El PSOE está a punto de quedarse sin argumento posible para presionar al PP y reclamarle la abstención en la sesión de investidura que podría celebrarse en septiembre siempre que el candidato Pedro Sánchez haya logrado contar con los apoyos suficiente como para no volver a sufrir otro revolcón como el padecido la semana pasada. Navarra va a ser el punto de inflexión para los populares porque ha ha quedado claro, gracias a la publicación por El Independiente de una carta interna enviada por la dirección navarra de Bildu a sus cargos directivos en la que queda de manifiesto lo que ya se daba por supuesto: que la formación proetarra no iba a permitir  la formación del gobierno del Partido Socialista sin obtener algo importante a cambio. Y ese algo es la interlocución "prioritaria y continuada" con ellos.

Pedro Sánchez no puede pretender la cuadratura del círculo para beneficio propio. Y no es sorprendente que el líder del PP, Pablo Casado, haya puesto pie en pared y le haya dicho que no piensa intentar nada con él, ni siquiera hablar, si cierra -que lo va a cerrar- un pacto de gobierno en la Comunidad Foral de las características que ya hemos conocido.

Y en ese sentido no hay marcha atrás posible porque, como habitualmente sucede, la consulta a las bases se hace con el propósito de establecer un blindaje ante una decisión política tomada de antemano. Eso es lo que ha hecho María Chivite, que lleva desde la noche del 26 de mayo esforzándose para conseguir que, por fin, el Partido Socialista vuelva a encabezar el gobierno de Navarra, cosa que no ocurría desde el año 96, con la presidencia de Javier Otano, que tuvo que dimitir porque se le encontró una cuenta en Suiza relacionada con  la trama navarra del caso Roldán que llevó al anterior presidente también socialista Gabriel Urralburu a prisión.

Pedro Sánchez ha estado permanentemente al tanto de ese proceso y le ha dado el visto bueno

El afán de la señora Chivite por volver  tocar poder se puede comprender, pero no si para lograrlo debe aceptar esas indeseables compañías. Y hay dos cosas que no pueden hacernos tragar  a quienes observamos desde fuera los acontecimientos: la idea ridícula según la cual el voto de los proetarras  es cosa suya y no comporta compromiso alguno por parte del PSN. Además de imposible de creer semejante falacia, ahí está la carta de Bildu para dejar las cosas claras. Claro que hay compromiso, naturalmente que sí, quién podría haber creído que una abstención que posibilita un  gobierno no se lleva a cabo a cambio de importantes concesiones políticas. La segunda cosa es la versión que insinúa que estas negociaciones de Navarra se han llevado a cabo sin el consentimiento del presidente del Gobierno en funciones. No es verdad, Pedro Sánchez ha estado permanentemente al tanto de ese proceso y hasta el jueves pasado le había dado el visto bueno.

El problema para él ahora es que, una vez fracasado su intento de ser investido con los votos en forma de abstención de Podemos, de ERC del PNV, de Bildu y de otros pequeños grupos de la Cámara, necesita el apoyo del PP, también  en forma de abstención, para la posible pero no segura convocatoria de septiembre. Y naturalmente, resulta descabellado pensar que el señor Casado acepte avalar con su voto una política que viene a ratificar las preferencias del señor Sánchez en materia de pactos y que sistemáticamente han optado por acuerdos con las fuerzas independentistas en el caso de los ayuntamientos de Cataluña y con Podemos y  los partidos soberanistas de Més en el caso del gobierno de Baleares, por poner sólo dos ejemplos.

Es decir, si el pacto de Navarra se consuma, y eso sucederá la semana que viene, no hay ninguna posibilidad de que el líder del PP ejerza esa responsabilidad que le reclama con tanta insistencia el presidente del Gobierno y le permita a Sánchez, junto con más abstenciones porque con los 66 diputados populares tampoco habría sido suficiente, ocupar la presidencia efectiva y operativa. Pero es que esa hipótesis hay que descartarla desde el momento en que se constituya el gobierno de coalición PSN-PNV-Podemos-Izquierda Ezquerra. Y no sólo por una cuestión de principios elemental que impide a un partido de centro derecha bendecir cualquier clase de contacto, aunque sea indirecto, con los proetarras que no han pedido nunca perdón, que mantienen la versión de que aquella apoteosis de crimen, extorsión  y miedo fue una lucha "por la libertad de Euskal Herria" y que siguen homenajeando a los asesinos de la banda que sale en libertad.

Es más, si al presidente del PP se le ocurriera en un arrebato de locura aceptar lo sucedido en Navarra y pensara en otorgarle al candidato socialista el regalo de su abstención, ya no tendría que molestarse más en defender su liderazgo en la oposición de centro derecha porque en ese mismo instante -ya digo que inverosímil- lo habría perdido estrepitosamente en favor de Albert Rivera que ya no tendría ni que molestarse en seguir machacándonos con la matraca de que él es el líder de la oposición porque ese liderazgo se lo habría servido Pablo Casado en bandeja.  De modo que, ni por los más elementales principios y por respeto a la memoria de las víctimas del terrorismo, ni por interés político de su propia supervivencia como partido, el señor Casado está en situación de atender la petición de Pedro Sánchez. Y esto que digo lo va a entender todo el mundo en España.

Así que Sánchez no sólo no va a obtener de Casado lo que necesita sino que, en estas condiciones, no debería ni siquiera atreverse a pedírselo. Porque es deshonesto y porque es inmoral. Y tampoco debe intentarlo con Ciudadanos porque va a obtener la misma respuesta. Con lo cual, el Partido Socialista va a gobernar Navarra -muy condicionado, por cierto, por sus variados socios- pero, a cambio, el presidente del Gobierno se ha quedado sin su argumento principal para intentar que los dos partidos constitucionalistas le saquen las castañas del fuego en el mes de septiembre.

Con lo cual, y a menos que el candidato socialista detenga en el último minuto el enjuague por la puerta de atrás del gobierno de Navarra, mucho me temo que nos encaminamos a unas nuevas elecciones el 10 de noviembre. Pero, atención, esas elecciones se celebrarían en el siguiente escenario: con la sentencia del Tribunal Supremo ya hecha pública -se espera para la primera quincena de octubre-; con el consiguiente levantamiento de las fuerzas independentistas catalanas, que llevan meses preparándose para volver a desafiar al Estado; con un Gobierno en funciones, lo cual significa que no puede adoptar decisiones que excedan del despacho ordinario de los asuntos públicos. Si podría, por ejemplo, aplicar el artículo 155 en caso de necesidad porque el PSOE tiene mayoría absoluta en el Senado, pero no podría implementar su aplicación con los nombramientos imprescindibles porque el artículo 21 de la Ley del Gobierno expresamente no se lo permite. Y, por si eso fuera poco, con todos los partidos sumergidos en la campaña electoral, con lo cual la imprescindible unidad de criterio para afrontar una crisis de la magnitud que se prevé en Cataluña no sería posible.

¿Cabe mayor disparate? Pues a ese disparate nos encaminamos de cabeza si lo de Navarra no se deshace a tiempo, que no se deshará.