Conocida ya la composición del nuevo Gobierno, se trata ahora más que de augurar futuros e inexorables fracasos, esperar a ver cómo se desenvuelve este equipo recién constituido por Pedro Sánchez y en el que parece evidente que ha tratado de levantar una empalizada de ministerios y competencias en torno al mini gobierno encabezado por Pablo Iglesias, que queda así, al menos en apariencia, seriamente disminuido en su capacidad de brillar por cuenta propia y amortizar para el futuro su participación en el poder.

Pero insisto en que ya no es tiempo de anunciar catástrofes sin cuento a propósito del destino económico de España ni de dar por hecho que la traición del presidente Sánchez a la Constitución está a punto de consumarse si es que no se ha consumado ya. Las perspectivas en este segundo aspecto no son nada buenas, hay que reconocerlo. En realidad son muy inquietantes pero la oposición de centro derecha haría muy bien en bajar la presión descalificatoria ahora porque de otro modo no estará en condiciones de poder actuar cuando sea necesario con la suficiente contundencia siempre que se base en hechos demostrados.

Digo esto por lo sucedido durante las sesiones del debate de investidura, que constituyeron un escándalo sin paliativos no sólo por las invectivas de los portavoces de Bildu y de ERC sino sobre todo, y por encima de todo, por la nula respuesta que dio el candidato socialista y hoy ya presidente del Gobierno a semejantes ofensas al jefe del Estado y a las instituciones democráticas de nuestro país.

Un silencio aún más ominoso si se pone en contraste con las respuestas airadas, ofensivas, despectivas y abiertamente descalificatorias que el señor Sánchez dedicó a los portavoces de la oposición conservadora. Ahí, en ese contraste, radicó el juicio enormemente negativo que una buena parte de la opinión pública se formó sobre el nuevo presidente.

La reacción parlamentaria de los señores Casado, Arrimadas, Abascal, Sayas y Martínez Oblanca fue durísima pero, en mi opinión, acorde con lo que se estaba presenciando en el hemiciclo, donde Pedro Sánchez habló más de la ultraderecha y del franquismo que del obligado recordatorio a los de Bildu y ERC de que ellos estaba allí ofendiendo al Rey, al Poder Judicial y al régimen de libertades de que disfrutamos en España gracias a que viven precisamente a una democracia que respeta hasta lo inconcebible en otros países perfectamente democráticos el derecho a la libre opinión.

Pero, una vez terminada la investidura, la oposición no debería continuar galopando sin freno por el camino de la amenaza y del catastrofismo porque eso le hará perder inexorablemente la fuerza que va a necesitar para cuando las acciones de gobierno requieran, si lo requieren, de la crítica contundente y de la denuncia sin paliativos.

La oposición de centro derecha haría muy bien en bajar la presión descalificatoria ahora, de otro modo no estará en condiciones de poder actuar cuando sea necesario con la suficiente contundencia

Uno de los ingredientes que más unió a los miembros del primer gobierno de Adolfo Suárez, aquél que hizo de verdad la Transición, fue precisamente que nació entre la crítica unánime y la profunda desconfianza de casi toda la clase política y de la práctica totalidad de la opinión pública española.

Aquel equipo de gobierno trabajó en silencio y embozado en la discreción pero los tiempos de hoy son otros y lo que se ha planteado en este momento es una división rotunda e insalvable, insostenible en la realidad, pero de resultado seguro en términos de opinión, entre la izquierda y la derecha. O para decirlo más crudamente, entre los "progresistas" y los "fascistas". Es decir, entre el bien y el mal. Y de esa división artificial pero buscada hay que huir como de la peste porque encierra una trampa mortal para la disidencia y la controversia.

A este Gobierno del que muy pocos se fían y al que se le auguran conflictos internos desde los primeros pasos de su andadura, hay que dejarle andar para luego poder opinar de su andadura con un mínimo fundamento. De momento tiene a su favor la posibilidad de magnificar la reacción furibunda del sector a la derecha del PSOE. Cuantas más burradas se digan de este Gobierno, y yo he oído ya un puñado, más se podrán caricaturizar desde la izquierda las críticas de la derecha y más susceptibles de ser desautorizadas quedarán éstas.

Y aquí entra también el tratamiento que se le dé al Rey. Ciertamente, fue impresentable la intervención de la portavoz de Bildu Mertxe Aizpurúa y la de ERC, Montserrat Bassa. Fue injustificable también que el candidato a presidente no saliera acto seguido en defensa no de la persona sino de la institución del Jefe del Estado.

Pedro Sánchez no puede permitirse ignorar los ataques que recibió el Rey de España por parte de los proetarras y de los independentistas. Era su obligación institucional y la incumplió de una manera clamorosa porque no se puede moralmente conquistar una investidura pagando el precio del silencio cuando se está ofendiendo a las instituciones del país.

También es cierto que el comportamiento de este presidente del Gobierno con el jefe del Estado deja que desear. Como muestra, el hecho de que hayamos conocido los nombres de todo el equipo gubernamental antes de que el señor Sánchez haya acudido al palacio de La Zarzuela para informar a Felipe VI de la composición de su nuevo equipo gubernamental.

Cierto es que el presidente está informando por teléfono al Monarca de cada nombramiento. Pero así no se hacen las cosas. Y mucho menos se despacha un asunto tan simbólico como la presentación al Rey del nuevo Gobierno al completo por el mismo procedimiento, que es como por lo visto se va a hacer.

El Rey lo es de todos los españoles y, precisamente por serlo, no es el Rey de nadie y nadie se lo puede apropiar ni aunque crea que así sale en su defensa

Los ignorantes desprecian los protocolos y los símbolos. Les parece más moderno y más natural comportarse "a la pata la llana" pero los símbolos y la liturgia contribuyen de una manera determinante al mantenimiento de las instituciones y a la comprensión por parte de la opinión pública de su trascendencia. Esto no hay que explicárselo a los franceses, ni a los ingleses ni tampoco a un país relativamente joven como los Estados Unidos.

Sin embargo, parece que en España esta comprensión no ha llegado a las mentes de una buena parte de nuestra clase política. Y, por lo que se ve, tampoco al señor Sánchez, que considera que con una simple llamada al jefe del Estado ha resuelto el protocolo de la presentación ante el Rey del nuevo Gobierno. Grave error que no hace más que contribuir al deslucimiento de nuestras instituciones en un momento en que están siendo atacadas para intentar debilitarlas y, si pudieran, que no pueden, derribarlas por quienes se declaran enemigos de España.

Y sin embargo, ni Pablo Casado ni Inés Arrimadas ni Santiago Abascal ni Sergio Sayas ni Isidro Martínez Oblanca deben de ninguna manera defender al Rey y a su figura en los términos en los que lo hicieron durante la sesión de investidura. Al Rey, como representante constitucional del Estado y, en consecuencia, de la democracia española, no se le defiende gritando estentóreamente vivas a su persona porque se corre en peligro de que la opinión pública acabe por concluir que el Rey lo es solamente de una clase de españoles. El Rey de los de derechas.

Ése sería el peor servicio que se le puede hacer a la Corona y, por lo tanto, a nuestro régimen de libertades. No se envuelvan los partidos conservadores y de centro en la figura del Rey pensando que así lo defienden de los ataques que pueda recibir por parte de los independentistas y de los proetarras. Reclamen, eso sí, a los partidos en el Gobierno que se comporten a la altura de sus responsabilidades constitucionales y respeten a esta institución como la clave de bóveda que es de nuestra Constitución.

Porque el Rey lo es de todos los españoles y, precisamente por serlo, no es el Rey de nadie y nadie se lo puede apropiar ni aunque crea que así sale en su defensa.

Conocida ya la composición del nuevo Gobierno, se trata ahora más que de augurar futuros e inexorables fracasos, esperar a ver cómo se desenvuelve este equipo recién constituido por Pedro Sánchez y en el que parece evidente que ha tratado de levantar una empalizada de ministerios y competencias en torno al mini gobierno encabezado por Pablo Iglesias, que queda así, al menos en apariencia, seriamente disminuido en su capacidad de brillar por cuenta propia y amortizar para el futuro su participación en el poder.

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