Todos recordamos dónde estábamos y qué estábamos haciendo el 11 de septiembre de 2001 más o menos sobre las dos de la tarde. Las imágenes de las torres gemelas en llamas, el terror dibujado en los rostros de los neoyorkinos que huían despavoridos de la que luego se llamó Zona Cero, y la incertidumbre de lo que sucedería a continuación han quedado en la memoria de millones de personas. El siglo XXI alumbraba una nueva era en la que la seguridad y la lucha contra el terrorismo pasaron al primer plano de las prioridades de los gobiernos de Estados Unidos y de sus aliados de Occidente.

Por entonces, el líder Al Qaeda (grupo islamista que había perpetrado la masacre), Osama bin Laden, vivía en Afganistán, país gobernado por un grupo integrista conocido como los talibanes desde 1996. George Bush, presidente de Estados Unidos cuando se produjo el atentado, lanzó una ofensiva contra el régimen de Kabul, embarcando en ella a los miembros de la OTAN. Un año después, los talibanes fueron expulsados del poder, pero Bin Laden logró escapar a la zona montañosa de Tora Bora (noroeste de Pakistán).

Cuando Barak Obama ganó las elecciones en 2008 (había tropas desplegadas no sólo en Afganistán, sino también en Irak), dio prioridad a la caza de Bin Laden. El presidente norteamericano, escéptico respecto a los efectos de las operaciones militares masivas, sin embargo creía que la eliminación del líder de Al Qaeda produciría un efecto letal sobre el terrorismo islamista. Muerto el perro, se acabó la rabia.

Unos meses antes del décimo aniversario del 11-S (exactamente el 2 de mayo de 2011), Bin Laden fue abatido en su refugio de Abbotttabad, a escasos 50 kilómetros de Islamabad (Pakistán), en una operación conocida como Lanza de Neptuno, dirigida por el jefe del Mando Conjunto de Operaciones Especiales Bill McRaven, un militar al que Obama dedicó grandes elogios en su libro Una tierra prometida, donde cuenta los pormenores del ataque de los SEAL. McRaven se hizo muy popular, no sólo por el éxito de la operación, sino también porque en sus discursos habló del valor de las pequeñas cosas, como hacerse la cama a diario, para lograr grandes objetivos. Estoy de acuerdo con él.

Desde la muerte de Bin Laden (cuyo cadáver si hizo desaparecer en el mar) en Occidente se produjo la sensación de que, efectivamente, Al Qaeda había perdido su fuerza y su capacidad para atentar. Es más, a partir de 2013, cuando el hombre que sustituyó a Bin Laden al frente de Al Qaeda, Aiman al Zawahiri, decidió expulsar a la rama iraquí de la organización, que luego dio origen al Estado Islámico (ISIS), la percepción era que estos islamistas, aún más radicales si cabe, que llegaron a constituir un califato en una amplia zona que ocupaba parte de Irak y de Siria, habían dado la puntilla al grupo que atentó contra las torres gemelas y el Pentágono.

Sin embargo, no ha sido así. Según Fernando Reinares, el mayor experto en terrorismo islamista que hay en España, y uno de los mejores analistas a nivel internacional, "Al Qaeda ahora es más fuerte que hace 20 años".

La muerte de Bin Laden no acabó con Al Qaeda. Sus tentáculos ahora se expanden por África y Asia y cuenta con más de 20.000 militantes dispuestos a morir. La próxima ofensiva se desarrollará en suelo europeo

En efecto, Al Qaeda no es ya una organización unitaria, como lo era en 2001, pero su descentralización la ha hecho más resistente y le ha permitido crecer en amplias zonas de África y Asia. Todavía mantiene un mando central, compuesto por unos centenares de militantes, al mando de Al Zawahiri, que tiene su centro de operaciones en el noreste de Pakistán y el norte de Afganistán.

Al Qaeda ha sido parte activa en la victoria militar de los talibanes que les volvió a llevar al poder en Afganistán hace unas semanas, tras la humillante retirada de Kabul de las tropas de Estados Unidos. Pero, además de ese mando central, tiene seis ramas que operan en otras tantas zonas, que van desde Mali a Somalia, y que han ampliado su influencia en países como Siria, Yemen y Bangladés.

En total, estamos hablando de una milicia bien armada y entrenada compuesta por unos 20.000 hombres.

Durante diez años, Al Qaeda se ha diversificado y ha cometido atentados puntuales en sus zonas de influencia. Pero, a partir de ahora, según el mensaje de su líder en el que se felicitaba por el triunfo en Afganistán, llega una nueva fase en la que el objetivo serán los países occidentales y sus intereses. Los expertos esperan una macabra competencia entre Al Qaeda y el ISIS por la hegemonía del terror, que, tras la victoria talibán en Afganistán, ha dado un salto cualitativo.

¿Cuál será el teatro de operaciones de esta nueva ofensiva a medio y largo plazo? Aquí los expertos también coinciden: Europa Occidental. Primero por proximidad y porque la avalancha de refugiados permite la infiltración de militantes islamistas en los países de la UE. En segundo lugar, y no menos importante, porque mientras que Estados Unidos ha dado un salto de gigante en la mejora de sus servicios técnicos y humanos de lucha contra el terrorismo, en Europa nos hemos quedado atrasados, a pesar de que, por fortuna, a partir de 2001 algunos gobiernos fueron conscientes del peligro y aceptaron la creación de la Euroorden y también dieron más medios a la Europol.

La retirada de Afganistán y la vuelta al poder de los talibanes supone un triunfo de las tesis y la estrategia de Al Qaeda 20 años después del 11-S. Obama dijo en un discurso pronunciado en 2002, antes de presentar su candidatura al Senado de los EEUU: "No me opongo a todas las guerras. A lo que me opongo es a una guerra estúpida".

Europa tiene que plantearse muy en serio si, tras lo ocurrido en Afganistán, su lucha contra el terrorismo tiene que seguir dependiendo de lo que haga Estados Unidos, o bien si tiene que ponerse manos a la obra para definir su propia estrategia. Porque, si hay una guerra que no es estúpida y merece la pena librar, esa es la guerra contra el islamismo radical.