Maya Villalobo Sinvany habría cumplido 20 años esta semana. “Es complicado de describir quién era Maya: siempre sonriendo, siempre contenta; payasa y, por otra parte, muy responsable. Se ganaba a la gente y no necesitaba mucho para hacerlo”, relata su padre. A un año de su muerte, Eduardo Villalobo ha decidido hablar para honrar la memoria de su hija, junto a Iván Illarramendi la víctima española de los ataques de Hamás que el 7 de octubre de 2023 se cobraron 1.139 vidas en la jornada más sangrienta de los 76 años de historia de Israel.
Doce meses de “tristeza tremenda” y “enorme vacío” en los que Eduardo, profesor de Microbiología de la Universidad de Sevilla, elaboró el duelo y mantuvo un riguroso silencio. “Jamás en mi vida había conocido ese vacío. He tenido problemas, como todo el mundo; pero eran problemas que se resuelve mal o bien, pero se resuelven; en los que se puede poner punto final. Para este problema no tengo solución. Esa es mi gran tristeza y mi gran vacío”, desliza en una larga conversación con El Independiente.
Las últimas horas de Maya
Es mediodía de este jueves y Eduardo me cita en un bar de Triana, su barrio. “Ya te explicaré el motivo”, promete cuando envía la ubicación. Es una jornada de calor a orillas del Guadalquivir, una geografía que conocía bien Maya porque era su lugar de reencuentros familiares. “Por primera vez me he sentido con fuerza tras un año. Necesito contar la historia, porque eso me ayuda. Es una especie de catarsis”, explica Eduardo, de 55 años, cuando se le pregunta por su voluntad de hablar. Viene directo de la facultad y llega en bicicleta al encuentro. En unos días parte hacia Israel para estar junto a la madre de Maya en el aniversario de su asesinato.
Eduardo sigue viendo a Maya en los rincones de Triana que recorremos. En el bar evoca las reuniones familiares. En la calle Betis, la vez que practicaron paddle surf en el río o la última Velá de Santa Ana que pasaron juntos. Maya, hispano-israelí, cumplía el servicio militar obligatorio en el batallón 414. Había sido destinada a la base de Nahal Oz, en el desierto del Negev y fronteriza con la Franja de Gaza. Cumplía tareas de vigilancia. “Un cúmulo de azares”, como reconoce su progenitor, hizo que aquel 7 de octubre estuviera de guardia en el centro de mando. El pasado diciembre una investigación desveló que las soldados de vigilancia que se hallaban en aquella estancia habían muerto a causa de un gas tóxico que les provocó asfixia y pérdida del conocimiento en pocos minutos.
- El ejército nos envió un pequeño audio en el que se escucha a Maya reportando el ataque. He leído la transcripción pero no he sido capaz de escuchar el audio. Me han dicho que se le escuchaba tranquila, tremendamente profesional. Otras compañeras sí que gritaban y que estaban más nerviosas por lo que estaba pasando, pero Maya estaba tranquila y reportando lo que lo que estaba ocurriendo. Informó de la intrusión de una veintena de personas, del asalto a la valla, del bulldozer… El ataque comenzó a las 6:35 de la mañana y, según el ejército, prendieron fuego a la sala de control con un gas tóxico alrededor del mediodía. Dicen que las niñas murieron asfixiadas en menos de un minuto. Como padre me pregunto: ¿Y en ese minuto? ¿Y si no se asfixió y se quemó? Para mí es tremendamente duro. No quiero pensar mucho, pero de vez en cuando se me cruza por la cabeza algún pensamiento que no debería…
- ¿Qué preguntas te quedan por resolver de ese final?
- Todas las que no quiero hacerme. Prefiero quedarme con otros recuerdos, con lo que buscaba Maya en el ejército: buscaba personas y encontró personas. Y es que en tan poco tiempo, varias de las niñas que estaban ahí hicieron una amistad que era tremenda. En esos últimos momentos me imagino a las 15 niñas abrazadas y dándose mucho cariño y mucho amor. Prefiero quedarme con eso. Para mí, todo ha acabado; no hay vuelta atrás.
Que Maya estuviera aquel día en el puesto de vigilancia era, sostiene Eduardo, fruto del azar. Había librado el fin de semana anterior para celebrar junto a unas amigas su decimonoveno cumpleaños y unos días después tenía un billete de avión rumbo a Madrid para festejar el de su padre. “Se explica fácilmente con lo que te dicen cuando hay un accidente aéreo. Un accidente aéreo no es que falle una parte del motor; no es un evento singular y único. Para cada accidente tienen que darse un montón de casualidades. En este caso, el azar quiso que Maya estuviera en el sitio inadecuado en el momento inadecuado. Justo el fin de semana anterior tuvo permiso porque era su cumpleaños y consiguió que todas sus amigas más cercanas pudieran salir de sus respectivos cuarteles. El 12 de octubre debía volar. Había logrado que le concedieran permiso para viajar a España y celebrar juntos mi cumpleaños”, rememora Eduardo. “Es una matemática diabólica. La probabilidad de que ocurra esto, más la probabilidad de que hubiera esto multiplicado con la probabilidad…”.
El ataque de Hamás, pergeñado durante años por el brazo armado de la organización islamista palestina en Gaza, se cruzó en el camino de Maya arrasándolo todo. “Cuando unos meses antes supimos que la habían destino allí, pensamos: 'No pasa absolutamente nada. Si está en la frontera, eso tiene que ser poco menos que el búnker de la Casa Blanca, un sitio tremendamente seguro'”, comenta Eduardo. “Encima hacía funciones de vigilancia en una sala de guerra, otro búnker”.
Cuando unos meses antes supimos que la habían destino allí, pensamos: 'No pasa absolutamente nada. Si está en la frontera, eso tiene que ser poco menos que el búnker de la Casa Blanca'
"Llevaban meses reportando qué sucedía"
Una sucesión de errores en la cadena de mando, que el estamento castrense israelí ha prometido investigar y que ha obligado a dimitir a varios altos cargos, evitaron que la operación terrorista fuera abortada. “Todo falló, pero tristemente las chicas, incluida Maya, sabían lo que pasaba. Llevaban meses reportando lo que estaba sucediendo mediante cámaras de vigilancia que se internaban varios kilómetros en Gaza. Habían detectado, por ejemplo, tanques hechos de cartón; gente entrenando el ataque a un tanque, como terminó pasando en su base, o ensayando el derribo de una valla”, narra. Maya también dio muestras de cierta inquietud. “Una semana antes del 7-O, Maya me dijo en una llamada telefónica que no podía hablar porque había mucho movimiento. Le pedí que me explicara qué pasaba. La contestación de Maya cuando no quería decir algo, es que no sabía explicarlo en español. Con el paso del tiempo, me he dado cuenta de que ese algo que no sabía explicar es que estaba habiendo movimientos. De hecho, Maya detectó la intrusión de un terrorista días antes del 7-O y aquel mismo día debían entregarle una condecoración”.
Durante este último año Eduardo ha ido recomponiendo las mil piezas que se quebraron la jornada del ataque y las posteriores, mientras la incertidumbre le carcomía y se aferraba a la idea de que Maya seguía con vida y volverían a abrazarla. “Pensé en varios escenarios: que estuviera escondida o herida; o bien, secuestrada. El tercer escenario no lo quería ni pronunciar. No entraba en mis cálculos”. El lunes, acompañado por unos agentes, denunció su desaparición en un cuartel de la Guardia Civil. “La tarde del martes seguíamos sin noticias. Maya no aparecía en la lista de fallecidos ni secuestrados. Aquel día llamaron a su madre para que diera una prueba de ADN. Aquella petición no me gustó. Me acosté pensando en que no quería que sonara el teléfono. Y a las cuatro de la mañana sonó. No me tuvieron que decir absolutamente nada”.
La noche de aquel mismo día Eduardo viajó a Madrid. A la mañana siguiente tomó un vuelo hacia Tel Aviv. En el funeral militar con el que Maya fue despedida, el profesor le dedicó unas palabras espontáneas. Fue una conversación con su hija, pero “no una despedida”, señala. “Tenemos un vacío en el corazón tan grande como el amor que te profesamos, tan grande como tu inmenso corazón, que resplandece ahora como la gracia más hermosa del universo”, deslizó frente al féretro.
“Las palabras fluyeron. No necesitaba conectar el cerebro con el corazón. Fue una conversación pero una despedida porque no quería despedirla”, rememora. “No quisimos ver su cuerpo. Ya fue suficientemente duro en el cementerio abrazar a Maya a través de una caja. Una de las cosas que recuerdo de ese momento era un olor especial, muy desagradable. Ahora mismo lo estoy oliendo. Otro momento terrible fue cuando el féretro bajó hasta hasta donde está enterrada y echaron tierra encima. La placa de soldado que llevaba junto a la de su madre estaba completamente quemada”.
"Estaba en el mejor momento de su vida..."
En los 363 días que han transcurrido, Eduardo reconoce haber tratado de reconstruir aquellas últimas horas. “Pienso en cuántas horas de estrés, escuchando bombardeos, granadas y disparos, tuvo que soportar. ¿Cómo reacciona una persona ante tanto estrés? Eso me tortura”. Las primeras tropas llegaron pasado el mediodía, cerca de seis horas después de la irrupción de los adláteres de Hamás. De aquellas horas tienen una certeza: el mensaje que Maya le envió a su madre hacia las 9 y media de la mañana a través del móvil de una soldado que logró escapar. “Mami, estoy bien. Te quiero mucho”, escribió.
Maya residía con su madre en Givatayim pero viajaba con frecuencia a Sevilla. “Pasaba las vacaciones escolares. Tenía muy claro que era española e israelí. Quería que sus amigas más íntimas de esta última fase de su vida vinieran a Sevilla. Quería mostrarles España y presentarles a su padre. De hecho, en cuanto me vieron, sus amigas me dijeron: 'lo sabemos todo de ti'. Creo que como padre e hija teníamos una relación muy especial que no sé explicar”.
- Cuando aceptaste esta entrevista, me dijiste: “Sé que el foco de la noticia para este octubre, cuando llegue el día 7, será posiblemente otro, pero si lo consideras y tienes ocasión, espero que tengas un recuerdo por la persona, por Maya, una chica joven que hubiese cumplido 20 años y que estaba en el mejor momento de su vida…”. ¿Cómo te gustaría que fuera recordada Maya?
- Describir a Maya siempre es complicado, pero lo que ve la gente en las fotos de Maya es lo que era Maya: siempre sonriendo; siempre contenta; payasa y , por otra parte, muy responsable. Cuando estaba haciendo el trabajo de vigilancia era hiperresponsable. Cuando estaba trabajando en la pizzería o cuando cuidaba niños como canguro, se lo tomaba con enorme seriedad. Tenía esa doble vertiente: por una parte, una madurez que quizás no correspondía mucho con su edad, pero en cuanto ya no había que tener responsabilidades, era payasa, divertida, amable, simpática. Y quizá una de las cosas que yo creo que es más importante: le encantaba ayudar a los demás. Maya cogía el coche e iba al supermercado a comprarle a sus abuelos. Cuando las amigas tenían algún problemilla, las llamaba. Yo siempre la resumo como mucho amor, mucha amistad y mucha felicidad. La familia y la amistad eran sus dos pilares. En una de mis últimas visitas a Israel, me quedé flipando en la Pizza Porto, la pizzería en la que trabajaba. Tardamos una hora en sentarnos y otra en salir del local. Todo el mundo hablaba con ella. Llevaba solo unos meses. Se ganaba a la gente. No sé cómo lo hacía.
- Ha pasado solo un año. ¿Cuántas cosas le robaron durante estos 12 meses?
- Eso es lo que más duele. Se perdió los cumpleaños de sus padres en octubre. Este año quería venir a la Feria de Abril. Le encantaba el gentío. Tenía pensado pedir permiso en el ejército. Le gustaba la calle, la diversión: era una disfrutona. A veces me decía que quería venirse a vivir a Madrid. Se definía como una 'fashion victim'. El día que inauguraron el Primark en Gran Vía, con una cola de gente, me dijo; Esa cola la tenemos que hacer. A lo mejor se hubiese metido a trabajar en una tienda de ropa. A sus amigas las llevó a Chueca, en el cogollo del ambiente. Se ha perdido muchas cosas. Y una de las cosas que más me cuesta asumir es la cantidad de cosas que se va a perder. Ya llevaba un tiempo asumiendo que Maya había volado. El año que vino con sus amigas en verano, aquí pasó tres días. El resto en Madrid y en Mallorca. Era lo normal. Lo duro es que se va a perder tantas cosas y quería hacer tantas.
Las instantáneas que Eduardo guarda con más cariño son aquellas en la que la joven sonríe o se la ve en plena broma. Despreocupada y feliz. Exultante de alegría. “No sabía lo que quería ser pero yo creo que hubiera sido enfermera o veterinaria. Su sueño más inmediato era hacer un viaje iniciático tras cumplir los 19 meses de servicio militar. Y en ese viaje de mochileros hubiesen pasado muchas cosas”, esboza.
Una de las cosas que más me cuesta asumir es la cantidad de cosas que se va a perder
El sevillano se personó en la causa abierta en la Audiencia Nacional para investigar las circunstancias de la muerte de Maya y tratar de identificar a sus asesinos. “Me personé porque exitía el peligro de que cerraran la causa. Me dije: 'Mi país no puede dejar esto. A la primera dificultad no lo puede dejar'”, explica sin esperanzas de que se llegue alguna vez a poner nombre a los ejecutores. “Pase lo que pase, nadie me va a devolver a Maya. Me hubiese gustado ver en un juicio a los terroristas y contarles lo que han hecho y hablarle de Maya; decirles lo moralmente por encima que estaba ella de ellos. Eso me hubiese gustado, pero eso ya no es posible. Lo demás, incluida la investigación de los errores de seguridad cometidos, es una parte que tienen que hacer los propios israelíes. No voy a ir yo desde España exigiendo al Gobierno israelí que depure responsabilidades”.
- Te hubieras reunido con los asesinos de tu hija…
- Sí. Yo soy de Maixabel [Maixabel Lasa, viuda del político vasco Juan María Jáuregui, asesinado por ETA fue una de las primeras víctimas que aceptó entrevistarse con los asesinos en la cárcel]. Vi la película y me emocionó. Yo hubiese hecho algo parecido a ella. Soy más de eso que de odio.
- ¿Qué le hubieras dicho?
- Soy espontáneo. Probablemente, además de hablarle de mi hija, le hubiese contado el sufrimiento que están causando a su propio pueblo.
Cada vez nos radicalizamos más. ¿Yo me voy a dejar radicalizar? No, yo no
- ¿Odias?
- No, qué va. Esa suerte la tengo. Si no sé quiénes son, ¿a quién voy a odiar yo? Lo que buscan los terroristas es que se odie a su pueblo. ¿Voy a odiar al pueblo palestino? Al revés. Odiar sería darles la razón. Si odiara, habrían vencido ellos. Es como viajar. Salgo hacia Israel. Las circunstancias no son las mejores para viajar. Yo necesito viajar porque tengo que estar con Maya allí. Otro de los objetivos es sembrar el miedo, el terror. Si dejo que eso ocurra, es como decirle: Te lo estoy sirviendo en bandeja.
- El palestino-israelí es un conflicto que parece sin solución…
- Mi posición es clara: las personas. Y eso era Maya. Estamos en una época en la que hay que ser extremista y tener odio. Parece que tienes que estar aquí o allí. No puedes estar en medio, no puedes tener una postura crítica hacia un lado y hacia el otro. Noto que cada vez nos radicalizamos más. ¿Yo me voy a dejar radicalizar? No, yo no. Este conflicto debería haber terminado con la primera víctima. Porque al final son familias que sufren, son gente que ha perdido la vida como Maya. Supongo que la primera víctima querría hacer miles de cosas y querría vivir su vida. Se necesita paz, mucha concordia y buscar el desarrollo y el bienestar de las personas. Lo que también tengo claro es que Maya no es un sacrificio. Esto es tan bonito que se dice: Ojalá el sacrificio de mi hija sea lo que consiga la paz. Yo hubiese preferido que no. Aunque solucione todos los problemas del mundo. A mí me da igual, yo lo que quiero es estar con mi hija.
"Las cosas buenas, las compartía con ella"
Cuenta Eduardo que Maya, fruto de la relación con una israelí mientras ambos estudiaban en Francia, era una confidente, siempre al otro lado del hilo telefónico. Tanto que este año, meses después de su pérdida, tuvo el acto reflejo de llamarla para contarle sus novedades. “Una de las tristezas es que me cuesta trabajo que las cosas buenas que me pasan, darle la importancia que tiene. Me acredité como catedrático recientemente y el día que recibí la notificación electrónica, fue algo instantáneo. Es que las cosas buenas que me pasaban a mí, las compartía con ella”.
Esta semana su familia española celebró su primer cumpleaños sin Maya. “Dijimos: Aquí hay que comer lo que le gusta a Maya: una fuente de patatas fritas, porque ella decía que las que freía la abuela eran especiales; filetes de pollo empanado; y espinacas con garbanzos”. A la cabo Maya Villalobo Sinvany, soldado de observación de la unidad 414 del Cuerpo de Defensa Fronteriza de Israel, la siguen recordando en Sevilla con esa alegría que contagiaba.
En el cementerio de Givatayim, donde reposan sus restos, algunos objetos enviados desde España la acompañan: una fotografía de ella con su abuela y tía y una conchas de la playa gaditana de Zahora, donde solía pasar los veranos. Cuando hace un año el terror se la llevó, Eduardo publicó unos versos de David Harkins: “Puedes derramar lágrimas porque se ha ido, o puedes sonreír porque ha vivido/ Puedes cerrar los ojos y rezar para que vuelva, o puedes abrir los ojos y ver todo lo que le queda”.
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