Las negociaciones entre el presidente del Gobierno en funciones y el líder de Podemos tienen ya muy difícil, si no imposible, compostura. Un presidente en ejercicio no se lanza a decir a los cuatro vientos que da por terminadas las conversaciones si no tiene la intención efectiva de no reanudarlas porque, en caso contrario, aparecería ante la opinión pública como un inconsistente y quizá también como un tramposo.

Y, efectivamente, los planteamientos y las exigencias de Pablo Iglesias, que han incluido en todos los casos y en todas las formulaciones, la presencia del propio Iglesias como miembro del Gobierno de España no se pueden admitir porque sus posiciones en determinados asuntos que afectan a a propia estabilidad del país y a su propia continuidad como Estado hacen imposible que Pedro Sánchez le haga un sitio en la mesa del consejo de ministros. Y eso, que lo tienen claro la mayor parte de los electores, lo ignora o no lo acepta el líder de Podemos.

Así las cosas, es casi seguro que ese primer intento de investidura de la semana que viene se saldará con un fracaso y el  Gobierno de Pedro Sánchez seguirá en funciones durante lo que queda de este mes y el mes de agosto. Pero eso no significa que en septiembre no se deba celebrar una segunda votación si el Rey abre una nueva ronda de consultas para encargarle otra vez a Sánchez la responsabilidad de recabar los apoyos necesarios  para  someterse por segunda vez a una sesión de investidura.

Un presidente en ejercicio no se lanza a decir a los cuatro vientos que da por terminadas las conversaciones si no tiene la intención efectiva de no reanudarlas

Y en ese caso, hay que decir que los partidos políticos constitucionalistas que están en la oposición tienen una responsabilidad innegable en la tarea de facilitar la constitución de un Gobierno. No debemos de ninguna manera volver a las urnas. Y eso por varias razones, la primera de las cuales es que en el momento en que se haga pública la sentencia del Tribunal Supremo sobre los responsables del  desafío a la Constitución y el intento de separar Cataluña del resto de España, no puede haber en nuestro país un gobierno en funciones.

Y eso vale también para Pedro Sánchez y su amenaza de acudir directamente a elecciones generales si no es investido en la sesión que comienza el próximo lunes. No, señor Sánchez, independientemente de que esa amenaza haya tenido como objeto principal el de  forzar al líder podemita a aceptar sus ofrecimientos de "coordinación" en segundos niveles y sin Iglesias presente en el Gobierno, hay que decir desde ahora mismo que está usted doblemente obligado a volver a intentarlo.

Primero porque  la ley le ofrece esa segunda oportunidad y no puede desdeñarla a su antojo, y segundo porque el desafío  que el país va a tener delante le obliga a usted a ponerse al frente de las fuerzas constitucionalistas con todo el poder y la legitimidad que le proporciona un Gobierno constituido y en plenitud de sus facultades.

El independentismo catalán se prepara para levantar a una parte de Cataluña en pie y para llevar a cabo todas las acciones y todos los ataques que puedan desestabilicen al Gobierno y, si pudieran, que no pueden, al propio Estado español.

En esas circunstancias, e independientemente de que el PSOE tenga ahora mayoría absoluta en el Senado, es imprescindible que al frente del Ejecutivo esté un equipo sólidamente respaldado por los votos y con su continuidad garantizada. Es una frivolidad plantearse un escenario de provisionalidad como el que necesariamente comporta la convocatoria de elecciones sin haber resuelto primero la imprescindible presencia de un Gobierno fuerte y respaldado en la cuestión de Cataluña por las principales fuerzas políticas de la oposición.

Por esa razón -hay otras muchas más pero ésa es la principal- la investidura de Sánchez compete también al Partido Popular y a Ciudadanos. No estamos aquí en una cuestión de nombres ni de sillas. Ni siquiera estamos ante una cuestión de las posiciones que va a ocupar cada uno de los partidos dentro de la escena política española. Estamos ante una situación excepcional que reclama respuestas excepcionales.

Rivera ha puesto por delante la consecución de su objetivo y a ello se va a aplicar de una manera que empieza a parecer obsesiva

Y, vista la posición del líder de Ciudadanos, empecinado en ocupar el puesto de líder de la oposición contra viento y marea, no es probable que se avenga a abstenerse para facilitar la investidura del candidato socialista. Ni ahora ni en la segunda oportunidad con los exámenes de septiembre. Albert Rivera ha puesto por delante la consecución de su objetivo y a ello se va a aplicar de una manera que empieza a parecer obsesiva. Naturalmente, para él sería una auténtica bendición la convocatoria de nuevas elecciones en noviembre porque le permitiría volver a intentar lo que no pudo lograr en los comicios del 28 de abril.

En ese sentido, la idea de presentarse a esas hipotéticas nuevas elecciones en candidaturas conjuntas PP-Ciudadanos, que sin duda daría grandes resultados electorales a esa coalición temporal, supondría un cepo peligroso para los de Pablo Casado que harían el papel de Caperucita mientras el del lobo disfrazado de abuelita sería ocupado por Albert Rivera y los suyos. Pero todas ésas son cuestiones menores, dado que las segundas elecciones generales en el plazo de siete meses resulta una posibilidad inadmisible teniendo en cuenta lo expuesto más arriba.

Por lo tanto, aunque resulte extraño en nuestro país, radicalmente refractario a los pactos porque se interpretan siempre o casi siempre como muestras de debilidad y de sometimiento, sería muy razonable pedirle a Pablo Casado el gesto de abstenerse, no ahora, sino en la investidura de septiembre que Pedro Sánchez no puede de ningún modo eludir.

Pero eso no surtiría efecto positivo, contando con que Ciudadanos no se baje de su posición, si Podemos votara en contra, posibilidad que se antoja suicida porque sería la segunda vez que el partido morado cometiera un error de semejante magnitud. Lo probable, lo razonable, lo exigible es que los morados se limitaran a abstenerse si es que a Iglesias se le hace muy cuesta arriba, después de haber fracasado en su intento de entrar en el Gobierno, votar a favor de Sánchez.

A cambio, el líder del PP, que ya ha ofrecido al presidente del Gobierno en funciones apoyos en todas aquellas cuestiones de Estado, podría pedirle -pero ya mismo, porque los plazos se agotan- algo tan importante como que el gobierno de Navarra no sea ocupado por la socialista María Chivite a la que el PNV en su versión navarra de Geroa Bai ya  ha exigido puestos en algunas consejerías. Un pacto de gobierno que, como publicaba en estas mismas páginas este fin de semana nuestro compañero Mikel Segovia, incluye una barbaridad tan grande como la exigencia de la sustitución plena de la Guardia Civil por la policía foral.

No se trata de que el PP acuda en socorro del PSOE a cambio de nada sino de que permita un Gobierno preparado para enfrentarse a la ofensiva del independentismo

Experimentos como ése ya los hemos visto antes y ya hemos comprobado en Cataluña las consecuencias que tiene. Ese gobierno navarro no puede constituirse en esos términos y esa pretensión no se debe llevar a cabo de ninguna de las maneras. Pablo Casado debe pactar con Pedro Sánchez la garantía de que el gobierno de Navarra no acabe cayendo de facto en manos del PNV, que intentaría seguir dando pasos hacia la inclusión de Navarra dentro del País Vasco, su grandísimo sueño histórico.

Y, al contrario, debe advertirle de que con un pacto PSN-Geroa Bai con la abstención activa de Bildu, que reclama la retirada a la Guardia Civil de sus competencias en la Comunidad Foral no será posible que el Partido Popular contribuya a hacerle presidente. Puede pedirle también compromisos en materia fiscal y unos presupuestos en los que impere la moderación.

En definitiva, no se trata de que el PP acuda en socorro del PSOE a cambio de nada sino de que asuma su responsabilidad como primer partido de la oposición y permita la constitución de un Gobierno sólidamente asentado y preparado para enfrentarse a la ofensiva que el independentismo catalán, todo lo dividido en estos momentos que se quiera, pero sin duda unido como un sólo hombre contra la más que previsible sentencia condenatoria del Tribunal Supremo. está ya poniendo en marcha a dos meses vista. Ese movimiento le daría definitivamente el perfil de partido sólido e insustituible para la gobernación de España.

A ver si en algún momento nuestros representantes políticos están a la altura de lo que el país requiere.