Por alusiones. Mi compañero en este querido medio Luis Miguel Fuentes me lanzó el pasado viernes en su artículo una pregunta abierta sobre estilos musicales a cuento del pretendido rap de campaña electoral de mi ex vecina la Colau. Y no andaba cargada de veneno la comparación. Para ser exactos, era:

"En la campaña catalana sólo falta Rosalía, pero la diva del flamenco glam y del trap lorquiano (esas categorías se me acaban de ocurrir, ya me dirá Juanma Ortega si son aplicables)...".

Estimado amigo: muy acertado encontrar palabras que combinan tan espectacularmente como flamenco y glam o trap y Lorca. Pero en el caso de este abrupto y repentino orgullo patrio, símbolo de una Cataluña que también tiene su cinturón del acero, del que salieron ya Estopa entre otros, no creo que haya manera de encasillar a la chica fenómeno de uñas largas que ya no canta tanto flamenco como antes. Ahora es más internacional. Pero si hay que irse a Lorca, nos vamos. De hecho podría ser poesía, pero sigo en prosa, con permiso.

No me iré demasiado del tema, pero permítaseme una pequeña vuelta ilustrativa al estilo "ronda del litoral" barcelonés. Me fui de mi tierra y aterricé por mandato radiofónico en Madrid en 1990. Dejaba atrás enormes grúas, casi todas de cierto ex presidente del Barça y su inmobiliaria. Estaban construyendo la Barcelona del 92. Dejé una ciudad ilusionada con una enorme proyección internacional, orgullosa de su propio mestizaje al ritmo de Los Manolos cantando havaneres. Como en las casas de bien catalanas siempre se ha dicho ante un reto público, el lema común era "s’ha de quedar bé". Y lo conseguimos.

Me perdí como se perdía mi ciudad entre tanto turista también perdido en medio de una saturada modernidad. A cada vuelta, la reconocía menos. Ahora nada. Es como ese compañero de colegio que cuando tardas años en volver a ver, te cuesta ubicar. De hecho, quedan muy pocos a los que sigo reconociendo si viven en el epicentro político de los últimos 5 años. Navidad tras Navidad he visto echarse a perder familias, amistades, o incluso parejas. Y créame el lector que no entro en ningún debate, ni considero menos importante las opiniones de unos u otros. Estoy expresando pura y simplemente mi sensación de orfandad de lo que fue mi casa, ahora además esquilmada por la pandemia. Alguien habrá que encontrará en este lamento motivos para incendiar las redes, o a mí si me pilla por banda. Ya no me sorprende nada.

Así que es normal que me alegre, volviendo a la música, de lo de Rosalía. Mucho. Porque es muestra viva de unión cultural con éxito. Quién la ha escuchado cantar flamenco sabe de lo que hablo. Una muchacha que esperábamos ver triunfando ante el planeta entero en la noche de la Super Bowl, pero en ese momento y desde su casa se tuvo que limitar a poner a Camarón en el bluetooth del vecino, con quien conectó por error (véanse tuits). Ese es el bonito contraste de la niña. Sabe ser y no estar.

Siete años tenía cuando su papá, un home asturianu con buen ojo, le animó a dar su primer recital en plena comida familiar, que es donde los chiquillos allí tradicionalmente se lucen. Yo no pasé de la flauta dulce, pero aquí la número uno dejó a todos llorando mientras cantaba copla, seguramente.

Nada es casual. Preparación y esfuerzo para ser una estrella internacional no le faltaron a la chica que nació cerca de la fábrica de los Chupa Chups en un 1993 que todavía celebraba en el entonces moderno Port Olímpic que venían turistas a espuertas, crucero tras crucero. ¡Qué tiempos! Pues ella también viajó mucho, cosa que dicen que cura la incultura y el radicalismo. Luego llegaron los Grammy y el éxito lógico de quién se prepara y puede aportar al mundo enormes lecciones de tolerancia y respeto por todas las culturas que le vibran dentro. Sin barreras.

Añadamos a nuestra lista un precioso experimento audaz que se considera su primer éxito. Comienza con palmas, y se vacía constantemente, para dejar paso a una voz del Llobregat que en algún quiebro parece salir de la garganta del mismísimo Antonio Molina, y olé. Aunque, claro, en versión aterciopelada.

Perdón, olvidé comentar el rap de la Colau, que es por lo que venía todo esto. Pero estoy seguro de que el lector me perdonará que no dedique más que esta breve disculpa al tema.