Digámoslo de entrada: nos felicitamos de que la, llamémosle "negociación", del PSOE con Podemos no se haya traducido en un pacto que hubiera metido en el seno del Gobierno a una formación que, primero, tiene muchas contraindicaciones políticas e ideológicas para poder sentarse a una mesa del consejo de ministros y, segundo, le habría complicado extraordinariamente la vida al Ejecutivo resultante porque, como se ha visto ya en sus propuestas para el acuerdo, la formación morada tiene sus propias reglas y sus propios propósitos y son ésos  los que hubiera intentado conseguir independientemente de que el resto de ministros caminara en una dirección distinta y hasta opuesta .

Le sobraba la razón hasta por los ojos a Pedro Sánchez cuando le decía a Pablo Iglesias desde la tribuna que no se podían tener dos gobiernos metidos en uno. O un gobierno encastrado en el otro. Pero es que además, la entrada de Podemos en el equipo gubernamental hubiera supuesto una auténtica amenaza para la economía de nuestro país y para la consecución de su equilibrio.

Con mucho motivo algunos de los ministros del actual Gobierno en funciones le pidieron estos últimos días al presidente que levantara unas barreras en esa negociación sui generis que han celebrado Podemos y PSOE de modo que, en el caso de que se llegara a un acuerdo de reparto de carteras -porque era de eso de lo único que se estaba hablando- los hipotéticos futuros titulares de ministerios pertenecientes a la formación morada no tuvieran de ninguna manera acceso, por ejemplo, a la Comisión Delegada de Asuntos Económicos ni a la de Seguridad Nacional ni a la de Asuntos de Inteligencia, como informaba ayer en estas páginas Casimiro García-Abadillo.

Y es que, retóricas de hemiciclo aparte, muchos de los miembros del Gobierno en funciones se preparaban aterrados ante la posibilidad de que un error garrafal del presidente hubiera abierto la puerta a ese gobierno de coalición que -digámoslo también ahora- nadie en el PSOE quiso nunca y menos que nadie lo quiso Pedro Sánchez.

Lo que hemos visto esta semana ha sido el resultado de un error de cálculo del presidente del Gobierno

Lo que hemos visto esta semana ha sido el resultado de un error de cálculo del presidente del Gobierno y de su asesor estratégico que ha podido llegar a costarle muy caro a él y al país en su conjunto. El error estuvo en cambiar de planes inesperadamente y decir en la televisión el jueves de la semana pasada que aceptaría la inclusión de dirigentes de Podemos en el futuro Gobierno. Eso era nuevo, nunca se había planteado porque tenía riesgos enormes y constituyó un error descomunal que nos ha podido costar muy caro.

Otra cosa habría sido que Sánchez se hubiera mantenido en la invitación a formar parte del Ejecutivo a personas próximas a Podemos y suficientemente cualificadas. Probablemente, Iglesias se habría acabado conformando con ese nivel de participación porque, al fin y al cabo, esos tres o cuatro ministros de la órbita del partido morado habrían podido jugar un papel a satisfacción de las dos partes. Pero Sánchez se pasó en su apuesta, convencido como estaba de que Iglesias nunca admitiría retirar su candidatura a formar parte del Gobierno, y con ese error llegó todo lo demás.

No tengan ustedes ninguna duda: el presidente está ahora mismo frustrado y disgustado porque su opción de presidir un Gobierno con todas las bendiciones parlamentarias se ha malogrado por el momento, pero también está profundamente aliviado de haberse quitado de encima esa fórmula suicida de un gobierno encajado en otro gobierno, que es lo que se habría producido con toda seguridad si  Iglesias llega a aceptar la última oferta del PSOE.

Y eso habría significado una situación de Gobierno con desdoblamiento de la  personalidad en perjuicio del equipo socialista en multitud de problemas, el primero de los cuales se habría desatado en cuanto el Tribunal Supremo hubiera hecho pública su sentencia condenatoria de los independentistas procesados.

Porque no nos engañemos: puede que Pablo Iglesias hiciera el esfuerzo de guardar un siempre incómodo aunque elocuente silencio a ese respecto pero muy pocos de los suyos le seguirían en el sacrificio y así tendríamos que miembros de un partido que forma parte del Gobierno de España sostienen que hay que sacar a los presos políticos de la cárcel porque este no es un Estado de Derecho y aquí se persiguen los delitos de opinión.  Es sólo un ejemplo de una infinidad de situaciones problemáticas a las que se habría tenido que enfrentar el presidente y sus ministros de haber tenido a Podemos metido dentro de casa.

Iglesias no ha estado listo y ha dejado pasar la ocasión de meter una cuña en el Ejecutivo.

Afortunadamente, Iglesias no ha estado listo y ha dejado pasar la ocasión de meter una cuña en el Ejecutivo.  Ya digo que yo me alegro y que respiro aliviada. Creo también que va a ser muy difícil, mucho, que después de lo sucedido, se reanuden unas negociaciones que nunca fueron programáticas -lo explicó el propio Sánchez en la televisión- sino al 99% relativas a los cargos, pero que han dejado muchas heridas en ambos contendientes o interlocutores.

Los socialistas ya no se fiaban de los podemitas antes de esto pero a partir de ahora esa desconfianza va a pasar a ser granítica. Y los podemitas se han quedado compuestos y sin novia, humillados hasta el final por el golpe asestado por Adriana Lastra en los últimos minutos del duelo cuando Iglesias, en  un movimiento patético, se ofreció sobre la marcha a renunciar al ministerio  de Trabajo si se le adjudicaban las políticas activas de empleo: "Señor Iglesias, ¿no sabe usted que las políticas activas de empleo están transferidas a las comunidades autónomas? Quiere usted conducir un coche y no sabe donde está el volante".

No van a reanudarse los contactos para pactar una entrada en el futuro Gobierno de dirigentes del partido morado. No quiere Sánchez, no quieren sus ministros y no quieren los dirigentes de Ferraz, Sí querían los abajofirmantes de siempre y algunos colegas de esta profesión, además, seguramente, de muchos votantes de izquierdas. Pero, visto de cerca, es mejor que el morlaco se vuelva a los corrales y que tengamos así la fiesta en paz.

El resultado final de la sesión de investidura más torpe y peor planteada de todas las que se han producido en la historia de nuestra democracia es que Pedro Sánchez ha fracasado en su intento.

Hay que decir que una gran parte de la culpa es suya porque llegó a este proceso prácticamente con las manos en los bolsillos; habiendo metido la pata en el último momento con eso de admitir a los dirigentes de Podemos como miembros de su futuro Gobierno; habiendo señalado además al partido morado como "socio preferente" sin haber  celebrado la menor negociación de programas; sin haber hablado con quienes se suponía que le habían de proporcionar los votos para ser investido -todos ellos se lo han reprochado durante las sesiones parlamentarias- y, simultáneamente, lanzando a la bancada de los partidos conservadores la petición, que él convirtió sorprendentemente en "exigencia", de que se abstuvieran para facilitar la constitución de un Gobierno.

Pero "soplar y sorber, todo no puede ser". O se cierra una  negociación seria y sólidamente construida con los posibles socios de investidura que  garanticen su apoyo más allá de la sesión de entronización y se extienda a un respaldo a la acción del gobierno en los años sucesivos, o se ofrece a los partidos de la oposición conservadora  algún tipo de pacto que puede concretarse de manera más precisa en los acuerdos de Estado de Casado ofreció a Sánchez sin que éste se haya dignado en recoger el guante lanzado y darle una respuesta positiva. Pero intentar meter a Podemos en el Gobierno apoyándose en la abstención del PP no parece una pretensión muy sensata. Pero es lo que ha estado pidiendo todos estos días el presidente del Gobierno en funciones.

Aquí no ha acabado nada, salvo que el encargo del Rey a Pedro Sánchez ha decaído

La investidura ha fracasado porque estuvo mal planteada desde el comienzo. Pero aquí no ha acabado nada, salvo que el encargo del Rey a Pedro Sánchez ha decaído en cuanto se ha procedido al recuento de votos. ¡Y ahora resulta que septiembre existe! Lo digo porque durante estas semanas el planteamiento del presidente en funciones era: o salgo investido en esta sesión o nos vamos a elecciones en noviembre.

Septiembre se había esfumado del calendario. Bien, celebremos que el mes haya regresado a él y a los planes presidenciales. Porque sucede que, dado que la suya es la única alternativa viable de Gobierno, está obligado a partir de ahora a explorar todas las vías posible para volver en septiembre a otra sesión de investidura antes del día 23 con los deberes hechos y los apoyos y las abstenciones bien amarradas antes de salir a la tribuna.

Esa es su tarea a partir de hoy. Esperemos que haya aprendido la lección.