Pedro Sánchez envía a candidatos sosos o gregorianos, a gente que parece un juez de paz del Oeste, como Illa, o un farero escandinavo, como Gabilondo. La diferencia es que con Illa buscaba un efecto, colocar en la cruzada catalana una especie de mueble de confesionario, reconfortante y acogedor, que absolviera a los equidistantes y a los tibios. Gabilondo, sin embargo, ya estaba allí, como un viejo montañés con su cazo. Sánchez es cierto que brilla más rodeado de ministros cerúleos o candidatos capuchinos, porque le hacen parecer un dios de fresco grecolatino entre escribas, coperos y siervas de Apolo. Pero Gabilondo no fue una elección ni una estrategia, sino el primer triunfo de Ayuso. Ayuso ha sido la única que ha descolocado a Sánchez, y en esto incluyo obligarlo a combatir por la plaza simbólica de toda la política española (eso es Madrid ahora) con un busto complutense o un revisor de la Renfe por candidato.

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