Cogobernanza ¡Qué bonita palabra! Fue la consigna de Moncloa para hacer frente a la segunda ola del coronavirus. El Gobierno daba un paso atrás para que las autonomías asumieran sus responsabilidades en la gestión de la pandemia.

Pero no se dejen engañar. Este gobierno es maestro en compartir catástrofes y apropiarse de las buenas noticias... Y del reparto del dinero, naturalmente.

Algunos presidentes autonómicos, ingenuos, habían pedido al presidente formar parte del órgano que habrá de repartir el maná europeo, esos 140.000 millones que parecen ser la base para que el presupuesto no colapse y para garantizar que la recuperación económica se producirá de forma sólida y rápida. Ilusos.

Ayer conocimos el borrador del Real Decreto por el que se aprueban medidas urgentes para la modernización de la Administración Pública y para la ejecución del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia -¡qué nombre tan largo y encima rematado con esa horrible palabra!-. Para que nos entendamos: el decreto del reparto de los fondos europeos.

Por lo que conocemos del texto, ya podemos afirmar que, en el reparto del dinero, sí habrá mando único. El presidente quiere ser él personalmente el que otorgue unos fondos para los que auguran colas más largas que las del hambre. En principio, Moncloa había diseñado la creación de una comisión interministerial en la que no estaba prevista la incorporación del vicepresidente segundo. Sánchez quería patrimonializar el reparto. Pero, nada más filtrarse la noticia, Pablo Iglesias montó en cólera y, tras la pertinente llamada telefónica, logró que el presidente le incluyera, convirtiendo a la postre al propio Consejo de Ministros en el comité qué decidirá el reparto de la pasta.

Se relajan los controles, se permiten subvenciones sin concurso y se deja el chequeo de los programas financiados con dinero público en manos del asesor económico del presidente

Como mínimo, esto suena poco profesional. Se dirá que habrá comités técnicos que estudien las propuestas, pero, no se confundan, la decisión en última instancia será política. Ante dos proyectos de parecida solvencia, lógicamente la presidencia bicéfala decidirá inclinarse hacia los amigos, que no dudarán devolver el favor cuando corresponda.

En un país en el que tenemos sobrada experiencia en la utilización de fondos públicos con fines políticos, resulta que ahora, en lugar de extremar los controles, se relajan, atendiendo a la eliminación de la burocracia y a evitar los farragosos cuellos de botella que podrían impedir o dificultar que el dinero circule a la velocidad requerida. Se establece, por ejemplo, la posibilidad de conceder subvenciones sin concurso público (artículo 66.1) y, en lugar de dejar en manos de Calviño -la ministra de Economía- el seguimiento de la ejecución de los programas que hayan recibido financiación pública, esta labor de chequeo se le encomienda ¡al asesor económico del presidente, Manuel de la Rocha!

Recuerden que las famosas "transferencias de financiación", mecanismo creado supuestamente para agilizar trámites y salvar empresas y puestos de trabajo, fueron la trampilla que utilizó la Junta de Andalucía para eludir los controles de la intervención en la concesión de los ERE. Un fraude como la copa de un pino.

Llega el momento de los grandes despachos, de los asesores y de los listillos con buenos contactos en el Gobierno. Hoy contamos en este periódico que el ex ministro de Fomento, José Blanco, va a centrar los esfuerzos de su recién creada empresa en canalizar proyectos para conseguir financiación del Plan de Recuperación europeo. Sin comentarios.

Llámenme malpensado, pero a mí la falta de controles y la decisión de dejar en manos del Consejo de Ministros -donde sólo mandan dos, Sánchez e Iglesias- la decisión sobre el destino de 140.000 millones me pone un poco nervioso.

Cogobernanza ¡Qué bonita palabra! Fue la consigna de Moncloa para hacer frente a la segunda ola del coronavirus. El Gobierno daba un paso atrás para que las autonomías asumieran sus responsabilidades en la gestión de la pandemia.

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