Las veinte mentiras dichas por el ministro Ábalos para no reconocer su larga reunión con la vicepresidenta venezolana, no tendrán más efecto político que la bronca en el Congreso y en el Parlamento Europeo, porque hemos naturalizado la mentira. Los mentirosos siempre creen ser creídos, como el vicepresidente Pablo Iglesias negando lo evidente, que recibió financiación de Bolivia, Venezuela e Irán. Pero de tanto negarlo y otros por acusarle tanto, han conseguido que ya no le importe a nadie. En esto de la mentira es un éxito aguantar, tiene este efecto anestesiante de los problemas hasta que mueren por inanición. Vox reconoció haber recibido dinero del exilio iraní, aunque el altavoz de los acusadores era mucho mayor que el suyo, por lo que pocos escucharon sus explicaciones. Es distinta la presunta mentira de Eduardo Zaplana asegurando no tener ni cuentas ni propiedades fuera de España ahora que la Guardia Civil le ha encontrado 13 millones de euros en el extranjero, distinto porque no ocupa cargo público en este momento. Si cuando era presidente valenciano se hubiese conocido esta corruptela sin duda el partido hubiese pedido su cabeza… o no, porque a menudo el poder protege la mentira cuando le perjudica la verdad y el objetivo a batir es demasiado poderoso. 

El tiempo es el mejor aliado del mentiroso, que se lo digan al presidente Pedro Sánchez capaz de decir blanco y mañana negro sin sonrojarse y con el mismo gesto, qué distinto este Sánchez al que llegó a la Moncloa en junio del 2018 y obligaba a dimitir a un ministro tras otros por lindezas, como le ocurrió a Màxim Huerta por haber perdido un juicio contra Hacienda, o a la ministra de Sanidad por un máster falso. Tras el escándalo con las grabaciones de Villarejo a Dolores Delgado llamando maricón a Marlaska y contando que jueces y fiscales españoles acabaron acostándose con menores en Colombia, Sánchez dijo basta, ya no dimitía nadie más. Aguantó las críticas y se encargó que la opinión pública tuviese la exhumación de Franco como preocupación máxima. Irónicamente fue la propia Delgado la única que estuvo presente en ella como notaria mayor del reino. Siempre Delgado le deberá mucho a esa exhumación que la salvó de la quema. Hoy se la nombra Fiscal General siendo un día antes ministra de Justicia como en una república bolivariana y no pasa nada.

Sánchez aprendió que no importa lo que haga, sino cómo se cuente después. Que para mentir solo necesita un buen número de medios de comunicación afines

Las mentiras necesitan de los medios de comunicación para terminar pareciendo verdad. Un año después de la concentración de decenas de miles de personas en la Plaza de Colón en Madrid pidiendo elecciones a Sánchez, los medios afines al gobierno y a este psoe, que son muchos, se han encargado de caricaturizarlo como un acto de Vox lleno de fachas sin cerebro. Se olvidaron que allí asistió Mario Vargas Llosa, el ex ministro socialista Corcuera, Joan Mesquida, director general de policía y Guardia Civil con Zapatero o el propio Manuel Valls, y que convocaban una decena de partidos, no solo Vox. Desde el despacho de propaganda de Moncloa emitieron el día después un documento “las mentiras del manifiesto de Colón” que repitieron sin preguntarse si era cierto todas las televisiones. Sánchez aprendió que no importa lo que haga, sino cómo se cuente después. Que para mentir solo necesita un buen número de medios de comunicación afines que crean estar haciendo un servicio al Estado cuando manipulan la verdad.

Aún escucho atónito las primeras palabras con las que el presidente Sánchez empezó el debate de Atresmedia el 24 de abril pasado acusándole a Albert Rivera de mentiroso: “Yo quiero dejar aquí clara una cosa desde el principio del debate, yo no he pactado con los independentistas, es mentira, es falso, que es falso, es falso, por tanto, usted podrá repetir mil veces una mentira, pero es falso. Falso es falso, no es no y nunca es nunca. Que quede claro desde el principio del debate”. Hoy causa pavor ver las imágenes y recordar que quien le acusaba diciendo la verdad ha dimitido y quien mentía es ahora presidente del Gobierno de España.

Adolf Hitler dejó escrito “las grandes masas sucumbirán más fácilmente a una gran mentira que a una pequeña”. Y es bien cierto, lo peor es que no se puede vivir con la verdad en un mundo de mentirosos.

Las veinte mentiras dichas por el ministro Ábalos para no reconocer su larga reunión con la vicepresidenta venezolana, no tendrán más efecto político que la bronca en el Congreso y en el Parlamento Europeo, porque hemos naturalizado la mentira. Los mentirosos siempre creen ser creídos, como el vicepresidente Pablo Iglesias negando lo evidente, que recibió financiación de Bolivia, Venezuela e Irán. Pero de tanto negarlo y otros por acusarle tanto, han conseguido que ya no le importe a nadie. En esto de la mentira es un éxito aguantar, tiene este efecto anestesiante de los problemas hasta que mueren por inanición. Vox reconoció haber recibido dinero del exilio iraní, aunque el altavoz de los acusadores era mucho mayor que el suyo, por lo que pocos escucharon sus explicaciones. Es distinta la presunta mentira de Eduardo Zaplana asegurando no tener ni cuentas ni propiedades fuera de España ahora que la Guardia Civil le ha encontrado 13 millones de euros en el extranjero, distinto porque no ocupa cargo público en este momento. Si cuando era presidente valenciano se hubiese conocido esta corruptela sin duda el partido hubiese pedido su cabeza… o no, porque a menudo el poder protege la mentira cuando le perjudica la verdad y el objetivo a batir es demasiado poderoso. 

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