Se han unido dos aventureros de nariz nevada, Fernando Simón y Jesús Calleja. Se han hecho una cesta engarzando sus rizos salvajes, ya como de mimbre, y se han ido por ahí en globo, con los brazos en jarra, en una aventura más de Cantinflas que otra cosa. A Simón, que sólo sufre tormentas de arena en el pelo y ataques feroces del ratón de la canción de Susanita, le parece sin duda poca aventura su trabajo. A mí también. Al fin y al cabo, él se limita a leernos unos números como del cupón y a decirnos que esto va bien o mal, cosa que ya sabemos nosotros, igual que con el cupón. Sólo canta números y por eso sale vestido de señor del bingo, de peñista de quinielas o de vendedor de puesto de cocos de verbena. Es normal querer sentirse algo intrépido después de verse todo el tiempo entre recadero y feriante con irrigador.

Simón no es un científico que viva con la excitación y el entusiasmo de que le vaya a explotar un milagro, una idea, una fórmula que nos salve. Si acaso, le puede explotar un estornudo o un moco, que es la sorpresa, la risa, la emoción de su día, como cuando Fofito cantaba que le picaba la nariz. Simón tiene un trabajo aburridísimo, como de subastero o reponedor de muertos (ya los verá como cocos de su puesto de cocos). Es normal que le fascine y le alegre una simple moquita, como al colegial. Con más razón, vestirse de motero como de Iron Man, hacer surf imaginando tiburones de espuma, o grabar un programa en globo pensando que es Pepepótamo o Willy Fog.

Sánchez no hace nada, por qué vamos a exigirle presencia, sudores y decoro de emergencia nacional al que le limpia las estadísticas como el orinal

Es curioso, porque la última vez que vi a Calleja también iba como en una barquilla de globo, o sea en una nana de aire, asomado a las maravillas de la divinidad creadora y algo colocado de fumarse a pecho la troposfera. Fue en la presentación del libro de Sánchez, Manual de resistencia. Allí estaba Calleja con Mercedes Milá, como si uno fuera a explicar cómo despellejar un oso y la otra cómo hacer edredoning con la piel. En medio, Sánchez parecía ese cruce perfecto entre el aventurero y el seductor, pura suite de James Bond. Eso debe de ser el sanchismo, que igual nos defiende a carambanazos del oso o del virus que nos sube a su grupa para llevarnos al huerto. Allí estaba Calleja, tratando al presidente como a otro duro trampero de carne seca y dedos congelados. Sánchez necesita montar cosas así, poner a su lado a un aventurero de las estepas y del caldo de serpiente para sentirse héroe, o coreografiar aplausos de banderillero en su grupo para sentirse torero. Pero Simón no necesita estos trucos.

Se han unido dos aventureros de Coronel Tapiocca o se han unido dos aburridos, como se unen a veces los casados aburridos. Los aventureros son gente aburrida de sí misma y que tiene que darse constantemente sustos con su sombra para aguantarse. Yo entiendo a Simón, que está ahí aburrido y repetido, como apilando encurtidos de muerto, y sin poder hacer nada, menos desde que Sánchez decidió que él ya había derrotado al virus una vez y para la próxima les tocaba a las autonomías o a los de Oxford. No va a estar el presidente todo el tiempo embromado con este virus, estando el franquismo infeccioso en las estatuas, como el tétanos, o la corrupción de la era Aznar ahí amenazándonos aún como un chiste de Bigote Arrocet.

Entiendo, en fin, que Simón necesite emoción, un escape, una aventura de safari o al menos de piña colada, como la canción. Los médicos, los municipales, los cajeros de supermercado, cualquier currito en el metro, ellos tienen más emoción, más riesgo y más aventura. Quiero decir que Simón tampoco es que sea Cocodrilo Dundee. Simón va en moto al ministerio, no es que se haga la Ruta 66 con los Ángeles del Infierno persiguiéndolo. Y el surf no es una cosa de cazatiburones, sino de pijos con ricitos de oro. Hasta subir en globo es un poco como si te subieran a esos cielos de paz y azúcar de los vuelos de Mary Poppins. Simón tiene aventuras de hortera o de jubilado, y cualquier currito las tiene más reales, entre el virus, el Sepe y la ruina. Cualquier currito tiene más aventura y hasta más responsabilidad. Simón sólo da el tiempo del virus, no sé por qué no va a poder grabar un programa en globo con Calleja o en la cocina con Arguiñano, o irse a Pasapalabra. O desaparecer. El mismo Sánchez no hace nada, por qué vamos a exigirle presencia, sudores y decoro de emergencia nacional al que le limpia las estadísticas como el orinal.

Yo me di cuenta de que el problema del virus era ya de otros cuando Simón se cortó su pelo de alambre de trinchera. Ése fue el signo de la rendición definitiva, más que el bronceado de recolector de cocos de Sánchez. Mejor que Simón ande en globo o en trineo de perros, y no haciéndoles creer a los ingenuos y a los fans, que son como fans de Colombo o de Betty la Fea, que el pobre puede verdaderamente hacer algo por nosotros.

Se han unido dos aventureros de nariz nevada, Fernando Simón y Jesús Calleja. Se han hecho una cesta engarzando sus rizos salvajes, ya como de mimbre, y se han ido por ahí en globo, con los brazos en jarra, en una aventura más de Cantinflas que otra cosa. A Simón, que sólo sufre tormentas de arena en el pelo y ataques feroces del ratón de la canción de Susanita, le parece sin duda poca aventura su trabajo. A mí también. Al fin y al cabo, él se limita a leernos unos números como del cupón y a decirnos que esto va bien o mal, cosa que ya sabemos nosotros, igual que con el cupón. Sólo canta números y por eso sale vestido de señor del bingo, de peñista de quinielas o de vendedor de puesto de cocos de verbena. Es normal querer sentirse algo intrépido después de verse todo el tiempo entre recadero y feriante con irrigador.

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