Pablo Iglesias apareció en las tertulias como si fuera David Carradine en Kung fu, con una cadencia de flauta de bambú, una justicia inmediata de pies descalzos y una papiroflexia boba de galletita de la suerte. Parecían modos e ideas diferentes, cuando sólo era un profesor de camarilla universitaria intentando hacer política orientalista, igual que un actor blanco que intenta hacer de chino filosófico y mortífero, o sea, con mucho truco, maquillaje y cámara lenta. Pocos años después, su partido no sólo es también casta, sino que ya es únicamente casta. De aquellas verdades de mirarse uno la sandalia, de aquella cola chinesca como un nunchaku vengador, hoy no queda nada. Su ideología es un pastiche de moditas y neologismos que lo mismo se adapta a Junqueras que a Sánchez que a Maduro que a la Unión Europea; el partido ya está metido en escándalos de presidente de fútbol engominado y de delatores que cantan, y vemos a Echenique arremeter en Twitter contra la prensa y las conjuras como un Felipe González en triciclo.

Iglesias ya ha entendido que el poder lo es todo y que sólo se mantiene con más poder. Tanta nueva política para eso. El poder es una cosa fea que no se hace descalzo ni oyendo el frufrú de los saltamontes ni las palmaditas catecúmenas de aquellos círculos/soviets con los que querían ser diferentes y sólo repetían la historia. El poder requiere una fuerza que no mira la justicia ni la estética, como sí hacía esa patada siempre caligráfica de Kwai Chang Caine. El poder no es la hegemonía de Gramsci, no es la guerra cultural, que sólo es una coartada. El poder no es conseguir que la gente se pregunte, como Irene Montero, qué medida de tetas puede definir a la mujer o al hombre. No. El poder es exigir un sillón con orejas en el CNI, participar en el reparto de ese dinero europeo como un oro de heno y cerveza, y tener ministerios y agencias donde colocar a gente para soplar velas y para pintar pancartas con el pueblo ceniciento y los múltiples sexos, todos enganchados en sus símbolos de planeta. Esto, después de haber purgado a los críticos, aupado a odaliscas u odaliscos, y acojonado al que te puede desmontar el chiringuito. Y, aun así, Iglesias todavía puede hacer mítines antisistema tras los atriles del Gobierno, desde donde habla con cara de billete.

Su ideología es un pastiche de moditas y neologismos que lo mismo se adapta a Junqueras que a Sánchez que a Maduro que a la UE"

Iglesias perdió unas fotos como el que pierde los calzoncillos en una fiesta piscinera (los calzoncillos a lo mejor los perdió también), y quiso venderlo como una gran conspiración de matones y chisteras. Recuerdo cómo rapeaba lo de las cloacas, en su regreso frente al Reina Sofía, raro, ya sospechoso o ajeno, como si rapeara la afrenta de Corpes. Podemos, que ya era sólo su persona y las extensiones extracorpóreas de su persona, como prótesis de sus caderas meneonas, necesitaba algo más que eso del Ibex carroñero con tirantes de Pedro Jota, y lo encontró en ese contubernio volcado en destruirlo. No sólo lo rapeó ante su público, algo perdido o figurante, según recuerdo, sino que también lo rapeó ante un juez. Al abogado que ya advirtió que aquello no iba a funcionar lo despidieron y lo acusaron de acoso sexual (el sexo, viejo y despreciable método de asesinato civil). El abogado, que ha visto los números y los llavines, también va a cantar ante el juez. Del juez dirán que es franquista, claro. Por eso, Iglesias prefiere la turba a la división de poderes. 

Andan ahora detrás de Podemos el Tribunal de Cuentas y el juez García-Castellón. Ya no es un complot, sino que son papeles de subvenciones, dineros o dinares iraníes, empresas entremetidas fantasmalmente entre sus campañas y el chavismo, unas cloacas que empiezan o salen de sus propios jacuzzis de cuernos de hortera, y ahora, claro, testigos deseando cantar. Podemos ya está ahí como los demás o peor que los demás, con sus sospechas, mentiras, trucos, secretos y hasta un soplón al que le mandan un pescado ya podrido igual que el Hudson, o algo parecido, como fina advertencia. Es lo que suele pasar con el poder, que no se alcanza sólo con la dialéctica de los harapos ni con la del maná de migajón.

Sus fundadores eran peliculeros o diletantes, y quizá sólo Iglesias entendió pronto de qué iba el poder"

Aquellos comienzos de Iglesias, Iglesias y una carpetilla, solos contra toda la corrupción y toda la injusticia, como David Carradine con una flauta y una calabaza. Dicen las malas lenguas que a Iglesias lo aupó Soraya, la gran urdidora, la acariciadora o asesina de gatos, para hacer daño al PSOE. Vaya regalito que nos dejó. Pero ya no queda nada de aquel Podemos, si lo hubo alguna vez. Sus fundadores eran peliculeros o diletantes, y quizá sólo Iglesias entendió pronto de qué iba el poder. Ahora, Podemos, o sea la camarilla, la choza, la poza, la cama o el tigre de Iglesias, se ha quedado en un negocio doméstico que mezcla el horóscopo chino con todas las viejas mitologías de suvenir de la izquierda, todavía con compradores. Por el camino, mientras intentan mantener el electorado con moditas o bravatas revolucionarias random y retener el poder con toda la fuerza y el trucaje que necesita el poder, van minando la democracia, la convivencia y la razón. Si Sánchez se deshace alguna vez de Iglesias, será precisamente por lo que se parecen.

Pablo Iglesias apareció en las tertulias como si fuera David Carradine en Kung fu, con una cadencia de flauta de bambú, una justicia inmediata de pies descalzos y una papiroflexia boba de galletita de la suerte. Parecían modos e ideas diferentes, cuando sólo era un profesor de camarilla universitaria intentando hacer política orientalista, igual que un actor blanco que intenta hacer de chino filosófico y mortífero, o sea, con mucho truco, maquillaje y cámara lenta. Pocos años después, su partido no sólo es también casta, sino que ya es únicamente casta. De aquellas verdades de mirarse uno la sandalia, de aquella cola chinesca como un nunchaku vengador, hoy no queda nada. Su ideología es un pastiche de moditas y neologismos que lo mismo se adapta a Junqueras que a Sánchez que a Maduro que a la Unión Europea; el partido ya está metido en escándalos de presidente de fútbol engominado y de delatores que cantan, y vemos a Echenique arremeter en Twitter contra la prensa y las conjuras como un Felipe González en triciclo.

Contenido Exclusivo para suscriptores

Para poder acceder a este y otros contenidos debes ser suscriptor.

¿Ya estás suscrito? Identifícate aquí