Hay cierto departamento de Anatomía patológica que parece, enteramente, una barbacoa familiar: el matrimonio, los hijos, las nueras y los yernos, allí como asando domingueramente el bonete junto con sus vísceras en orzas. La Universidad española, de tradición como cervantina, de plateresco y rondalla, de capa y melancolía de Fonseca, de académica palanca de Unamuno, no escapa a la maldición española, que es valleinclanesca: “Se premia el robar y el ser sinvergüenza”, decía el Max Estrella de Luces de bohemia, frase convertida ya en kitsch idiosincrásico, como un torito de felpa. Así que la mujer de un consejero autonómico consigue una plaza de profesora titular en dos meses y medio, tiempo en el que se publica la plaza, se aprueba el tribunal, se aprueba la lista de admitidos, se celebran las oposiciones, y la señora ve firmar su nombramiento por la mano de su mismo marido, entonces rector. Quién piensa en la excelencia, estando en juego el prestigio de la tradición española, como si peligrara el mismo Quijote a manos de sus propias sentencias.

La Universidad no escapa a la maldición española, que es valleinclanesca: “Se premia el robar y el ser sinvergüenza”

Nos puede dar la sensación de que ya somos un poco alemanes, que nos dimiten los ministros igual que a la Merkel, por plagiar una tesina, falsificar las notas de un máster o tener un borroncillo con el fisco. Pero hemos llegado a la exigencia sin pasar por la altura ética. No nos hemos vuelto virtuosos, sino que nos ha arrastrado la venganza, la de los partidos enemigos y la de los enemigos de tu partido. Se trataba de vengarse de Cifuentes como de la rubia del instituto, y ahora andamos mirando los entrecomillados de los trabajos universitarios, o si está hinchado el currículum de LinkedIn, donde hay títulos y competencias que parecen colorantes o bacterias o nombres de deportes sobre hielo. La venganza nos ha arrastrado a la virtud sin estar preparados para la virtud. Como esto siga así van a caer casi todos. Vamos a tener que volver a Corcuera, que era electricista o algo así.

No nos hemos vuelto virtuosos, sino que nos ha arrastrado la venganza, la de los partidos enemigos y la de los enemigos de tu partido

En aquella universidad, lo sabrán ustedes, el vicerrector hereda el rectorado, como siguiendo una vieja ley escocesa. Y los amigos que se despiden ahora, entre copas como matraces, con sus mujeres o novias, se volverán a encontrar mañana, uno en el tribunal de una plaza y otro para ser evaluado para esa plaza. Aún se alejan haciendo chistes sobre el hecho. Y esto también es notable: un grupo de investigación, al que le han retirado dos artículos de una revista científica por plagio a unos chinos, se tendrá que enfrentar a una comisión de investigación de la Universidad, pero ésta resolverá que no es plagio sino “publicación duplicada”. Como un político, el catedrático dirá luego que todo ha sido un intento de “acoso y derribo” contra su persona. Todo parece política, porque lo es. Cómo no se van a meter los partidos.

Másteres modernos, con idiomas, con licenciaturas dobles, con algo en inglés como todo un escudo oxoniense en la solapa de la chaqueta

Los partidos van dejando a los funcionarios feos y quieren caras bonitas, niños del coro, delegados de la clase, el quarterback y la animadora besándose en la grada o en el congreso. Quieren alejarse del españolito chusquero como un sargento de banda y tener títulos, másteres de ésos que abundan ahora como barras de sushi, con nombre de sushi incluso. Modernos, con idiomas, con licenciaturas dobles, con algo en inglés como todo un escudo oxoniense en la solapa de la chaqueta, aunque sea un inglés falso de liceo de tu pueblo. Quieren eso y se encuentran, claro, esta Universidad de gran tradición de buche y manga anchos. La académica palanca del vivir de lo público.

Aquel profesor nunca ha visto, por supuesto, que una tesis se tire para atrás. Ni en la pública ni, menos, en la privada. Y sabe que el presidente del tribunal siempre será colega tuyo, un colega al que has llamado para eso mismo y que sabe que podrá contar contigo cuando llegue su ocasión. El profesor también sabe que muy pocos podrían pasar ese escrutinio de excelencia al que someten ahora a Sánchez, pobre Sánchez, que aún parece un interino o un doble, en el Congreso, en La Moncloa o en la misma política, como esas películas en las que un niño adquiere de repente el cuerpo de un adulto. Oír que lo de Sánchez no es privilegio, sino la simple vulgaridad de lo cotidiano. Que ya cada vez hay menos tesis de las que llevan siete años y cada vez son más las que apenas llenan 100 folios. Y darte cuenta de que nuestra clase política no va a pasar, sin más, del landismo a Harvard. Ni de la corrupción al decoro, aunque lo proclame Sánchez enseñando sólo camisas blancas y corbatas estrechas, un como reverso del estilo Bárcenas de corbata. El doctorado de Sánchez puede ser de guasa, pero no más que otros muchos. Aunque lo grave es tener un presidente de guasa, que además proclama un puritanismo que no se ha mirado detrás de las orejas.

El doctorado de Sánchez puede ser de guasa, pero no más que otros muchos. Aunque lo grave es tener un presidente de guasa

Puede parecer que empezamos a ser alemanes, pero no lo somos. Puede parecer que la Universidad se pudre noblemente con todo su moho de viejo galeón de piedra, pero a lo mejor sólo está como siempre, igual que la política. Cambiar esta Universidad es como cambiar la política o cambiar toda España, que sigue entre Quevedo y Valle Inclán. De momento, estas ganas de virtud sólo son una etapa abierta por la venganza, así que no hay virtud sino interés. Y el interés se puede dar la vuelta. A ver lo que nos dura este lujo de escandalizarnos por el que roba latinajos a un cura o párrafos a un memorándum ministerial. Cuando nuestras ganas de virtud sean mayores que nuestras ganas de revancha, entonces a lo mejor se empieza a arreglar esto. La Universidad y la política y el país.