Lo primero que dijo Urkullu, que habla antes que los demás por antigüedad, por fuero o por esa cosa de naipe principal que tienen todos los señores del PNV, fue que había que terminar con esas reuniones semanales de presidentes autonómicos por videoconferencia. Urkullu está muy mosqueado por ese pacto entre las cañerías con Bildu, que barrunta traición para arrebatarle el gobierno vasco, pero creo que sobre todo está mosqueado por esa manera que tiene Sánchez de manejarlo todo con sillón crujiente, mando universal, monitores de segurata y gato luciferino, como el malo del inspector Gadget.

El virus le está sirviendo a Sánchez para teletrabajarse España. Le permite hacer pactos como el que manda spam o pishing, a ver quién pica, y le deja vigilar a todo el país como desde mirillas de rey o de pervertido. Esa mirilla es el poder, de ahí tanto empeño en el estado de alarma.

El virus le ha dado poder para meter a la gente no sólo en su casa, sino en cajitas de cerillas que él va abriendo y cerrando en su monitor. Así salen los presidentes, pequeñitos, cuadriculados e incluso con un poco de voz de ratoncito, con sus orgullosas banderas que parecen de verdad una cerilla. Se quejan por la fase, por el dinero, por los retrasos o por las competencias, pero quién puede tomarlos en serio desde ese encierro de Alicia o de grillito.

Sánchez tapa o destapa a los presidentes en esa casita de muñecas de la videoconferencia, exactamente igual que a los periodistas. Y ya no se trata de que esos ministros vestidos de director de banda de música, o esos militares vestidos de entierro de Alfonso XII, o ese Simón vestido de pastor de Belén, o el propio Sánchez vestido de la verbena de la Paloma luego contesten lo que les dé la gana. Ni se trata de organizar mejor la cosa con un gran ojo de araña.

El virus ha dado poder a Sánchez para meter a la gente no sólo en su casa, sino en cajitas de cerillas que él va abriendo y cerrando en su monitor

Se trata de que todo el país esté ahí, hablando o quejándose desde el fondo de un desagüe o de un cajoncito de costura, con voz de ardillita, mientras Sánchez hace luego lo que le parece porque, si no, ya saben que llegaría el fin del mundo. O sea, como algún dios usando Zoom.

Urkullu puede que esté echando de menos a Rajoy, que no se hubiera manejado con Zoom en la vida y antes se hubiera volado su sombrero de copa o se hubiera marchado a una caravana como una vieja gloria del cine mudo y del teléfono de pie. Urkullu quiere bilateralidad, o quiere decirle cuatro cositas a Sánchez sin que se enteren los demás y sin esa angustia que da por cámara alguien atrapado en un ascensor, que es lo que parecen todos, que se están asfixiando en el ascensor o en La cabina de López Vázquez.

Urkullu tiene que estar echando de menos a Rajoy. Rajoy era tan previsible como el reloj de columna que parecía, y pactar con él era como ir a un tren a firmar un armisticio, no como ahora con Pedro Sánchez, con quien todo parece un peep show. Urkullu tiene que estar recordando cuando estuvo en las manos del PNV la moción de censura, dudando entre ese Rajoy que era como un monje campanero y ese joven Sánchez, tan ambicioso que creyeron que le podrían sacar todo, las nueces, las castañas y hasta los huesos de santo. Tan ambicioso que ya nadie se puede fiar de él.

Sánchez mira toda España como Matrix y eso ya da calambre y grima

Urkullu no quiere que un tripartito PSOE-Podemos-Bildu lo eche de la lehendakaritza, pero sobre todo el PNV se va dando cuenta de que Sánchez dispara a todo y miente a todos. Sánchez tiene los síntomas de un adicto, un adicto al poder o a algún vicio de mazmorra. Lo primero que dijo Urkullu fue que esas videoconferencias un poco besamanos y un poco habitación de voyeur deberían terminar. Pero a Sánchez le gusta tener a la gente y a las autonomías como hormigueros de juguete. Tener ahí a Ayuso con su cara de ama de llaves a punto de tirar el candelabro. Y a Moreno Bonilla quejándose como un nazareno bajo una lluvia de rejería. Y a Torra pidiendo dinero como cualquier españolito. O incluso a García-Page en una esquinita de la televisión, como una mosca de verano. Esas cosas que le hacen sentir que manda.

Sánchez todavía confía en que el PNV le siga regalando estados de alarma y persianas levantadas, pero el PNV se va sintiendo idiota (no como Cs), demasiado idiota para su severidad de naipe de piedra. Urkullu se quejó de esas videoconferencias en las que los tienen a él y a los demás como para presentar La tribu de los Brady, o sea el guion de risas y lágrimas tartajas de Sánchez. Yo creo que Urkullu se acordaba de Rajoy como uno se acordaría de la radio de antes, de Bobby Deglané o así, cuando todo funcionaba como con tecnología de reloj de cuco, igual que Rajoy o el mismo PNV. Sánchez mira toda España como Matrix y eso ya da calambre y grima. Hasta a los que un día pensaron que el joven aspirante les iba a dar las nueces regaladas y ahora hacen de chicharra en su monitor y de panolis en el Congreso.