Es un suspiro, un instante que nunca crees que te sucederá. Eso les pasa a otros. Dicen que fueron 30 segundos, segundos de eternidad. En ellos te da tiempo a dudar del zumbido, a compararlo con otros. Incluso a valorar un temblor y a descubrir que es capaz de abrir la puerta del pánico en un abrir y cerrar de ojos.
El Marrakech que revisité 24 horas antes del terremoto continúa siendo caótico y mágico a la vez
Marruecos ha cambiado desde que lo conocí por primera vez. Al menos en mi recuerdo la simpatía casi reverencial al turista persiste. La generosidad de la miseria también. Quizá el regateo y el acoso para comprar "más barato que Mercadona" se han rebajado. También diría que la higiene ha subido algún peldaño.
El Marrakech que revisité 24 horas antes del terremoto continúa siendo caótico y mágico a la vez. Una convivencia alocada de turistas, locales, motos, burros y gatos sin apenas malas caras.
La tercera ciudad del país esconde una medina laberíntica y misteriosa con comercios que parecen iguales y son siempre singulares. Calles estrechas, oscuras, rojizas o azules, con edificios milenarios que han visto la historia pasar (y algún terremoto) e inmuebles de adobe o construcciones endebles que el viernes colapsaron.
Marrakech no ha sido la ciudad que mayor precio ha pagado en este pulso entre la miseria y las profundidades de la tierra. Al sur, la regiones más afectadas aún tiemblan. Cuando nos fuimos de Marrakech camino de Essaouira solo esperábamos volver algún día. ¡Cómo imaginar que aquel laberinto de calles se partiría en solo 30 segundos!
Nos tocó padecerlos a 190 kilómetros de allí, en uno de los destinos de costa favoritos del país. Acabábamos de acostarnos en la habitación de la cuarta planta del riad. Repasábamos las fotos del atardecer de película que habíamos disfrutado hasta que llegó el zumbido extraño, el vaivén inexplicable. No sé por qué enseguida pensé que era un terremoto. "¡Vamos fuera, rápido! ¡Es un terremoto!". Nunca he bajado tan rápido cuatro plantas descalzo y en pijama.
¡Vamos fuera, rápido! ¡Es un terremoto! Nunca he bajado tan rápido cuatro plantas descalzo y en pijama
Mi mujer y mi hijo (vaya templanza, madre mía) lo hicieron a la velocidad del sonido. En la calle, entre bloque y bloque, turistas y vecinos, familias y parejas con lo puesto compartían susto, incertidumbre y miedo. Ni siquiera ahí estábamos a salvo. Era una ratonera, como toda la medina.
¿Qué te llevas en un instante así? ¿El dinero? ¿La documentación? ¿Ropa de abrigo? ¿El móvil? Nada. Dos horas de miedo después y tras buscar la ciencia del terremoto en internet, nos fuimos a dormir. Es un decir. Perder la consciencia en una situación así parece una irresponsabilidad o un alivio, según se mire.
Quizá tener que sobrevivir cada día convierte la vida en un privilegio solo dependiente de eso, de un suspiro, de 30 segundos de las profundidades de la tierra
Hoy hemos amanecido en Essaouira y la vida había regresado al mismo suspiro previo al temblor. Como si nada hubiera sucedido, como si el séptimo escalón de Richter no nos hubiese enseñado el precipicio. Las noticias habían disparado de 300 a 600 los fallecidos y a más de un millar poco después. A esta hora superan los 1.300. Terrible. Será una cuestión cultural, pero sigo sorprendido por la ausencia de muestras públicas de duelo, de dolor... quizá tener que sobrevivir cada día convierte la vida en un privilegio solo dependiente de eso, de un suspiro, de 30 segundos de las profundidades de la tierra.
En Marrakech miles de familias hacen lo propio en parques y aceras. Ni ellos ni nosotros dormiremos. Pero a ellos mañana les quedará remontar este drama
El sábado debíamos regresar a Marrakech. Dormir y amanecer para volar. "¿Al aeropuerto o al riad?", repitió el taxista. "Al riad, al riad", respondimos. La cara de Younes nos reveló que nos equivocábamos. Bastó que nos recordara que varios riad estaban muy afectados y que la réplicas continuarían para decidir que mejor "al aeropuerto, al aeropuerto".
Y aquí estamos, como muchos turistas, buscando un hueco en la terminal de Menara donde pasar la noche. En Marrakech miles de familias hacen lo propio en parques y aceras. Ni ellos ni nosotros dormiremos. Pero a ellos mañana les quedará remontar este drama, recuperarse y seguir conviviendo con la duda y el miedo. A nosotros, incorporar esta experiencia como un episodio singular de aquellas vacaciones que nos volvieron a dejar sin palabras en la maravillosa Marruecos.
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