Viendo la intervención del candidato Jordi Turull, uno se pregunta: ¿No tenían a otro mejor? Con su aspecto de funcionario insatisfecho, el que pretende ser presidente de la Generalitat, hizo un discurso acorde a su apariencia. Tan aburrido, tan falto de pulso, tan malo, que cuando llevaba quince minutos hablando, los propios diputados independentistas ya estaban haciendo bromas entre ellos. Rull y Artadi se lo pasaron de lo lindo. En la bancada de los invitados, Artur Mas miraba hacia el techo con gesto desolado: ¿Qué hemos hecho para merecer esto?, parecía pensar.

Turull, el hombre que defendió ante la Cámara el expolio de la familia Pujol, a la que acompañó solidario ante el juzgado, ni siquiera se atrevió a mencionar los conceptos malditos: independencia y república. No se le puede pedir grandeza a un hombre que ha diseñado su intervención pensando sobre todo en su cita de este viernes con el juez del Tribunal Supremo, Pablo Llarena. El ex portavoz del gobierno de la Generalitat que rompió con la legalidad, que está acusado de malversar dinero público para organizar el simulacro de referéndum del 1-O, no intentó convencer a los catalanes, ni siquiera a los diputados, sino a Llarena.

Fue tan anodina su alocución que ni siquiera arrancó un solo aplauso entre los suyos antes de concluir. Se vino arriba momentáneamente cuando dijo que, a pesar de que sus familiares y amigos le habían aconsejado tener cuidado antes de aceptar el reto de asumir la presidencia de la Generalitat, "a sabiendas de cómo se las gastan estos", él ha optado por "asumir el riesgo". Pero eso fue todo. Acabó leyendo una retahíla de recetas tecnocráticas a las que nadie prestó la más mínima atención. Lo mejor de su cuarto de hora de gloria fue cuando abandonó la tribuna para volver a sentarse en su escaño.

Ante ese mar de naderías, el discurso de la líder de la oposición, Inés Arrimadas, fue como un soplo de aire fresco. Fue al grano. "Ni siquiera usted se cree que vaya a ser presidente", le dijo mirándole a la cara. Y Turull se empequeñeció en su escaño, hasta casi desaparecer.

El candidato a la presidencia de la Generalitat no hizo su discurso pensando en Cataluña, sino en Llarena. Evitó mencionar la independencia y la república para eludir la cárcel

Arrimadas conoce muy bien a los independentistas porque les ha sufrido, ha tenido que aguantar su arrogancia, su menosprecio, su persecución. Sabe como hacerles daño sin insultarles. Les puso frente al espejo: ¿Cómo van a hablar de unión del pueblo catalán los que han dividido a los catalanes en dos categorías irreconciliables? ¿Cómo es posible que el político que llamó "súbditos" a los no independentistas pretenda ahora ser el presidente de todos los catalanes? ¿Cómo puede hablar de fraternidad y de cariño hacia el pueblo español quien enarboló el eslogan "La España subsidiada vive a costa de la Cataluña productiva"?

Habló la líder catalana de Ciudadanos como si fuera la verdadera candidata a la presidencia de la Generalitat. Les dijo verdades como puños a los independentistas y, además, en castellano, lo que les escuece. Aunque lo que les pone aún más nerviosos es ser conscientes de que el mensaje de Arrimadas tiene cada vez más apoyos en el pueblo de Cataluña, lo que les saca de quicio es que ella haya ganado las últimas elecciones.

Se han visualizado en el debate dos maneras de percibir la realidad. Los que se empeñan en prolongar un proceso imposible, los que hablan de España como si fuera el Tercer Reich, porque necesitan un enemigo que justifique su impostada épica, y los que tienen los pies en la tierra, los que quieren devolver a Cataluña a la realidad y, por tanto, al progreso y la concordia.

La última jugarreta del independentismo, el pleno exprés convocado por Torrent, el esfuerzo sobrehumano, el mal trago por el que ha tenido que pasar Turull han sido en vano. No han servido para presentarle ante el juez Llarena como presidente de la Generalitat, sino como el que lo intentó y no lo logró porque los antisistema de la CUP no le votaron.

Ni Cataluña había caído nunca tan bajo, ni el señor Turull había ni siquiera soñado llegar tan alto.

Si no se produce un milagro, posible en la realidad mágica que se vive en Cataluña, Turull volverá a ser derrotado y en unos meses volverá a haber elecciones, para regocijo de Carles Puigdemont (el ganador en ausencia) y de la CUP. Sólo la derrota del independentismo (no sólo en votos, lo que ya se ha producido, sino en escaños) despertará a Cataluña de esta larga, tediosa y onerosa pesadilla.