Sánchez se apareció entre resurrecto y pasado por la pelu (sus canas van y vienen del color abuela al color mueble bar de abuela) para declarar que ha vencido al virus, otra vez. Sánchez ha hecho de la pandemia un acontecimiento circular, pascual, casi astronómico, entre el solsticio, la estrella de Belén, las mareas de Santiago y las lunas sangrientas. El virus se vence al menos un par de veces al año y se le hacen hogueras de sillas viejas en las plazas y de titulares pasados en la Moncloa. Sánchez suele vencer al virus antes de las vacaciones o antes de unas elecciones, momentos en los que el sumo sacerdote con casulla skinny proclama “la derrota”, “el control”, “el principio del fin” y cosas así, con mímica de limpiador de auras o de casas encantadas. La derrota del virus siempre es épica pero momentánea, como cuando se lucha contra el Diablo. La lucha, por supuesto, no termina nunca, y ahí está el negocio.
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