¿Cerráis mañana?

-No, señora, no cerramos. Vamos a mantener la calma… Ningún supermercado va a cerrar, y Mercadona menos. Y se repone todo por las noches.

Ha pasado en un Mercadona de Chamberí, donde la cajera, con su uniforme que parece un poco de enfermera, tiene que hablar ya como los ministros o los anestesistas, tranquilizando a histéricos que vienen a llenar los carros de salchichas y papel del váter, como tramperos. No se llevan munición contra osos porque aquí no hay. En ese momento el supermercado tenía alguna calva, pero tampoco es que lo hubieran desvalijado. Los cajeros, con gesto de cansancio o desasosiego en el cambio de turno, parecían el relevo de un submarino. La desmesura de la gente los ha convertido en inesperados soldados contra el pánico de la masa, ese pánico irracional, contagioso y competitivo que igual lleva a cracs bursátiles, a estampidas en un concierto o a que se acaben las mascarillas o las muñecas chochonas. Por la cola de la caja pasaba el carrito de la limpieza y yo diría que lo miraban como un armón con muerto o como un camión cisterna de Chernóbil. La angustia es adictiva, eso es lo que pasa.

Peor que el virus y que los políticos puede ser la gente con su película de zombis, que de repente piensa que se va a quedar sin carne enlatada, sin velas de sebo, sin aire y sin brazo. Aquella señora que preguntaba a la cajera parecía creer que no sólo se cerraban las escuelas y las universidades, sino que desde hoy sólo se iba a pasear por Madrid la peste negra vestida de guardia civil, entre lamentos y carromatos con campanilla. Hemos pasado del meme con gripes de los pollos o de los Simpson, o del bar donde se ofrecen las cañas con temeridad de ruleta rusa, a un especial de Los Morancos del fin del mundo, con familias enteras con plásticos en la cabeza, como abducidos, cargando agua y pasta mientras le lloran los churumbeles colgando de los brazos, igual que niños de feriantes.

Cuando lo que hay que evitar son las aglomeraciones y hasta los besos, al personal le da por hacer maratones para comprar garbanzos con glutamato. Pero si el miedo fuera racional ya no sería miedo, sólo buen juicio. En la Edad Media, la peste se contagiaba sobre todo durante los largos rezos y vigilias. El coronavirus no es la peste, pero se va a propagar aún más a través del propio miedo de esos enajenados que quieren combatir la epidemia con matamosquitos y mucho fuagrás. El virus es más peligroso como desestabilizador del sistema que como mera enfermedad, y la gente ya está empezando a ayudarlo a fomentar el caos, hasta que una cajera con sueño de rímel como de cabaré les tenga que sacar a una recortada.

La gente ha pasado del chiste a la histeria, pero es que los políticos también han pasado de decirnos que esto iba a ser una enfermedad de loros tropicales a encerrar a los niños como del ogro

La gente ha pasado del chiste a la histeria, pero es que los políticos también han pasado de decirnos que esto iba a ser una enfermedad de loros tropicales a encerrar a los niños como del ogro y a parar las tripas de las ciudades. A finales de enero, Fernando Simón, señor con más cataplasma que ciencia en realidad, que cada vez se parece más a ese Txumari con su botica de la abuela, nos decía que “España no va a tener, como mucho, más allá de algún caso diagnosticado”. Aquello parecía tan científico entonces como lo parece ahora fumigar los Cristos, porque no ha sido cuestión de ciencia sino de negligencias y perezas políticas. La gente, que ha visto que hasta Simón sale ahora con cara de azafata de vuelo con problemas, lo mismo está empezando a creer que igual de científico puede resultar, en un mes, que esto acabe en Apocalipsis, sea por el virus o por la falta de proteínas o de gasolina o de papel del culo.

Los políticos han metido la pata, sí. Se ha dado cuenta la gente, que no se fía ni de que haya arroz mañana, y se han dado cuenta ellos. Lo notamos en que Simón está más despeinado y en que hasta Sánchez parece que se aparta, quizá por la vergüenza de lo del otro día, con aquel vídeo musical de familia real cenando fideos. Yo lo veía comandando la misión contra el virus, como en el Viaje alucinante de Asimov, en otro montaje de Redondo, pero se ha dado cuenta de que el virus quema políticamente. Ya ni sale tras el Consejo de Ministros, sino que pone a Carmen Calvo con sus espesuras, a Illa con su monodía como latina, y, claro, a Simón haciendo ciencia fake o pop, como un póster de Einstein.

A pesar de que los políticos mientan, sabemos lo que está pasando en otros países, sin casos aún de caníbales mutantes ni de guerras por fabadas de lata. Y tenemos, para fiarnos, a los organismos internacionales y a los científicos que no están puestos por los políticos para que nos creamos que son la abuelita de Piolín. Los políticos han metido la pata y será una crisis seria, pero no vamos a tener que disparar a los osos ni que comernos al vecino con mantequilla de cacahuete, como esos americanos con búnker y peto. Eso sí, podemos crear más caos que el que vayan a crear por sí solos el virus y los políticos si nos empezamos a imaginar la invasión de zombis, o si somos nosotros los zombis que invadimos el supermercado arrastrando la zapatilla y media mandíbula. Aunque seguro que estaría allí, en primera línea, con recortada o con hacha, como una heroína de Tarantino, una cajera del Mercadona, en furiosa venganza contra un fin del mundo ridículo, de Los Morancos o de Masterchef.

¿Cerráis mañana?

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