“Están muriendo. Los ataques aéreos son diarios y continuos. No quedan alimentos ni agua. Tampoco hay ya luz ni calefacción”, relata Kiriil Vishyalov, un vecino de Mariúpol que consiguió abandonar la ciudad hace unos días. La urbe, sitiada por las tropas rusas, sufre desde principios de este mes un impenetrable apagón informativo y un asedio agónico, sometidas a bombardeos sistemáticos. Unos 430.000 habitantes residían en su callejero antes de la contienda, hace apenas unas semanas.
Los testimonios publicados bajo estas líneas han sido reunidos por personas que cuentan con parientes atrapados en Mariúpol, un enclave estratégico en el sur de Ucrania. Están llenos de angustia y zozobra. En sus palabras resuenan todas las dudas que jalonan días de silencio e incomunicación, en busca de respuestas que rara vez llegan. Recuerdan las últimas conversaciones telefónicas y las pesquisas que han conseguido obtener desde entonces, sorteando el colapso de las comunicaciones. En muchos casos, es una esperanza que adopta la forma de un SMS llegado de un número de teléfono desconocido o un comentario de un amigo que logró milagrosamente establecer comunicación con el mundo exterior.
Los civiles muertos en la ciudad podrían superar ya los 20.000
La muerte ha tomado Mariúpol. Según un asesor municipal, hasta este pasado lunes se habían contabilizado 2.400 víctimas pero -avanzó- la cifra podría ser mayor porque, en mitad del caos y la destrucción, establecer una cifra resulta una misión imposible. “No contamos con un número preciso de los civiles muertos”, reconoció Pyotr Andryushchenko en declaraciones a la radio local Current Time. Su estimación es que la cifra exceda ya las 20.000 almas, perdidas bajo los escombros.
Este martes, en un cambio notable del asedio que padece la ciudad, las autoridades de Mariúpol informaron de la salida de 4.000 vehículos que habían logrado escapar al sitio a través de un corredor en dirección a la ciudad de Zaporizhzhia, controlada por Kiev y bombardeada este miércoles. En total 20.000 civiles dejaron ayer la urbe. La víspera solo habían conseguido dejar atrás Mariúpol 150 vehículos.
A última hora de este martes, medios locales denunciaron que los uniformados rusos mantenían retenidos a unas 400 personas en un hospital de cuidados intensivos de la ciudad, "convertidas en rehenes". “Los rusos trajeron a unas 400 personas de las casas cercanas hasta nuestra clínica. Los trasladaron al sótano y resulta imposible salir”, narró uno de los galenos. Aquí los testimonios de quienes aún esperan respuestas de sus seres queridos, residentes de una ciudad en llamas.
Tetiana
Mis padres continúan en Mariúpol. También la familia de mi marido. Viven todos en la mismo área de la ciudad. El 2 de marzo le perdimos el rastro a todos ellos. Antes de esa fecha, me escribieron para decirme que la ciudad se había quedado sin electricidad. Y cuando se va luz, no hay suministro de agua ni calefacción. Sé muy bien lo que implica eso. En enero estuve en Mariúpol y las luces fundieron a negro en nuestro barrio. Todo desapareció y solo el gas funcionaba. Hacía frío y no podías hacer nada. Cuando mi madre me escribió que las luces se habían apagado, entendí lo que significaba.
Hacía frío y no podías hacer nada. Cuando mi madre me escribió que las luces se habían apagado, entendí lo que significaba
También perdí el contacto con una amiga que reside cerca. Durante las primeras jornadas de la guerra, estaba preocupada por su hermano, que se encontraba en Járkov. Allí tuvieron lugar los primeros bombardeos. Estaba realmente aterrada por la suerte de su hermano. Lo que no podía imaginar es que en cuestión de días ella misma viviría una situación similar, incluso peor.
A mi madre siempre le había advertido de las consecuencias de una guerra. La compañía en la que trabajo me había explicado qué hacer en caso de invasión militar pero nunca me escuchaba. Tampoco quería hablar del asunto. Era mi deber intentarlos. Ya sabía que mis padres no dejarían la ciudad. No lo hicieron en 2014 cuando los rusos la bombardearon. Al menos quería que estuviesen preparados. En mi última conversación con ella le pedí que salieran pero me encontré con su negativa. Me pidió algunas instrucciones para preparar la casa para la guerra. Compraron alimentos y, cuando estallaron los primeros combates, mi padre fue a un supermercado e hizo acopio de comida enlatada. Mi madre se dio un baño y llenó de agua la bañera por lo que pudiera pasar. Me dijo que restablecerían la electricidad pronto.
En los días siguientes logré contactar con un amigo de la ciudad. Comprobé que había visto una de mis historias en Instagram. Su conexión de internet seguía funcionando. Me confirmó que la situación se había vuelto muy tensa. Le supliqué que fuera a ver a mis padres, les saludara y les pidiera que abandonaran la ciudad si se establecía un corredor.
Le supliqué que fuera a ver a mis padres, les saludara y les pidiera que abandonaran la ciudad
No volví a tener noticias de mis padres hasta el 9 de marzo. Me llamó mi padre. Hablamos durante 10 minutos. Aunque en internet había leído que las bombas no había afectado a mi barrio, mi padre me relató que el distrito había quedado arrasado. La casa de los vecinos había desaparecido. Allí vivían una amiga y su marido. No sé nada de ellos. De nuestro hogar habían sido arrancados los marcos, las puertas y las ventanas.
Mis padres se refugiaron en la entrada de un bloque residencial. Era peligroso incluso seguir allí. Una unidad del ejército ucraniano llegó en un blindado y los evacuó. Regresaron a casa un día después a recoger la comida almacenada y al gato que había quedado al cuidado de un vecino que se negaba a abandonar la zona. Según mi padre, el mayor problema es el agua. La traen directamente del río y tiene una apariencia amarillenta. Mi padre conserva el buen humor y el ánimo. Le pedí que lo mantenga y que sean fuertes porque la voluntad de vivir y el optimismo es lo más importante. Es lo único que nos ayudará a sobrevivir en tales circunstancias.
Julia
Mi madre, mi tío y muchos de mis amigos viven en Mariúpol. La última vez que hablé con mi madre fue la tarde del 2 de marzo. Se quejó de que la conexión era muy mala. Había interrupciones constantes. Me dijo que el ejército ruso había posicionado sus tanques y blindados cerca de nuestra casa, apuntando hacia la ciudad.
Una de las ventanas de nuestra vivienda había resultado dañada por la artillería. Mi madre prometió arreglarla pero me reconoció que estaba asustada y que temía que hubieran abierto fuego contra las casas a propósito. Luego la conexión hizo imposible la comunicación. Recibí un mensaje de mi madre: “Han golpeado el mill (una calle cercana). Si no te escribo es que hemos perdido la conexión. No te preocupes”. No volví a saber nada de ella hasta el domingo 13 de marzo.
Recibí un SMS: 'Tu madre está viva y me ha pedido que no te preocupes'
Mi tía, que vive en Makeyevka [una zona bajo control de Rusia en la región del Donbás], me escribió para decirme que le había llegado un SMS desde un número desconocido: “Tu madre está viva y me ha pedido que no te preocupes”. Eso es todo.
Por otros amigos que han logrado comunicarse con sus seres queridos, sé que los rusos están por todos lados ya; que están llevando a cabo un censo, anotando los datos de los pasaportes de los civiles; y que piden comida. Uno de mis primos, que también permanece en Mariúpol, me comentó que si te desplazas hasta una torre de comunicación, es posible llamar. Me aclaró que estaban todos vivos y que la ciudad está casi destruida y saqueada. No quedan alimentos ni agua y los negocios han sido asaltados por los rusos. Hay combates en las calles y las bombas caen sin tregua. Viven en los refugios.
Varvara
Mi madre tiene 52 años. Es profesora de ciencias en la universidad. Mi abuelo sigue viviendo en Mariúpol y una semana antes de la guerra fue a visitarle porque había caído enfermo. La última vez que recibí un mensaje fue el 5 de marzo. Me dijo que un misil había caído en el jardín de la casa contigua.
Logró escribir en Facebook que la casa ya no era un lugar seguro
Los cristales de nuestras ventanas se habían evaporado por el impacto y solo quedaba algo de comida. Logró escribir en Facebook que la casa ya no era un lugar seguro. Estaba ubicada en el centro de la ciudad, no lejos de la plaza principal de Mariúpol y la estación del ferrocarril.
Desde entonces, y han pasado ya diez días, no hemos vuelto a saber nada de ella. Un pariente se puso en contacto hace unos días para informarnos que la habían visto y que estaba sana y salva. Pero ya han pasado unas jornadas.
Un vecino evacuado
Acabo de salir de Mariúpol. Tomé valeriana para el trayecto porque estaba temblando. He sido testigo de tantas cosas durante estos 20 días que me ha afectado psicológicamente. No puedo describirlo todo ahora pero resultó muy duro.
Para calentarnos nos vimos obligados a salir a la búsqueda de ramas de los árboles
Hubo momentos en los que los proyectiles volaban sobre mi casa. En el hogar que dejé no hay sótano y tuvimos que dormir sobre el suelo del sótano del vecino. Para calentarnos nos vimos obligados a salir a la búsqueda de ramas de los árboles. He oído que van de camino camiones con ayuda humanitaria y que, en el camino de regreso, podrán llevarse a los que deseen abandonar la ciudad.
Con la asistencia de Mariia Shuvalova, desde Kiev
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