Van persiguiendo a los Reyes como en una gallinita ciega de Goya. Los Borbones, con algo de pasmados y de pesadotes, como percherones de carroza, son más fáciles de cazar que el virus y que la recesión. Es curioso que la izquierda, que empezó siendo científica y pragmática, ahora se dedique más que nada a la política teológica, a polemizar sobre la configuración celeste de los Estados, y su prioridad sea ofrecerle al pueblo el sacrificio de un rey buchón como un pavo con fajines y entorchados. Pero no sólo es la izquierda, sea la decadente IU o el podemismo que enfrenta a la monarquía su propio reinado de bragueta ungida. Es también el nacionalismo e incluso el sanchismo, que uno no sabe si ha empujado a huir al Rey emérito para protegerlo o para que haga de liebre para el resto de sus socios. De todas formas, la pieza no es Juan Carlos, sino Felipe. Que un señor haciendo de soldadito de plomo resulte de repente tan importante para esta gente quizá lo que nos dice es lo valioso que es. O lo valioso que lo están haciendo.

Que un señor haciendo de soldadito de plomo resulte de repente tan importante para esta gente quizá lo que nos dice es lo valioso que es. O lo valioso que lo están haciendo"

Ya no se trata de un pueblo paupérrimo ante los pasteles de María Antonieta, porque la monarquía no llega ni a lujo de pocero ni a presupuesto de concejalía de deportes. Ya no gobiernan con valido todopoderoso ni con inquisidor lascivo ni con sombra de Torre de Londres. Claro que tampoco hace falta eso para que la monarquía siga siendo un sistema establecido sobre privilegios y desigualdades. Pero es interesante considerar esto dándoles un poco la vuelta a sus coronas de bombonera: los reyes carecen del derecho a la ciudadanía. No pueden ser ciudadanos. No tienen los derechos de cualquier ciudadano. No son libres. No pueden hacerse bomberos o profesores de literatura. No pueden irse a vivir a Las Alpujarras o a una ruló. No tienen derecho a la libertad de expresión ni de movimiento. No deciden ni lo que dicen ni lo que se ponen. No pueden ni quejarse. Están condenados a su como casita de muñecas, a su ajedrez humano, a vivir con guion y bajo tutela. Y, además, ejemplarmente, lo mismo con la sopa que con el calzón. A lo mejor la monarquía es inmoral, pero no sólo por una parte.

Un Rey no deja de ser alguien que nos conmina y nos regaña y nos anima, alguien que hace de modelo o de ideal moral o estético, con sus señoras sin muslos, sus crucifijos castrenses y su beso medieval al obispazo"

Qué tiene tanto peligro en la monarquía, en esta monarquía al menos. Qué será lo que une a las derechas nacionalistas y a las izquierdas de mendrugo o de piscina infinita o de raza amazónica o incluso de plomo contra este funcionariado hereditario de actores como de Disney Channel. Queda aún el simbolismo paternalista, eso de que una monarquía nos convierte, como suelo decir yo, en una democracia con padrecito. Un Rey no deja de ser alguien que nos conmina y nos regaña y nos anima, alguien que hace de modelo o de ideal moral o estético, con sus señoras sin muslos, sus crucifijos castrenses y su beso medieval al obispazo. Siendo esto cierto, siquiera en parte, no es lo importante, al menos para lo que ocurre ahora. Tampoco se puede uno tragar lo de la institución rancia y anacrónica si te lo dice un nacionalista carlistón, de ésos de fueros y leyes viejas, o esos republicanos que te citan a Jaume I o confunden una guerra dinástica con un mojón fundacional de su nación.

Si van persiguiendo a los Borbones no es por repúblicas afrancesadas ni porque a Juan Carlos I le chiflaran los bidés de jaspe y los yates de oro macizo. Como ya he mencionado alguna vez, el Rey, Felipe VI ahora, sólo se limita a decir las obviedades de la democracia bajo sobredorados de comandancia de marina. El Rey sólo dice obviedades democráticas igual que sólo dice obviedades diplomáticas o navideñas. No puede ir más allá, no puede hacer otra cosa como no puede hacerse tatuador o director de orquesta. A nuestros dos reyes los hemos visto en Nochebuena, o inaugurando paradores o legislaturas, y lo sabemos: todo suena a obviedad y hasta a rollo. Y justo eso es lo peligroso: la obviedad de la democracia, o que la democracia sea una obviedad.

El Rey sólo dice obviedades democráticas igual que sólo dice obviedades diplomáticas o navideñas"

Los fundamentos del Estado de derecho se han convertido en contrarrevolucionarios, por eso no pueden ser obvios, por eso no puede cantarlos una figura ceremoniosa, decorativa, tibia y casi lotera, que es lo que es el Rey, hable en el 3-O, en la ONU o en el Premio Cervantes. No es que el Rey sea el único que defienda el Estado de derecho, así entre minué y minué. Es que es el único que puede defenderlo como obviedad. Y esto es un gran problema cuando intentas que hasta los mínimos democráticos sean tachados no ya de ideológicos, sino de reaccionarios. El imperio de la Ley, la separación de poderes, la ciudadanía como única y verdadera igualdad frente a ortodoxias o mitologías de las patrias o de las clases, ahí está el peligro y debe ser señalado como anatema y como facherío, no como obviedad de mecedora navideña. Es en eso en lo que coinciden Iglesias, Rufián, Puigdemont, Urkullu, Bildu y no sé hasta qué punto Sánchez. Son ellos, estos revolucionarios o guardavacas de la clase o de la raza, los que han terminado haciendo valiosos o necesarios, quién lo iba a decir, a unos Borbones pasmadotes. 

Van persiguiendo a los Reyes como en una gallinita ciega de Goya. Los Borbones, con algo de pasmados y de pesadotes, como percherones de carroza, son más fáciles de cazar que el virus y que la recesión. Es curioso que la izquierda, que empezó siendo científica y pragmática, ahora se dedique más que nada a la política teológica, a polemizar sobre la configuración celeste de los Estados, y su prioridad sea ofrecerle al pueblo el sacrificio de un rey buchón como un pavo con fajines y entorchados. Pero no sólo es la izquierda, sea la decadente IU o el podemismo que enfrenta a la monarquía su propio reinado de bragueta ungida. Es también el nacionalismo e incluso el sanchismo, que uno no sabe si ha empujado a huir al Rey emérito para protegerlo o para que haga de liebre para el resto de sus socios. De todas formas, la pieza no es Juan Carlos, sino Felipe. Que un señor haciendo de soldadito de plomo resulte de repente tan importante para esta gente quizá lo que nos dice es lo valioso que es. O lo valioso que lo están haciendo.

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