La perspectiva de un gobierno de Pedro Sánchez sustentado por Unidas Podemos (UP) y por los independentistas, una reedición del gobierno Frankenstein fruto de la moción de censura, aterra a muchos españoles. Incluidos buena parte de los votantes socialistas. Y, sin embargo, aunque parezca que no habrá más remedio que repetir esa fracasada fórmula, hay un medio para evitarlo.

Albert Rivera tiene en su mano ofrecer al candidato socialista un acuerdo político no sólo para la investidura, sino para toda la legislatura, marcando claramente dos líneas rojas: mantenimiento a ultranza de la unidad de España, lo que implicaría no entrar en ninguna negociación con los independentistas que supusiera abrir la puerta a un referéndum de autodeterminación; y, en segundo lugar, un presupuesto sensato que limite el gasto público y renuncie a las subidas de impuestos.

Si Pablo Iglesias reclamaba hasta hace unos días un gobierno de coalición con sus 42 escaños, el líder de Ciudadanos puede hacerlo con más que justificados motivos, ya que, con sus 57 diputados, daría al gobierno una mayoría absoluta de 180, suficiente como garantizar la estabilidad de la legislatura.

La ministra portavoz, Isabel Celaá, pidió apeló ayer a la "responsabilidad" de Ciudadanos para pedirle la abstención en la investidura. La abstención es una alternativa que permitiría la investidura, siempre y cuando UP vote a favor de Sánchez, pero limita la capacidad de Rivera para condicionar las grandes líneas políticas del gobierno. Abstenerse sería un mal menor que, en todo caso, no debería ofrecerse gratis.

Eso ahora parece imposible. La cuestión es que Rivera se empeña siquiera en considerar la posibilidad de apoyar (por activa o por pasiva) un gobierno presidido por Sánchez. El líder de Ciudadanos ha elegido un camino sin retorno que  puede condenar a su partido a la irrelevancia. Y lo peor de todo es que, con su empecinamiento, va a permitir que se conforme un gobierno débil sometido a todo tipo de presiones. Por no hablar de los riesgos que implica la deriva populista en la gestión de la economía.

Rivera se conjuró, con el respaldo de su Ejecutiva, en el mes de febrero a no pactar "con el PSOE de Sánchez" para evitar, de esa forma, que el PP le robara votos en las elecciones generales con el argumento de que las papeletas de Ciudadanos irían finalmente a parar a los socialistas. Pero, en política, lo peor que se puede hacer es autolimitarse uno mismo, no dejarse ningún margen de maniobra.

El líder de Ciudadanos no apoya a Sánchez con la excusa de que ha cedido ante los independentistas y, para castigarle, le echa en brazos de los independentistas

En Ciudadanos hay dirigentes que piensan esto mismo y que creen que Rivera podría argumentar perfectamente ante sus votantes su cambio de posición como una forma de evitar males mayores. Pero éste tiene todo el poder en el partido y muy pocos se atreven a llevarle la contraria. Tampoco esa es la mejor manera de abordar las cuestiones de fondo que van más allá del puro tacticismo. Porque, al final, los partidos están para solucionar problemas, no para servir de plataforma de poder para sus líderes. Esto suena un poco ingenuo, pero debería ser así.

Las razones de Rivera para mantener su cordón sanitario a Sánchez (que no al PSOE, como se ha visto en las alcaldías de Albacete o Ciudad Real) es tan endeble que no resiste el más mínimo análisis.

Rivera ya pactó con Sánchez hace tres años sobre la base de un programa bastante razonable que podría recuperarse con ligeras modificaciones. ¿Por qué lo que valía en 2016 ahora ya no sirve?

Es verdad que Sánchez ha coqueteado con los independentistas (Carmen Calvo llegó a aceptar la figura de un "mediador" para Cataluña), pero no ha hecho cesiones irreversibles que hayan puesto en peligro la Constitución. Los guiños de la Abogacía del Estado a los acusados del procés son humo, nada en comparación con la solidez de la Fiscalía y la coherencia del Tribunal que acaba de rechazar que Oriol Junqueras pueda recoger su acta de eurodiputado.

Por mucho que uno quiera exagerar, es imposible confeccionar un argumentario sólido que demuestre que Sánchez está dispuesto a ceder ante los que quieren romper España. En todo caso, la mejor forma de evitarlo sería que Ciudadanos aportara sus diputados con esa encomiable misión.

Si uno toma un poco de distancia, la posición de Ciudadanos deviene en incomprensible. No se apoya a Sánchez porque ha cedido ante los independentistas y, para castigarle, se le echa en brazos de los independentistas.

Rivera tiene que pensar en que sus votantes le han dado su confianza para que mejore la situación, no para que, día tras día, le reproche a Sánchez su frivolidad.

Entendemos que quiera desplazar a Pablo Casado como líder de la oposición, pero ese objetivo no puede ponerse por encima de su capacidad para condicionar la acción del gobierno aquí y ahora. Los ciudadanos no pueden esperar a dentro de cuatro años para pasarle la factura a Sánchez cuando el partido al que han votado ha tenido en su mano evitar algunos de los desastres que nos esperan con un gobierno social populista respaldado por el independentismo.

Se equivoca Rivera si piensa que pactar con Sánchez será su condena como alternativa. En Andalucía Ciudadanos obtuvo un estupendo resultado en las últimas elecciones autonómicas después de haber respaldado durante cuatro años al gobierno de Susana Díaz.

Cambiar de posición puede tener un coste (Ciudadanos ya lo hizo cuando prometió no pactar con Mariano Rajoy), pero es aún peor empeñarse en el error.