Nos hemos empeñado en ver en Rivera Casado una pareja musical, un dúo de circo que comparte sombrilla o maza, eso que llaman el centro-derecha. O pensamos en ellos como esos calcetines desparejados que se miran sobre la silla o la bici estática, con esa hermandad de las cosas sin la otra mitad, como despechados que se encuentran en un bar, compartiendo la atracción, el recelo, la pereza y la luz abisal. Pero Rivera y Casado no son pareja, ni clones, ni archienemigos, ni tenistas de dobles, ni tenores de gira, ni compañeros de ese claqué que dice la izquierda que es la derecha ahora, todo un musical de gente con chistera y bastón ridículo, entre escalinatas de tarta, diamantes de Marilyn y manos de jazz. No son el Dúo Dinámico, ni Hernández y Fernández, ni Pixie y Dixie. Ni siquiera Pimpinela, con ese amor de collares rotos y esas peleas de besos con pimentero.

Rivera y Sánchez no son lo mismo y no pueden serlo, aunque se estropee el cuarteto de barbería que nos imaginamos con ellos. Lo que ocurre es que la derecha, que antes era sólo como un largo pasillo dentro del PP, desde el centro al facha, un pasillo por el que se podía ir en carrito de golf visitando desde Pimentel hasta el último franquista silvestre, siempre con algo como de escocés del franquismo; esa derecha, decía, ya no es así, porque Ciudadanos ha aportado laicidad política y reformismo. Esta derecha de amplio espectro es la que quiere recuperar Casado, lo ha dicho más de una vez, que el PP acoja todo a la derecha del PSOE, como todo lo que hay tras los Urales, incluidos los osos y los mogoles y las momias. Recuperar, tras el deshielo, como un trampero, la hacienda aznarista, aprovechando su bigote y su acento de ranchero.

Rivera y Casado no son pareja, ni clones, ni archienemigos, ni tenistas de dobles, ni tenores de gira, ni compañeros de ese claqué que dice la izquierda que es la derecha ahora

Pero una derecha tan larga o ancha requiere un atletismo ideológico durísimo. Por eso Rajoy, siempre entornado dentro de sí, no hacía ideología, sino economía de tricotosa y funcionariado con plumero del polvo. La ideología la había perdido Rajoy haciendo sus cuentas para las habichuelas, y ahora Casado intenta volver a ella, y por eso está como en Nicea, cuadrando evangelios democristianos, liberales, conservadores y templarios para poder dejarle a cada uno un versículo de consuelo y esperanza, y quizá un plato talaverano o algo así. Casado es católico, en el sentido de universal, de buscar un partido universal, y Rivera tiene que ser el reformista porque en ese retablo están todos los papeles repartidos menos los de querubines en pompa y los de condenados al infierno.

Rivera se tiene que desmarcar de Casado. Y esto que ha hecho, cuando estamos en el combate naval de las ideologías, este amago, este abrir la vía a que los presupuestos se puedan tramitar (no aprobar) mientras sea sin trampas, siguiendo la ley, ya ha provocado una reacción de desplazamiento ideológico. Los del PP dicen que Cs vuelve al centro-izquierda, los ven poniéndole los pololos a Sánchez, y hasta cerca de las jaimas podemitas con pote y peyote. Son exageraciones. Cs no apoyará estos presupuestos que vienen con polvo de teja de la cárcel y mil trucos de dinero del Monopoly. La prueba de que el gesto ha sido un sombrerazo es que el PSOE no lo ha usado, no ha seguido la ola. Pero Casado tiene que echar a la izquierda de su derecha, a la vez que intenta atraer a los de VOX, que son como una gente de extrema derecha cabreada por una estafa de una agencia de viajes. Casado ha optado por el ecumenismo, le vale un monje guerrero incendiado o le vale un autónomo quemado. Luego les salen discursos divergentes, confusos, que él intenta meter dentro de una nueva aura del partido, pero lo que parece es que ha abierto la capa como Drácula.

Rivera rompe con Casado, dicen los titulares, dramáticos como carteles de cine antiguo. Y nos imaginamos ese trasatlántico de la derecha partido, a pique, haciendo caer arañas de salón y dividiendo a los señores entre ahogarse en el bacarrá o en la ruleta. No hay esa tragedia porque la derecha no es el mazacote de Casado, aún. Es que Rivera tiene que distinguirse, empezando por la beatería, eso de ponerle el cinturón de castidad al Congreso o sacarte ahora el aborto como en los 80, como si abortara Bea de Verano Azul. Rivera también tiene que separarse de cierta España sacramental y centrarse en su idea primigenia de la España ciudadana; no la fundación por un apóstol con gaita o por los cuadros de Velázquez en fila, sino el contrato social, la Constitución y la ley.

Bien saben que tendrán que unirse porque lo que tienen enfrente sí que está lleno de dúos musicales, parejas de saltimbanquis y payasos que te envenenan con la margarita de la solapa

Republicanismo constitucional, o sea, a lo Manuel Valls, que hace poco le dio un sopapo a Colau cuando ésta le recriminó su apoyo al Rey en vez de secundar la guillotina de papel municipal que le había preparado ella en el ayuntamiento. Colau es una republicana de pacotilla que no sabe qué es lo público, así que Valls la aleccionó señalando que ella y su ayuntamiento no representan a una ideología, sino a toda la ciudadanía. Eso es republicanismo. El republicanismo ya no va contra la monarquía, sino contra la tiranía, el totalitarismo, el populismo y la anarquía de las montoneras. Pero Colau es una republicana de lanzar piedras a las coronas y serrar ajedreces, mientras usa lo público para colgar sus pancartas particulares como el que cuelga sus bragas. Esa idea del republicanismo constitucional, del reformismo liberal, es la que tiene que explotar Rivera. Lo distingue de la izquierda de verbena iconoclasta y de los derechones de patria joseantoniana y tía abadesa. Más, claro, lo progresista en lo moral. Ya, en lo económico y en lo catalán, en eso se seguirán dando sus manos de guantes de Broadway.

Rivera y Casado no son un anuncio de Emidio Tucci ni dos vigilantes de la playa de la derecha ni dos pitufos vecinos. Casado se gira a la derecha sin dejar de mirar el centro, y así va besando niños y crucifijos. Rivera se tendrá que ir asentando en el centro y en la independencia de esa larga derecha de tren expreso del PP con vendedores, monjas y soldados. Lo tendrá que ir haciendo con gestos más o menos simbólicos, abandonando al PP en una votación o señalando que los de VOX no son un coro de góspel de una asociación de padres, sino extrema derecha de ricino. Rivera y Casado no rompen, sino que se perfilan. Buscan su sitio. Pero bien saben que tendrán que unirse porque lo que tienen enfrente sí que está lleno de dúos musicales, parejas de saltimbanquis y payasos que te envenenan con la margarita de la solapa.