Echenique es más terminator que Simón. Lo mismo contempla impávido cómo estallan cabezas llenas de kétchup que persigue a los periodistas con una frialdad mecánica y espeluznante, igual que el gancho de esas máquinas de feria persigue a los peluches. Claro que ese gancho suele fallar en el pellizco definitivo, así que Vicente Vallés se ha quedado donde estaba mientras Echenique se va sin nada en la garra, moviéndose locamente, como un helicóptero tocado o el capitán Garfio enfurruñado.

A Podemos no le gusta el periodismo. Lo ataca Echenique desde su gadgetocóptero pero sobre todo lo ataca el mismo Pablo Iglesias desde su vicepresidencia sultana, llena de cabezas cortadas y velos de varias Salomés u odaliscas de secretariado/alumnado porno. No le gusta el periodismo, simplemente, porque es algo que en su sistema no puede existir. Claro que se puede criticar a los periodistas, aunque es mejor usar datos e ingenio que amenazas de mazmorra con ratón y calavera, como en una casilla de la oca. El periodismo no es una cosa intocable ni santa, pero no lo puede hacer el Gobierno soplando por esa trompetilla de Correos, ni es algo que se pueda votar en barullo o en comandita, como cuando en el Ateneo de Madrid se votó si Dios existía. Y eso es justo lo que quiere Iglesias, que ya dijo que la existencia de medios de comunicación privados ataca la libertad de expresión. No, lo que la atacaría sería que fuera él, con su vicepresidencia como el megáfono del tapicero, el que dijera qué es la Verdad.

Podemos siempre está hablando de “la gente”, pero es una “gente” tumultuaria y unánime que sólo está ahí para menear la cabeza como en un concierto de rock. Todas las ideologías del pueblo absoluto se quedan siempre en un jefazo igualmente absoluto. Como la misma democracia, el periodismo requiere mucha gente diciendo cosas diferentes, porque la verdad no es un bibliazo que te abre la cabeza (eso sólo les ocurre a los fanáticos), sino que siempre es una perspectiva. Ni el Gobierno, con un Iglesias o un Simón que saliera todos los días a dar el parte con tono de meteorólogo o de Petete; ni tampoco la gente, votando las verdades como la mejor tortilla de patatas, podrían ofrecernos nunca todas esas perspectivas. Sin varias perspectivas no hay manera de ejercer el sentido crítico ni de formarse juicios sobre la verdad. Éste es el derecho del ciudadano. Por eso la prensa no debe (no puede) ser puramente objetiva, ni siquiera neutral, ya que entonces sólo habría una prensa. Debe ser plural, veraz y libre. Y sus únicos límites son las leyes, no lo que diga un vicepresidente amenazando además con fusta, esa fusta de azotar a Mariló Montero hasta que le salga kétchup.

Para sustituir al periodismo, para que la Verdad sea algo que suelte Echenique como aquellas avionetas que soltaban balones playeros, hay que decir que el periodismo es una cloaca

Para sustituir al periodismo, para que la Verdad sea algo que suelte Echenique como aquellas avionetas que soltaban balones playeros, hay que decir que el periodismo es una cloaca. Para sustituir a la democracia, para que el pueblo, el partido y el Estado sean la misma cosa (¡otra vez!), hay que decir que el Estado es una cloaca. La verdad es que esos pantallazos de despecho que hizo y difundió la propia Dina no han destapado otra cosa que la cloaca de Podemos, que parece empezar en un bidé particular y se despliega, como aquella icónica canción de Los toreros muertos, por cañerías, aulas, piscinas, ministerios, fiscalías y bolsillos húmedos. Cuernos y lloriqueos con el que hacen un provechoso bolero o tango pasivo agresivo.

Echenique ha lanzado contra Vicente Vallés su garfio destructor y su hélice trituradora. En realidad, era más bien una hélice como de gorrita con hélice que llevara Echenique, porque sólo era un vídeo infantiloide y falaz elaborado por el panfleto que dirige la propia Dina. Es una especie de periódico de animadoras y la cosa parecía, talmente, una nota de animadora acosadora. No nos sorprende el nivel de su periodismo, como tampoco nos sorprende el nivel de su acción de gobierno ni de sus modos políticos. Vallés sólo puso de manifiesto las contradicciones de Iglesias, como debe hacer un buen periodista, y dejó además, con guasa, un guiño con algo de reducción al absurdo: ¿existen unas poderosísimas cloacas que, sin embargo, no consiguen nada? Pero eso parece que es fascismo. Tocarle la gorrita a Echenique, o el cimbel al jefe, es fascismo.

Iglesias ya no puede renunciar a esa táctica después de haberla cantado como un rapero en los mítines y de haberla llevado como una falsa joroba hasta el propio Gobierno. El Estado entero es una cloaca y el poder los quiere echar, a pesar de que ellos ya son Estado, casta y poder. Son incluso una especie de familia Borgia. Iglesias se ha ido desvelando poco a poco, desde la conciencia de clase al lujo de playboy, desde la transversalidad a una especie de zarismo bolchevique, de la revolución democrática a gurú de secta de cama redonda, de abanderado feminista a macho alfa con colección de pelos de coño como aquel aristócrata de Berlanga. No, ni cloacas ni conspiraciones. Es que la libertad y la democracia siguen en vigor. Incluso ahora que hay, en el mismo Gobierno, un partido o franquicia de calzoncillos que quiere demolerlas.