Pedro Sánchez no es un dictador. No se equivoquen, señores de Vox. Tampoco pretende cambiar el sistema "por la puerta de atrás". No se equivoquen, señores del PP.

El presidente no quiere ser Fidel Castro, ni mucho menos convertir a España en una república bananera. No. Lo que ha hecho Sánchez, con audacia y escasez de principios, ha sido transformar un régimen parlamentario en otro presidencialista aprovechándose de la debilidad de todos los que le rodean.

Nunca, desde la muerte de Franco, ha habido en España un gobierno con una mayoría tan débil y, al mismo tiempo, un presidente que haya manejado el poder con tanto desparpajo.

La última y polémica decisión de decretar el estado de alarma en Madrid la adoptó él desde Argelia tras conocerse el auto del Tribunal Superior de Justicia de Madrid (TSJM) que echaba por tierra la orden del Ministerio de Sanidad de cerrar la capital y otras nueves ciudades de la Comunidad de más de 100.000 habitantes. La mayoría del Gobierno se enteró en la noche del jueves, al mismo tiempo que la inmensa mayoría de los españoles, de que al día siguiente estaba convocado un Consejo de Ministros extraordinario para aplicar el estado de alarma y así imponer el cierre de Madrid, pero por otros medios.

En el ajo sólo estaba el núcleo duro de Moncloa, con Iván Redondo al frente, y la vicepresidenta Carmen Calvo. Sánchez tuvo el detalle de comunicárselo por teléfono a Pablo Iglesias.

El presidente cree que puede hacer lo que quiera y cuando decide algo no se encomienda a nadie. Salvo, eso sí, a su equipo de cabecera, en el que el criterio de la imagen priva sobre cualquier otro.

Sánchez estuvo especialmente tenso la semana pasada. Primero fue el juez Manuel García Castellón quien le chafó el acto de presentación de su plan para "modernizar España" a cuenta de los 140.000 millones que llegarán de Europa como un premio a no se sabe qué. Pero los telediarios de ese día abrieron con la imagen del líder de Podemos amenazado con la posibilidad de tener que rendir cuentas ante el Tribunal Supremo.

Un día después fue el TSJM el que dejó en mal lugar a su gobierno al advertir en su escrito que hay cosas, como la limitación de derechos fundamentales, que no se pueden hacer así como así. Otro disgusto que le sorprendió en la capital argelina donde había acudido se supone que para cerrar un acuerdo importante sobre el suministro de gas. Pero si le preguntásemos a la gente, la mayoría diría que fue allí para decretar el estado de alarma en Madrid, ya que eso es lo que ha quedado de su viaje relámpago.

El abuso de poder siempre provoca rechazo. Eso es lo que se ha producido en Madrid tras la decisión personal de Sánchez de decretar el estado de alarma

Sánchez podía haber esperado, al menos unos días, para ver cómo evolucionaba el virus, como le pidió Isabel Díaz Ayuso, pero estaba demasiado enfadado como para atender a razones. Había que dar una lección al PP y, de paso, a los jueces, con los que tampoco encaja bien su concepto del ejercicio del poder.

El presidente, en una reacción propia de macho alfa, considera a Ayuso como una pieza fácil de abatir, una niña respondona a la que hay que poner en su lugar, manejada por un asesor retorcido y tabernario. Pues así se hizo, por su voluntad, en un Consejo en el que él no estuvo presente, ya que a esa hora se encontraba en Barcelona, acompañando al Rey Felipe VI un poco para demostrarle que él no le tenía rencor por haber telefoneado al presidente del Tribunal Supremo y decirle que a él le hubiera gustado estar en la entrega de despachos a los jueces, a cuyo acto le fue vetado asistir para, según el ministro de Justicia, preservar la convivencia.

Algunos ministros, los menos, todo hay que decirlo, se muestran preocupados ante esa deriva presidencialista que puede llevar a este Gobierno a estrellarse contra los tribunales o contra las urnas.

El decreto del estado de alarma incorpora un pequeño problema: sólo dura quince días. Es decir, que, para su prórroga el Gobierno necesita de la mayoría absoluta de los votos en el Congreso, cosa que ahora no puede garantizar. Así que, si Sánchez no quiere sufrir otra humillación en la Cámara, los datos deben justificar el levantamiento del estado de alarma. No tengo dudas de que así será. Ya conocemos la habilidad del subcomandante Simón en el manejo de las cifras.

Sánchez ha sido un maestro de la navegación en aguas turbulentas. Puede hacer lo que deseé en el PSOE porque ahora mismo es un partido sin pulso que sólo se guía por la brújula del poder, que emana del Palacio de la Moncloa. Su mayoría parlamentaria se basa en un pacto con Unidas Podemos que le apoya por interés de sus dirigentes, sobre todo de Iglesias y Montero. Las pequeñas broncas domésticas que mantiene Sánchez con su vicepresidente segundo son como la sal y la pimienta de una coalición que sólo se sustenta por el fin común de mantenerse en el poder. Y el resto de partidos de la llamada "mayoría de investidura" no comparten absolutamente nada de lo que pudiéramos llamar un proyecto de país. ERC quiere liberar a los presos del procés y la promesa de un referéndum de autodeterminación; los partidos más pequeños poder seguir saliendo en televisión; el PNV seguir cobrando caro su apoyo, y Bildu, los presos y la independencia. En medio de esa amalgama de intereses a veces contradictorios, Sánchez reina como el único que puede dar y otorgar.

Pero todo tiene un límite.

Sánchez se ha equivocado con Madrid. Porque Madrid no es sólo Ayuso, ni el PP. Es mucho más que eso.

La encuesta que ayer publicaba La Razón reflejaba una subida muy importante para el PP, que no denota tanto un premio a la gestión de la presidenta, como sí un rechazo a lo que se considera un castigo, una injerencia de Sánchez que nunca se hubiera producido con otra comunidad autónoma.

Al buscar un encontronazo frontal con Ayuso el presidente del Gobierno ha agrandado la figura de la presidenta de la Comunidad de Madrid. La ha convertido, de la noche a la mañana, en una lideresa de peso. Aunque a algunos de los barones del PP no les parezca que tiene la talla necesaria, ahora todos la apoyarán, entre otras cosas porque el líder del PP sabe lo que se juega si pierde esta partida.

Casado -como cuenta hoy en El Independiente Ana Belén Ramos- respaldará a la presidenta de la Comunidad contra viento y marea. Más que la gestión de una pandemia que ya ha causado decenas de miles de muertes y que amenaza con llevar a la ruina a cientos de miles de madrileños, ha sido el abuso de poder de Sánchez, su soberbia, lo que ha convertido a Ayuso en la punta de lanza de la oposición contra el Gobierno. Un aspecto curioso de la encuesta de La Razón a la que antes me refería es que Vox no sólo no sube, sino que baja un escaño. Seguramente, muchos de los que fueron ayer en coche a la Castellana enarbolando banderas españolas ya saben a quién votar.

Pedro Sánchez no es un dictador. No se equivoquen, señores de Vox. Tampoco pretende cambiar el sistema "por la puerta de atrás". No se equivoquen, señores del PP.

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