Es verano, y ya se sabe. Hace calor, y se abren las ventanas. Además del presunto fresco, llega ese constante “patum-pa-tum” de este o aquel tema reguetonero de letras nada profundas y melodías simples que algún vecino o coche tuneado tiene a bien regalarnos, como si lo hubiésemos pedido. Otro día nos cebamos con el género.

Hoy salta en el calendario una efeméride perfecta para irnos justo al extremo opuesto. Una de esas voces que rebosa calidad y talento acumulado durante décadas. Todo un símbolo del siglo que dejamos atrás. Nadie puede decir que alguna de las canciones que ha cantado no sea excelente. La “otra” voz de la Historia de la Música, la de Tony Bennett.

Mientras silenciamos en nuestra mente los éxitos de este verano pandémico, imaginemos a un chaval en plena depresión norteamericana de los primeros años 30 quedándose boquiabierto observando cómo su tío Dick era capaz de bailar claqué en un espectáculo de vodevil. El muchacho incluso pudo cantar con apenas 10 años en la inauguración de uno de los puentes que unen la isla de Manhattan al continente: el Triborough. Era 1936.

Su padre, el señor Benedetto, murió siendo nuestro cantante un chiquillo. Dejó pues Anthony Dominick los estudios, recibiendo de su madre todos los días 20 centavos para poder ir en bus desde Queens hasta el centro del Universo conocido, a buscarse la vida. Y tenía que devolver 10. Se quedaba el muchacho mirando las luces de la gran ciudad desde la otra orilla, en la típica estampa de película con puente y skyline de fondo, preguntándose cuándo le llegaría la oportunidad. Lo que jamás imaginaría ese pequeño gran cantante es que sería otro de los iconos del siglo XX norteamericano el que le daría la oportunidad, tras verle actuar: Bob Hope.

Como ocurre con los buenos, solamente hizo falta que le conociese el mundo para que triunfara. Y es que siempre ha gozado el público con él de una voz única, rasgada en su punto exacto, llena de matices, con una proyección perfecta, casi insolente. Mantener la nota en la sílaba exacta es cuestión de oficio para este chico que ya roza los 90 años.

Alguien podría preguntarse qué pinta “la otra voz” habiendo un Sinatra. Pues a pesar de haberse querido distanciar, al principio de su carrera, de lo que el gran Franky “ojos azules” hacía, es innegable la lógica comparación. Bennett tuvo espacio en su corazón para él, participó en homenajes a su figura, y hasta colaboró activamente con su legado. Y si hablamos de “pintar algo”, no está de más recordar que Tony tiene obras pictóricas en galerías de todo el mundo, desde el Smithsonian American Art Museum de Washington, hasta el National Arts Club en Nueva York, por citar un par.

Venir desde tan abajo y verse en los 60 y 70 tan arriba, hizo que la voz de este crooner se apagara durante décadas, bajo los efectos de la cocaína. Fueron entonces sus dos hijos los que intentaron tener su propia carrera artística, con el lógico fracaso de quienes no han heredado unas enormes e incomparables cualidades vocales. Pronto se dieron cuenta de que el único y principal valor comercial de la familia estaba en el chico de Queens, su padre. Ambos le sacaron del agujero de las drogas, y del embargo de su mansión en Los Ángeles. Su resurgir hay que decir que ha sido perfecto, hasta con dueto con una Lady Gaga de pelo azul y whisky en la mano.

Vamos a añadir a nuestra lista esta enorme e indiscutible combinación de tradición y modernidad. La mejor vacuna contra el reguetón reinante.

Ese chico que aspiraba a triunfar en el Gran Manhattan y que vio desde la trinchera la Segunda Guerra Mundial, ahora tiene Alzhéimer. Se irá poco a poco, sin ser consciente de que su voz ha dejado un rastro de amor y buena música enorme, y muy probablemente eterno.