defender la estabilidad del Mediterráneo occidental porque don Juan Carlos 'no quiere utilizar sus poderes', y además la mayoría de los españoles eran unos 'timoratos'”, expone Powell. “Hasán II consideraba que España era un país atrasado, más cercano a Marruecos que a otros países europeos como los del Benelux o la propia Francia. A Kissinger incluso le dijo que los españoles eran ‘árabes con boina’ [en aquel entonces, la boina era común entre los campesinos en las zonas rurales de España]”, añade.
Hasán II consideraba que España era un país atrasado, más cercano a Marruecos que a otros países europeos
La relación entre ambos, en palabras de Juan Carlos, contribuyó a apaciguar las relaciones hispano-marroquíes, condenadas a altibajos y crisis cíclicas. “Nuestra amistad aportó estabilidad a las relaciones bilaterales. Las tensiones entre nuestras dos administraciones no empañaban nuestras cordiales relaciones. A veces, le llamaba directamente para intentar allanar o desactivar un problema”, recuerda el emérito.

"Ceder Melilla"
En 2017 se hizo público un cable diplomático estadounidense de 1979. En él, Juan Carlos manifestó al senador Ed Muskie, enviado personalmente por Carter, que Melilla podía “cederse a Marruecos en un plazo relativamente corto” porque “solo vivían allí diez mil españoles”. Añadió que el malestar del ejército “duraría dos meses”. Sobre Ceuta, propuso estudiar una fórmula internacional similar a la de Tánger. "En ausencia de una solución, (el rey) temía la posibilidad de otra Marcha Verde que podría crear problemas serios", añade el telegrama diplomático, que comienza describiendo el clima en que se desarrolló la conversación en el Palacio de la Zarzuela –registrada por la prensa gráfica al inicio y final del encuentro– con un monarca "muy relajado y comunicativo" que repitió varias veces que iba a hablar de manera "franca y abierta" entre otras cosas porque la conversación era "secreta".
Aquel diálogo casaba también con los cálculos de Hasán II. “El monarca alauí pensaba en 1978 que recuperaría Melilla en un lapso de tiempo relativamente corto. Por eso no quiso que se desarrollara económicamente la ciudad contigua de Nador. Creía que si se desarrollaba, recibiría un puerto de Melilla moribundo y no le interesaba”, arguye Powell. A principios de aquel año el rey visitó Madrid. “La primera visita oficial de Hasán II a España fue en enero de 1978 y fue también la primera visita al exterior que realizaba desde diciembre de 1976 porque se había enfrentado a varios golpes de Estado y temía abandonar el país”, rememora el director del Real Instituto Elcano. “A Hasán II, tras su visita a Madrid en 1978, le impresionó mucho Adolfo Suárez y le pidió a Juan Carlos que se lo prestara unos días para que le acompañara a Rabat. Le consideraba muy inteligente pero mal aprovechado”.

El monarca alauí pensaba en 1978 que recuperaría Melilla en un lapso de tiempo relativamente corto
A lo largo de las siguientes dos décadas el destino de las ciudades autónomas españolas en el continente africano quedó entrelazado con Gibraltar. “Juan Carlos I tenía muy presente que Hassán II le había advertido a menudo de que, si España recuperaba Gibraltar, Marruecos tendría derecho a activar de inmediato su reclamación de Ceuta y Melilla. Ese fue uno de los motivos por los que el rey no quiso que la reivindicación de Gibraltar fuese mucho más allá de las conversaciones bilaterales con Londres para mejorar la relación bilateral y la situación económica y social del Campo de Gibraltar”, apunta Powell.
En sus memorias, el emérito recupera una conversación fugaz con “su hermano”: “En cuanto a los dos enclaves españoles en la costa marroquí, Ceuta y Melilla, Hasán II me decía: 'La próxima generación tendrá que resolver esta cuestión'”. La amistad duró hasta los últimos compases del rey alauí. “Moribundo, festejó su último cumpleaños con Juan Carlos en Rabat. Y durante los funerales todos vimos un vídeo de Juan Carlos llorando delante del rey Mohamed VI”, recuerda Lmrabet. Jose María Aznar, que le acompañó en las exequias, ha relatado el tono familiar con el que el Borbón abordó a Mohamed VI. Le dijo que le tratara de “tío” y le transmitió apoyo, consejo y disponibilidad en un momento difícil y cargado de responsabilidad. El heredero marroquí nunca lo consideró como tal. En su caso, el hombre que le había acunado desde pequeño era el entonces presidente francés Jacquer Chirac.
“Corina dijo que Mohamed VI le había ofrecido a Juan Carlos unos terrenos cerca de Marrakech. Entre Felipe VI y Mohamed VI no creo que haya ninguna 'relación especial' como la que existió entre sus padres. La reina Sofía reconoció en un libro que Felipe no se sentía muy atraído por los príncipes orientales”, agrega Lmrabet. Medio siglo después del acontecimiento que inauguró su “amistad” -con uno de los conflictos más longevos de África como consecuencia más directa-, el emérito vive refugiado en una de aquellas monarquías árabes a las que Franco le instó a mimar. Precisamente, apunta Powell, Hasán siempre observó con recelo el otro lado del Estrecho, empecinado tal vez en un juego de espejos imposible. “A Hasán II le habría gustado que España no hubiera tenido una monarquía parlamentaria exitosa, sino una monarquía autoritaria, que su sistema fuera más cercano al marroquí”, concluye.
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1 Comentarios
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hace 12 segundos
LO DE «»REY EMÉRITO»» YA HUELE, CHIRRÍA. EL REY PADRE ES MÁS ADECUADO.
DICHO ESTO, EL SEÑOR CARRIÓN ESCRIBIÓ ESTE PANFLETO EN SUS HORAS LIBRES, QUE A JUZGAR POR SU CALIDAD DE ESCRIBANO DEBEN DE SER MUCHAS.
«Fue el emérito quien entregó el Sahara a Marruecos»
Franco moribundo y JUAN CARLOS, Principe de España, no entregó el Sahara a nadie, como podría hacerlo en su calidad de sustituto de Jefe del Estado?
Eso que escribe usted es una infamia, desde el principio al fin. No me extraña que la prensa española tenga tan mala «prensa»