Zapatero, un triste, aún quiere hacer triste la política, o sea hacerla suya, triste y fracasada como una ópera de payasos. La alegría de los tristes es contagiar su tristeza. Por eso Zapatero sale de vez en cuando con su paraguas mojado, con su trajecito mojado, que es como parece ir siempre él, como alguien que se ha empapado incluso llevando paraguas, alguien destinado a mojarse bajo la lluvia, y sale así, no grave sino triste, a entristecer la política, a entristecerlo todo, igual que un gafe lo gafa todo.

Zapatero quiere reconciliar a Sánchez con Iglesias, ya ven. Con su abrazo triste y obrero, abrazo de deshollinador triste, Zapatero quiere unir a Sánchez y a Iglesias bajo su amigable lluvia de ceniza. Argumenta, o algo así, que aquí no hay tradición de pactos entre la izquierda y la derecha, entre PSOE y PP, olvidando que si hay una tradición verdaderamente respetada en la política es el odio entre la paleoizquierda y la socialdemocracia. Y que lo natural en la izquierda no es formar gobierno, sino el anatema, la excomunión y que brote la luz de la verdadera ortodoxia en una nueva secta, quizá la de Errejón, que anda ahora sacando programa y candelabros de una furgoneta.

Zapatero no tenía doblez y sigue sin tenerla. Erraba con convicción y nos arruinaba por nuestro sincero bien"

Zapatero, con esa pasión de los tristes por envolvernos con su tristeza, quiere poner a Sánchez y a Iglesias a compartir la escudilla franciscana de la izquierda, que los hermanará. Ellos dos, bajo el paraguas mojado de Zapatero, tocando la flauta de los perroflautas, mirando la lluvia de los pobres, que es como la de los gorriones; la lluvia que deja en el asfalto, como decía Guillén, “óperas de incógnito”. Óperas de payaso en esta ocasión, con la lágrima de tinta ya puesta en la cara blanca, como una manecilla de reloj antiguo. Zapatero se imagina todo esto, seguro, llorando también ya por su lágrima de tinta o de cine mudo. Zapatero, como siempre, es que no se entera.

Zapatero parece el único que no se ha dado cuenta de quién es Sánchez. Hasta Iglesias ha asumido que no va pisar La Moncloa con él, o sea que no va a pisarla nunca. Sánchez lo ha chuleado y a Iglesias sólo le queda ya un rencor aparatoso e inocultable, como el ajuar de una novia abandonada. Zapatero lo intentó en la misma investidura, aquella oferta que hundió en el patetismo a Iglesias, lo de las políticas activas de empleo. Igual que Iglesias, Zapatero vio la respuesta de Sánchez, o sea el desprecio, un desprecio que parecía abanicar Carmen Calvo hacia el escaño del líder de Podemos, como las damas que se espantan el olor a pueblo. Pues nada, Zapatero vuelve a insistir. Sánchez, que es más listo que él, no le hizo caso entonces y no se lo va a hacer ahora.

Zapatero, triste como todos los santurrones, se aparece ahora por una política que es canalla y hasta barroca, si no en el verbo sí en el puñal, cuando él echa de menos la sencilla tristeza de los payasos y de los borriquillos y del votante resignado y comprometido de izquierda. Zapatero no tenía doblez y sigue sin tenerla. Erraba con convicción y nos arruinaba por nuestro sincero bien. Aún cree en las alegorías que él se inventaba, con mises feministas y el mormonismo de Keynes, y aún cree en una izquierda que abriga a todos los mojados como una madre que te baña. La sinceridad le ha hecho triste, mientras que a Sánchez la ambición le ha hecho presidente, sin más.

Zapatero aún no se ha enterado de que Sánchez ya ha ganado sin hacer nada, sí. Pero es que Rivera y Casado tampoco"

Zapatero es un triste, un ingenuo y un beatón, y Sánchez es un listo, un hedonista y un ambicioso. Zapatero aún se cree todo y Sánchez sólo lo aprovecha como farsa. Es decir, lo de Sánchez es un zapaterismo cínico, muy parecido al susanismo. Susana se decantó por Cs, por supuesto, antes que por el Podemos cherokee que hay por allí por Andalucía. Y Sánchez usará el mismo sentido común. La “banda”, lo decíamos ayer, fue necesaria para el primer asalto, pero no sirve como entente formal. No se trata de la izquierda o de la derecha, sino de pragmatismo, que es lo que cambia los colchones en La Moncloa.

Zapatero parece el único presidente que aún no se ha despertado a la realidad de la política y del ser humano. Me produce cierta ternura imaginarlo ahí, con sus zapatones de payaso de ópera triste chapoteando de agua por dentro, sonando a pedito al andar, con su pinta de señor viajante mojado, o de ángel de Capra también mojado. Él todavía en su mundo musical, queriendo llevarnos a su mundo musical, que en realidad sólo es un mundo triste, fracasado, como un circo fracasado. Así que sólo nos lleva a su tristeza. Pero no hay que culparle tanto por caer en estas ingenuidades y melancolías, como la de querer reunir a Sánchez y a Iglesias. Zapatero aún no se ha enterado de que Sánchez ya ha ganado sin hacer nada, sí. Pero es que Rivera y Casado tampoco. Y ellos no tienen como excusa haber salido de un aguacero de náufrago o de una balada triste.