Las aceitunas se caen sin que nadie se atreva a recogerlas. El campo de olivos se despliega por la falda de la montaña como un territorio comanche. Ningún vecino de Al Sawiya -un pequeño pueblo al sur de Nablus, en los confines de la Cisjordania ocupada- ha vuelto al páramo desde que la tragedia se precipitara entre olivares.
En la casa de Bilal Saleh, encaramada en el promontorio frente a los cultivos hoy malditos, el pánico aún asoma cuando se recuerda el crimen. Sus tres hijos, hoy huérfanos, reciben al periodista con los retratos del padre que perdieron. La imagen del padre de familia se repite por las paredes de la sala de estar. “Aquí todos seguimos unidos. Es la manera de superar el duelo. Nuestro drama es el del pueblo entero”, relata a El Independiente Mona Saleh, la suegra de Bilal.
Los pasos de la desgracia llevan hasta el olivar, una propiedad palestina abandonada ahora por los ataques de los colonos israelíes que viven en la cima de la sierra opuesta. “Habíamos estado un día antes en el olivar. Todo había sido normal. No estaba prohibido aunque a veces cruzaran vehículos militares israelíes”, rememora Mona. La jornada siguiente, a finales de octubre de 2023, fue radicalmente distinta.
“Nos acercamos a recoger aceitunas junto a otras familias del pueblo. Era un día de fiesta para los pequeños”, evoca. La primera señal de alerta la voceó uno de los hombres que habían trepado a uno de los árboles. “Desde su posición vio acercarse a un grupo de colonos. Dio la voz de alarma porque iban armados con rifles. Estaba claro que venían a atacarnos. Todo el mundo recogió apresuradamente y abandonó el lugar”.
Desde su posición vio acercarse a un grupo de colonos. Dio la voz de alarma porque iban armados con rifles
"Nos quedaremos aquí"
En mitad de la huida, Bilal se percató de que se había dejado el móvil. “Nos pidió que siguiéramos con los niños. Él regresó y entonces todos escuchamos unos disparos. Lo primero que pensamos es que los estaban lanzando al aire”, desliza la mujer. Pero se equivocaron. “Cuando fuimos a verlo, estaba herido. Le habían disparado dos veces, una en el corazón y otra en el hombro”, narra.
Bilal no falleció en el acto pero el traslado y los obstáculos de un territorio rodeado de asentamientos terminó condenándolo. “Se tardó una hora en un trayecto que se podría hacer en 20 minutos porque la carretera más directa había sido cortada por las autoridades israelíes”, lamenta Mona. Bilal llegó muerto. “El pueblo vecino tiene otros cuatro mártires. Dos murieron en el funeral en el que iban a enterrar a los primeros asesinados”, narra.
La terraza de la vivienda de Bilal -donde viven su esposa, sus tres hijos y su familia cercana- se asoma al valle donde está emplazado el olivar donde fue asesinado el joven. En la colina de enfrente se observan con nitidez las hileras de casas que forman el asentamiento de Eli, de donde procedían los agresores. La colonia fue establecida a finales de la década de 1980 sobre las tierras expropiadas de la cercana Qaryut, un poblado palestino, y desde entonces ha experimentado una expansión sin tregua. Unas grúas muestran su nueva ampliación.
“El ataque contra Bilal tenía un objetivo claro: quieren que nos vayamos; que aceptemos ser trasladados a otro lugar. Ahora casi nadie se atreve a recoger la cosecha de aceitunas”, maldice Mona. “Pero ¿hacia dónde vamos? ¿a España tal vez? No hay ningún país del mundo que se preocupe de nosotros. Nos quedaremos aquí”, resuelve sin titubeos.
Tenemos miedo. La sensación es que nos puede pasar lo que los colonos quieran
A unos metros, Mohamed, un pariente de 16 años, ofrece más dudas. “Tenemos miedo. La sensación es que nos puede pasar lo que los colonos quieran”, murmura con amargura. Al crecimiento desbocado de los asentamientos, se suma el aumento de la violencia firmada por los colonos. “El establecimiento de asentamientos israelíes en los territorios palestinos ocupados viola flagrantemente el derecho internacional y constituye un crimen de guerra. La violencia es parte integrante del establecimiento y la expansión de estos asentamientos y del mantenimiento del apartheid. Es hora de que el mundo lo reconozca y presione a las autoridades israelíes para que acaten el derecho internacional deteniendo inmediatamente la expansión de los asentamientos y eliminando todos los existentes”, denuncia Heba Morayef, directora regional para Oriente Medio y el Norte de África de Amnistía Internacional.
Desde el asesinato de Bilal se han sucedido otros episodios de violencia en el enclave. La respuesta israelí a los ataques de Hamás de octubre de 2023 se ha sentido como un tsunami en Cisjordania. Se han redoblado la expansión de los asentamientos, defendidos por el Gobierno de Benjamin Netanyahu. En un informe reciente, el Crisis Group subraya el patrón de los ataques contra las tierras de cultivo. “Los actos agresivos, a menudo perpetrados por bandas de jóvenes fuertemente armados, van desde la intimidación verbal y el acoso hasta el robo de ganado y los asaltos a palestinos, en los que los colonos arrancan de raíz los olivos de los agricultores y les niegan el acceso a la tierra y al agua”, detalla la investigación.
El terror también busca ahogar económicamente a las comunidades palestinas que resisten. “En muchos casos, a lo largo de los años, la violencia de los colonos se ha recrudecido durante la cosecha de la aceituna, cuando los colonos arrancan los árboles y atacan a los agricultores, privándoles de una de sus principales fuentes de ingresos. En el caso de las comunidades de pastores beduinos de Cisjordania, cuyo medio de vida se ha basado durante generaciones en el acceso a la tierra donde pastan y beben sus rebaños, el impacto económico de la violencia de los colonos también puede ser devastador, encerrando a los pastores en una espiral de deudas al obligarles a comprar forraje y agua”, agrega el informe.
Las cosechas, en el punto de mira
Desde principios del pasado octubre, la ONU ha registrado 180 ataques de colonos contra 90 comunidades palestinas de Cisjordania. “El 60% de estos incidentes estaban relacionados con la temporada de recogida de aceitunas. Del total, 104 incidentes provocaron víctimas o daños materiales”, señala la OCHA, la oficina de la ONU para la coordinación de asuntos humanitarios. Hace unas semanas el ejército israelí asesinó a una palestina madre de siete hijos en Yenín mientras recogía aceitunas cerca del muro junto con otros recolectores que no suponían ninguna amenaza para las fuerzas. Las restricciones de acceso a las tierras de cultivo se han multiplicado, con el establecimiento de nuevos puestos de control.
El 60% de los ataques desde octubre están relacionados con la temporada de recogida de aceitunas
Sin contar la Jerusalén oriental anexionada, unos 490.000 colonos viven en Cisjordania, hogar de tres millones de palestinos. Entre octubre de 2023 y noviembre de 2024 732 palestinos han sido asesinados en Cisjordania. 715 perecieron a manos de fuerzas israelíes y 12 por colonos israelíes. Durante el mismo periodo, 23 israelíes, entre ellos 16 miembros de las fuerzas israelíes y seis colonos, fueron asesinados por palestinos en Cisjordania.
Unas tácticas que en Al Sawiya tiene como principal víctima a Bilal y su familia. “Todo el mundo le quería. Es una persona amable y sencilla. Era muy cercano a todos y se ganaba la confianza de todos”, rememora Mohamed. El padre de familia se ganaba la vida en trabajos temporales en Tel Aviv y Jerusalén, en supermercados o hoteles. “Su muerte demuestra que los colonos han impuesto su ley. Nadie les castiga; nadie nos protege”, esboza. “Desde hace mucho tiempo hacen cualquier cosa para molestarnos: bloquean las carreteras; escriben amenazas en hebreo. Desde el 7 de octubre lo hacen sin nuestra oposición porque tenemos miedo”.
En los ataques, advierte Mohamed, los palestinos se hallan completamente indefensos. “La autoridad palestino no tiene autorización para que su policía llegue hasta auqí. Y cuando los colonos vienen a agredirnos, lo hacen con el ejército israelí detrás”. Para Mona, “es como vivir en una cárcel al aire libre”. “No existe libertad ni tampoco hospitales o escuelas. Nuestros nietos van solo dos veces por semana a la escuela porque temen los ataques de los colonos. El colegio está en la misma carretera que usan ellos y no es la primera vez que se han producido agresiones”. Mona, que está decidida a resistir, contempla los olivos cercanos y lanza un largo suspiro: “Todos aquí vivimos bajo ocupación y no sabemos cuándo ni dónde moriremos”.
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