Se llamaba Alejo Vidal-Quadras y fue el retratista del Sha de Persia y su familia. Sus obras, repartidas hoy entre un palacio de Teherán y el exilio, son uno de los últimos testimonios de una belle époque que finiquitó abruptamente el triunfo de la Revolución Islámica en Irán. El pintor Vidal-Quadras, un autor prolífico que hasta su fallecimiento en 1994 retrató a príncipes, monarcas y actrices de medio mundo, es primo hermano del político que se recupera estos días del intento de asesinato sufrido en un céntrico barrio de Madrid y de cuya autoría él mismo ha responsabilizado al régimen de los Ayatolás.

La vida de los dos Alejos, el pintor y el político, apenas conoce coincidencias más allá del parentesco y la coordenada iraní. El artista nació en abril de 1919 en Barcelona y recibió el encargo de retratar a la familia imperial iraní en la década de 1960. El político, ex presidente del Partido Popular de Cataluña y fundador de Vox, nació en mayo de 1945 en la ciudad condal y entró en contacto con el Consejo Nacional de la Resistencia de Irán cuando era europarlamentario. Desde entonces ha colaborado con el movimiento que presume de ser la principal plataforma de la oposición iraní. “Hay que desligar ambos acontecimientos. Son vidas completamente distintas. Cuando Alejo el pintor retrataba al Sha, su tocayo, el político, tenía 19 años. Era un chaval y no creo que supiera entonces que iba a ser físico o político”, relata Mónica Vidal-Quadras.

La princesa Ashraf asiste en Teherán en la exposición que exhibió los retratos del Sha y su familia pintados por Vidal-Quadras.

Hijo de una estipe de banqueros catalanes

Mónica, la sobrina del artista, acepta hablar con El Independiente sobre su tío y una obra desconocida en su país de origen, donde no se ha celebrado ninguna retrospectiva desde su óbito. Mónica rompe su silencio con una condición: “Que se aclaren las cosas y se pare de escribir cosas que no existen, que son postverdades”. “Me parece muy triste que se aproveche un momento como éste, para sacar todo esto. Estoy consternada”, confiesa Mónica, también pintora y responsable de su memoria como conservadora de la colección de Alejo Vidal-Quadras, desde su residencia en Portugal.

La biografía del Alejo Vidal-Quadras cuyo recuerdo han desempolvado los últimos acontecimientos arranca en la alta burguesía barcelonesa a finales de la década de 1910. La suya es una estirpe de banqueros catalanes. “Vive sus primeros años de vida entre Barcelona y Cannes. A los 10 años regresa a Barcelona y con 21 se marcha junto a su familia a Buenos Aires”, rememora Mónica, muy ligada al artista, con quien pasó largas temporadas. Desde pequeño Alejo brilló por su talento. Durante las clases, dibujaba caricaturas de sus profesores. Siguiendo los consejos maternos, acudió a los cursos de pintura que impartía José María Vidal-Quadras, su tío y un reconocido y admirado retratista de las familias más pudientes de Cataluña.

Los Güell, parientes de los Vidal-Quadras, le encargaron primero ilustrar un libro de historia contemporánea y más tarde una serie de retratos de parientes. En 1941, poco antes de partir hacia América e iniciar vida entre Argentina y Chile, Alejo organizó su primera exposición en Barcelona. Una cita que acreditó su éxito entre la élite local. Interrumpió su carrera de Derecho para volcarse en el arte. En Buenas Aires se convirtió en discípulo del pintor español Vicente Puig.

Desde los 14 años y hasta su muerte vivió de sus retratos

“Era una persona muy centrada sin necesidad de egos o de llamar la atención. Era un señor como los que ya no hay. Era consciente de la suerte increíble de haber podido vivir de su don. Desde los 14 años y hasta su muerte vivió de sus retratos, algo bastante difícil para un artista”, subraya Mónica. “Era un buen embajador de España y una persona con la que se entablaba amistad fácilmente. Sus clientes se volvían sus amigos enseguida”.

Recorte del Tehran Journal que informa de la inauguración de la exposición de Vidal-Quadras en Teherán en 1964.

El encargo de la Condesa de París que le catapultó

Al otro lado del Atlántico Vidal-Quadras conoció a su primera esposa, Tilda Thamar, una estrella del cine argentino. Ambos se establecieron a finales de la década de 1940 en París, donde su reputación como retratista se consolidó. “En 1956 salta a la fama por el primer encargo que recibe de la Condesa de París, Isabel de Orleans y Braganza”, esboza Mónica. Con motivo de sus bodas de plata, la condesa -fascinada tras visitar una exposición de óleos del artista- contrató al catalán para que realizara su retrato y el de cada uno de sus once hijos. Las obras son pintadas en secreto durante cuatro meses en el castillo de Coeur-Volant, a 10 kilómetros de París. El resultado resulta tan apoteósico que uno de los cuadros, el del benjamín Teobaldo, acaba siendo portada de Paris-Match. La familia de Saboya le encargó varios retratos.

A partir de entonces Vidal-Quadras se conviertió en un cotizado pintor para aristócratas y casas reales. “Retrata al rey Juan Carlos y la reina Sofía, recién casados y aún príncipes; al rey Humberto II de Italia y su hijos, las princesas María Pía de Saboya y María Gabriela y el príncipe Victor Emmanuel. Llegó a pintar también a los cuatro hijos de María Pía, cubriendo así tres generaciones. Los Grandes Duques de Luxemburgo o la reina de Dinamarca también figuran entre obras”, enumera Mónica, la principal albacea de su colección.

No son los únicos. También se rinden a sus pinceladas las duquesas de Windsor y Kent; los reyes Husein y Noor de Jordania; o Grace Kelly sus vástagos, los príncipes Alberto y Carolina, en el Palacio Grimaldi de Mónaco, en cuyas estancias aún cuelgan hasta siete cuadros de la familia firmados por Alejo.

Juan Carlos y Sofía posan junto a sus retratos en Estoril (Portugal) en 1962.

"El don de captar el alma de las personas"

“Tenía el don de captar el alma de las personas. Era un don incluso más contundente con los hombres. Le daba mucho énfasis a los ojos y tenía un trazo muy firme y elaborado, con una total maestría del carboncillo, especialmente en los años 60 y 70, que era un período en el que estaba en la plenitud de su carrera”, explica Mónica. “Era muy difícil no reconocer un Vidal-Quadras. Siendo un pintor figurativo, le aportó modernidad a los retratos de corte, porque lo que hacía eran retratos sentados, posados”.

Un fulgurante estrellato entre las monarquías europeas que debió llegar a oídos del que sería el último sha de Irán, Mohamed Reza Pahlevi (1919-1980), y su esposa, la popular Farah Diba. “Es que todos se conocían”, admite Mónica. “Cuando Alejo trabajaba con óleo, hacía primero un estudio al carboncillo. Cuando los clientes adquirían el óleo, el carboncillo se lo regalaba”. “Hacía retratos en carboncillo en dos horas, en dos poses de una hora, una cada día”.

Estudios al carboncillo de la familia del Sha de Persia.

Los hijos del Sha y Farah me sorprendieron por su buena educación, hablan francés perfectamente, no están nada mimados

Según el propio artista, la princesa Ashraf, hermana gemela del Sha, acude a la exposición patrocinada por los príncipes de Mónaco en Montecarlo y queda prendada de su obra. La familia imperial iraní le encarga una serie de retratos que Vidal-Quadras completa entre 1961 y 1965. “Yo era muy pequeña entonces pero sé que fue un encargo aunque no recuerdo exactamente los detalles. Alejo tenía una agenda muy llena y fue uno de los primeros retratistas en viajar hacia donde se encontraban los clientes. Tomaba aviones e iba a cualquier lugar del mundo para pintar sus obras”, comenta Mónica.

Para acometer su misión, Vidal-Quadras se embarcó en un viaje de ensueño. La familia real le sufraga el viaje y una estancia de mes y medio en Teherán. “Los hijos del Sha y Farah me sorprendieron por su buena educación, hablan francés perfectamente, no están nada mimados, y me pedían permiso para levantarse”, rememora el artista en una entrevista posterior. Su presencia no pasa desapercibida en la corte que tres lustros después abrazará el destierro. Farah organizó una exposición donde se mostraron siete óleos y tres dibujos. Se subasta un dibujo de Reza, el actual príncipe heredero, por el que se llegaron a pagar 55.000 dólares, una cifra récord en la época. Según el artista, el destino de aquella suma de dinero fue el cuerpo de alfabetización.

Mes y medio de vida palaciega en Teherán

A tenor de la correspondencia entre Vidal-Quadras y la casa real persa, algunos de los retratos son completados en París, en su taller del barrio de Montmartre. En una misiva de Alejo a la princesa Ashraf, fechada alrededor de 1966, el artista le ruega que a la mayor brevedad posible salde la deuda contraída en la tienda de París escogida para colocar la moldura en su retrato al óleo y el de sus retoños. Mónica recuerda la inquietud con la que su tío asistió a la caída del Sha en 1979. “Vivía con él en París y estaba muy preocupado con sus retratos. Miraba todos los noticiarios y se preguntaba: 'Dios mío, ¿qué ha pasado con mis cuadros?'”.

Retrato de la princesa iraní Ashraf Pahlevi, subastado en 2018.

Desde entonces su paradero había sido un misterio. Se desconocía si los retratos habían enfilado el camino hacia el exilio de sus protagonistas o habían sucumbido a la destrucción, víctimas de un calculado ejercicio de desmemoria. Parte de la colección, no obstante, aún decora los suntuosos salones del antiguo palacio del sha, emplazado en el barrio de Niavaran y convertido en uno de los monumentos más visitados por iraníes y extranjeros en Teherán. Los cuadros engrosan la lista de joyas expuestas en los nueve mil metros cuadrados de un complejo palaciego que levanta acta de la lujosa existencia de los Pahlevi, cuya construcción fue concluida en 1968. Como recoge una crónica de Efe publicada en 2015, el recinto -dotado de una sala privada de cine- es “una mezcla de lujo, modernidad occidental e inspiración persa, en donde las pinturas europeas vanguardistas se confunden con vajillas de plata tradicionales y con los retratos de los Pahlevi realizados por el pintor español Alejo Vidal-Quadras”.

La colección de una de las monarquías más adineradas del planeta -en 1979 su fortuna superaba los mil millones de dólares- incluye las fastuosas ropas de Farah -con brocados de hilo de oro y pieles de la más diversa procedencia-, alfombras, mobiliario, juguetes o vajillas. Sus actuales propietarios, el régimen teocrático iraní, han conservado el palacio congelado en el tiempo. La mayoría de los retratos se hallan en su lugar original, tal y como lucían en los tiempos en los que el palacio estaba habitado. Según Alejandro Espejo, historiador de la Universidad Rey Juan Carlos, hasta cuatro cuadros permanecen colgados en las estancias: los retratos al óleo de Farah Diba con sus hijos y el de la emperatriz en solitario, vestida de naranja y con tiara, y los estudio al carboncillo de los vástagos de Farah.

El Sha de Persia y su familia

Otras de las obras firmadas por el catalán abrazaron el exilio que también afectó a aquellos que retrató. El retrato al óleo de la princesa Ashraf Pahlevi, realizado en 1964, fue subastado por Christie's hace cinco años. Hasta entonces decoraba uno de los salones del apartamento de la noble en Nueva York. La incógnita no resuelta es el paradero final del retrato del Sha, que falleció en 1980 en El Cairo, donde la familia pasó los primeros meses de exilio. Espejo apunta a que la obra compartía espacio con la de su esposa, “pero en algún momento entre finales de los años 60 y mediados de los 70 debieron cambiarlo de lugar”.

“Ignoro si Alejo llegó a conocer el estado de sus obras”, apunta Mónica. Durante décadas se granjeó el apodo del “artista de las celebridades del mundo”, desde la realeza a las divas de Hollywood. Para él posó Yul Brynner, Audrey Hepburn o Marilyn Monroe. “La pobre Marilyn era como una niña... no era nada vampiresa como en las películas; daba más bien ganas de protegerla”, aseguró Vidal-Quadras, quien alternó su residencia parisina con una casa en Palm Beach, en el sur de Florida. “Firmó miles de retratos. En cientos de casas de Palm Beach había retratos suyos”, comenta su sobrina. “Llegó a tener tantos encargos allí que, después de dos décadas viajando a Florida, compró una casita en Palm Beach, donde pasaba cuatro o cinco meses al año Tuvo una vida totalmente dedicada a su trabajo”.

Grace Kelly

Grace Kelly, la princesa de Mónaco, mira su retrato con sus hijos, los príncipes Alberto y Carolina, en 1964.

Grace Kelly posa para Vidal-Quadras en 1961.

Audrey Hepburn

Vidal-Quadras pinta a la actriz británica Audrey Hepburn en su atelier de París.

José António Grau

Vidal-Quadras retrata al pintor también catalán José António Grau en su taller de Buenos Aires en 1946.

El encuentro de los dos Alejos

Fue allí, en su residencia de Palm Beach, donde los dos Alejos -separados por más de dos décadas- se encontraron por primera vez. “En los años 80 el Alejo que luego sería político, a propósito de su visita a Florida, pasó por Palm Beach para visitar a Alejo el pintor. Comieron juntos. Recuerdo que mi tío se quedó muy feliz. 'Es un chico muy brillante. Me encantó conocer a mi tocayo', me dijo. Los dos sintieron una admiración profunda. Casi en un plano espiritual se reconocieron y se admiraron. Hubo respeto mutuo. Pero Alejo político era todavía un físico nuclear o algo así. Ambos eran primos hermanos”. Mónica duda que después de aquella fecha se produjera algún reencuentro.

Casi en un plano espiritual se reconocieron y se admiraron. Hubo respeto mutuo

Pocos se resistieron a su paleta. Inmortalizó a los herederos de Winston Churchill; Maria Callas; el barón Hans Heinrich Thyssen-Bornemisza; la familia del magnate naviero Aristotéles Onassis; José Luis de Vilallonga o los Rockefeller. Su trazo captó a varias generaciones de poderosas familias estadounidenses. En España retrató a Truman Capote, durante el estío que pasó en la Costa Brava en mitad de la redacción final de A Sangre Fría. También dibujó a Miguel Bosé, con apenas cinco años, junto a Pablo Picasso durante una corrida de Dominguín en la plaza de toros de Fréjus, una localidad francesa de la región de Provenza-Costa Azul.

Sin exposición en España

Vidal-Quadras junto a compañeros en su estudio de Bueno Aires en 1946.

Su obra, expuesta repetidamente en galerías de arte como Wally Findlay Galleries (Nueva York, París y Palm Beach) y Frank Partridge de Londres, es escasamente conocida en los confines de su patria. “Resulta bastante desconocida porque pasó mucho tiempo. En los años 80 todavía tenía amigos en Madrid y Cataluña e iba de vez en cuando a Barcelona. Le encantaba el Mediterráneo”, evoca su sobrina, quien reconoce con pesar no haber podido organizar una exhibición en su país. “En España no se enteraron de nada. Cuando fui a Barcelona a intentar hacer una exposición sobre él hace años, me dijeron: 'Alejo es más conocido en Europa del norte. Aquí tenemos muy buenos pintores también'”. Las tentativas de exponer su obra -la fundación tiene en su colección más de un centenar de obras- han resultado hasta ahora infructuosas. La última exhibición en suelo español data de 1958 y acaeció en Barcelona.

Los azares del destino, con el intento de asesinato del ex fundador de Vox y la tesis de la implicación iraní en el radar de la policía española, han vuelto a traer a escena a ese Alejo Vidal-Quadras que retrató los últimos años de la vida en suelo iraní de la familia imperial persa, con ese trazo intimista capaz de captar el alma de quien se atrevía a posar para él. “Alejo establecía vínculos con quienes retrataba, como si fuera un confesor o un psicólogo. Era una persona sin teatro ni pretensiones, alguien que democratizó el retrato de corte. Jamás paró de trabajar y de observar al ser humano. Se hizo cada vez más humano, más compasivo. Tras 70 años, sabía escuchar como un auténtico humanista. Fue su lección de vida”, concluye.