De camino a votar, Susana Díaz pasó por delante de la casa en la que nació Isabel Pantoja, y que tiene un azulejo con su cara pintada como una mujer de botella de aceite de oliva. Las dos son un poco eso, mujeres de etiqueta de aceite de oliva, de un Romero de Torres de lata y alacena, de un andalucismo aceituno. La Pantoja miraba a Susana pasar, como se miran las folclóricas, desde sus tronos, sus barbillas, sus capillas y sus bodegones. Susana había previsto que estas elecciones fueran como siempre, ese paseíllo entre pueblo, limpiabotas y gacetilleros para llegar al poder otra vez como a un hotel de toreros. No fue así. Susana y La Pantoja se miraban desde desgracias pasadas y futuras. A Susana le saltaban la verja. Se acababa su maternalismo rociero.

Susana fue a votar perfumada de su folclore y su familiaridad, los del poder y los del domingo, con su marido, con su hijo, con su sobrina, con la que metió la papeleta como si cortaran una tarta de comunión. Allí parecía que el destino le había colocado el primer aviso, ante la tranquila confitería que Susana iba haciendo del día: unos gamberretes de Vox que le vacilaron. Susana había metido a Vox en el juego, arrojando sus siglas resbalosas a PP y a Cs para hacer ping-pong. Al final, de tanto rebotar y tanto eco, los de Vox han entrado apabullando, aunque haya sido como al galope falso de unos cocos, igual que los Monty Python. Pero ya no se trata de pensar en aquellos niñatos de Blas Piñar, con pistola y puño americano, que buscaban bronca por los cafés y las cervecerías de la Transición, y a los que sólo calmaba un poco “el viento pedernal de Cuelgamuros” (Umbral). Ahora van a estar en el Parlamento andaluz, haciendo que la izquierda pierda por primera vez la mayoría absoluta.

Susana se ha descascarillado como todas las Vírgenes salinas, de barquita y azulejo, hasta derrumbarse, como el ángel de un cementerio. A lo largo del día se notaba en el PSOE la preocupación por la abstención en sus zonas más devotas. Se diría que mucho votante socialista no se ha atrevido a la traición, a la apostasía, pero ha bufado en el sofá, se ha sentido cansado o ha querido dejar ver que ya estaba cansado. A la vez, una derecha que parecía oculta bajo sus capotes ha aflorado. Pedro Sánchez, Cataluña, el bolivarismo podemita, quizá han sacado hasta a las marquesas muertas a votar.

Un tripartito con la extrema derecha suena así de mal, pero no seríamos diferentes a muchos lugares de Europa

El PP ha bajado, pero eso no importa. Juanma Moreno, al que veíamos ya casi sostenido por su mortaja, puede ser presidente de la Junta. Andalucía se da la vuelta como un trasatlántico volcado. La confluencia de Teresa Rodríguez con Maíllo, a pesar de su campaña a la vez potente y cercana, con la naricilla sentimental un poco arrugada, ha fracasado. Pero lo que daría Susana ahora por poder someterse a la gota malaya de Teresa, por que le exigiera regeneración y baldeo de las cuentas, y hasta frikadas de la izquierda camisetera, jornadas de 8 horas para los bueyes, colegios sin exámenes y bancos públicos para comprar adoquines o compresas. La única esperanza de Susana sería contar con el voto de Cs y la abstención de Adelante Andalucía. Pero eso podría ser un suicidio para Rivera. Un tripartito con la extrema derecha suena así de mal, pero no seríamos diferentes a muchos lugares de Europa. Ante el imperio derrumbado del PSOE andaluz, con apariencia y magnificencia de cataclismo, parece difícil que el arco derecho no se ponga de acuerdo.

Por la mañana, la política andaluza aún paseaba su folclore, o sea la repetición orgullosa de las rutinas cantadas y bailadas, como la de una planchadora. La mirada con flecha avellanada de dos folclóricas, el acompañamiento del pueblo, el saludo a un par de plumillas y a algún conserje de hotel con abotonadura de barbero antiguo, antes de volver a abrir las sombrereras en la Presidencia de la Junta. Pero hasta los dioses caen.

Hoy me imagino a Susana durmiendo como Brunilda, la valquiria repudiada, dejando su escudo y sus rayos sobre la mesilla, por última vez, ya débil, ya humana. No verá los 40 años de dominio. Era en la sede de Vox donde parecía que habían saltado la reja.