En la democracia sobra mucha gente. Seguramente, la mayoría. Tanto tiempo buscando la democracia verdadera, la nueva democracia, con la chavalería durmiendo en iglús por las plazas, con los yayoflautas alzando contra nuestras conciencias sus loterías familiares y sus cóndilos de titanio, con las mujeres invadiendo como bayas salvajes la vieja y derruida civilización del macho, con eso de la transversalidad que sonaba a rumor de diosa alada y señorita de Avón… El 15-M, los movimientos, los colectivos, las mareas, el podemismo, la nueva política. Y Carmena con sus fideos, e Iglesias con su puñito de gato chino. Y hasta Sánchez con su sonrisa como una blanca ancla en La Moncloa y en la España mediana y perezosa del biempensante. Todas esas montoneras de pancartas y hashtags y causas y pintalabios radiactivos y gente volcada en las calles como un camión de nabos, y resulta que lo que había que hacer era echar de la democracia a la mitad del personal, a la mitad de enfrente, que es lo más antiguo de la política y por supuesto no es democracia, pero siempre ha sido bastante útil.

En la democracia sobra mucha gente. Tanta, que es una labor dura, lenta, conjuntada, cuadrillera y polifónica, pero profundamente democrática, irla señalando y expulsando, donde y cuando se vaya pudiendo. En Cataluña se la expulsa con símbolos de ángel exterminador, con aplastamiento y raticida social y químico. En el País Vasco, con humillación y fiestas de mozos, con grandes meadas municipales en las tumbas y en las flores. En Madrid, con caras en tazas o en camisetas, exigiendo la propiedad de la ciudad para una señora que la había ganado en un concurso de tartas, al parecer. En todos sitios y en todas las ocasiones, sobre todo las multitudinarias, donde la democracia se les hace fuerza y barro de riada y se lleva la civilidad y la individualidad como se lleva los colores del día o un coche tuerto de una puerta. En el 8-M o en el Orgullo, ser mujer o gay venía con prospecto, con instrucciones, con kit, como la Barbie o el Geyperman. En realidad, el colectivo no era el gay ni el femenino. Eso sólo era la circunstancia aglutinadora. El colectivo seguía siendo esa mitad que tiene que expulsar de la democracia a la otra mitad, así que no había sorpresa ni contradicción en ver a la mujer lapidando a la mujer y al gay lapidando al gay.

Antes consentirían una carroza castrista que una del PP. Pero Cs ya era fascista sin Vox, pregunten en Cataluña

Hay una mitad que hay que expulsar de la democracia y lo demás sólo son escenarios, oportunidades. Es decir, puedes aprovechar el Orgullo o que Arrimadas sale a comprar el pan como una guapa de película francesa. El año pasado abuchearon igual a los de Ciudadanos en el Orgullo, y todavía no estaba Vox con el caballo trifálico, el cinturón de castidad y la lascivia del puritano, que siempre centra la moral en la entrepierna por su propia debilidad. Hay una mitad que tiene que sacar de la democracia a la otra mitad y eso no tiene que ver con el feminismo ni con los derechos LGTBI ni con cualquier cuestión de moral o de higiene democrática, sino con el puro interés hegemónico de una ideología. Antes consentirían una carroza castrista que una del PP. Pero Cs ya era fascista sin Vox, pregunten en Cataluña. Y qué decir del PP, que carga con la herencia política y cacharrera de todos los duros de Franco. Si ya te consideran fascista, no hace falta pacto con Vox, aunque sea para una empresa de aguas municipales o una escuela taurina: ya eres culpable del heteropatriarcado, de la represión de los tonadilleros de lunar ambiguo, de la pobreza, de los desahucios y de los incendios de viejita con gato. Vox sólo lo ha hecho, este año, más llamativo, más fácil, más justificable.

En la democracia sobran los de Cs, los del PP y los de Vox por supuesto. Sobran los que pactan con ellos o los que se encaman con ellos, incluso espalda con espalda, como carabineros o viajantes en una pensión. Menos se preocupan de Bildu o de la aria extrema derecha catalana, aliados en la causa. Sobran los fachas, claro, pero es que, a decir de los guardianes de la ortodoxia, fachas son ya casi todos. Vamos más o menos por la mitad de España que es facha. Y si no existiera Vox, Cs y PP seguirían siendo fachas con tan buenas razones como éstas de ahora, que pretenden hacernos creer que van a volver a la caza o al electroshock del pervertido y a la mujer con la pata quebrada en casa. La cosa es que, siendo fachas, ya no te asisten derechos. Todo te lo mereces, hasta terminar llorando por los rincones de pura humillación, como un mariquita de copla. Es un irónico castigo para el facha ser tratado como lo tratarían los fachas. Pero para los guardianes de la democracia, esta ironía es precisamente su fracaso.

Sobran los fachas, pero es que, según los guardianes de la ortodoxia, fachas son ya casi todos. Vamos más o menos por la mitad de España que es facha

La izquierda quiere expulsar a la derecha de la democracia, ése es el asunto, y es un asunto viejo. Y eso a pesar de que la izquierda incivilizada y totalitaria es más numerosa y activa que la derecha incivilizada y totalitaria, que apenas da para montar una venta jamonera en Cuelgamuros. En la democracia sobra mucha gente, más o menos la mitad, nos vienen a decir. Pero cuando alguien llega a esa conclusión, suele ser justo cuando la democracia se acaba. Esto no parece importarle demasiado a Sánchez, que ve caer a sus enemigos en tontas trampas dialécticas que esa España suya de la medianía considera hondas y fundamentales cuestiones morales y democráticas. Sánchez quiere ir más allá de la democracia de una mitad, hasta la democracia de uno solo. Ahí sigue, insistiendo en que lo tienen que investir porque sí. Claro, así ya no habría mitades. Por fin la democracia perfecta.