El Gobierno se enfrenta a partir de ahora a un auténtico acoso perpetrado por todas las fuerzas que le han hecho el papel de socios a lo largo de la legislatura pero que ahora se disponen a arrancar del Ejecutivo la mayor cantidad de cesiones posibles bajo la amenaza de votar una enmienda a la totalidad cuando se presente en el Congreso el proyecto de ley de los Presupuestos Generales del Estado.
La guerra abierta entre los dos socios de Gobierno tiene, sin embargo, más calado porque ahí Podemos está batallando por atribuirse la autoría de las leyes de contenido más social y se encuentra con la resistencia numantina de la parte socialista del contrato que no está dispuesta a ceder todo el protagonismo a su socio minoritario. Es una guerra en el mismísimo corazón del Gobierno.
El último episodio que ilustra perfectamente el pulso a muerte del que estamos hablando se produjo ayer y tuvo una deriva chusca pero que puso de relieve el grado de enfrentamiento que se vive en el seno de este Gobierno de coalición.
La ministra de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana, Raquel Sánchez, presentaba ayer tras la reunión del Consejo de Ministros la famosa ley de la Vivienda que lleva más de un año negociándose y que al final, por la feroz presión de Podemos ha tenido que incorporar muchas de las exigencias del partido morado. Desde el ministerio de Derechos Sociales se quiso que su titular, Ione Belarra, estuviera presente en la rueda de prensa. Se le dijo que no porque ya estaba cubierto el cupo máximo de ministros que pueden comparecer en esa rueda de prensa.
Pues bien, media hora antes de que Raquel Sánchez expusiera ante los periodistas el contenido del proyecto de ley, la ministra Belarra colgó un video en el que desgranó la ley, subrayando el papel de su ministerio: ”Una norma en la que hemos trabajado durante muchos meses en el Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030” y sólo al final de su intervención mencionó al Ministerio de Transportes, a quien corresponde la autoría de esta ley pero que ha sido desde el primer momento una de las banderas de Podemos.
Esta anécdota es una de las muchas muestras de la tensión que existe ahora mismo entre los socios del Gobierno y que va agravándose con el paso de los días.
La otra batalla, que está todavía en sus inicios y a la que le quedan dos meses por delante hasta presentar la ley para su debate y aprobación en el Congreso de los Diputados, es la que se ha abierto a cuenta de la reforma laboral entre la ministra de Trabajo y el presidente del Gobierno que no está dispuesto a que una reforma de semejante envergadura y trascendencia sea manejada en exclusiva como la propiedad privada de la vicepresidente Yolanda Díaz sin la intervención o la participación de los distintos ministerios implicados en la reforma.
Hay una parte del Gobierno que no quiere cumplir con lo que habíamos convenido"
Yolanda Díaz
El PSOE se mostraba ayer conciliador y había procurado no tensar más la cuerda con su vicepresidenta, pero ésta se le ha enfrentado conscientemente y ha insistido en que todo estaba ya hablado pero que una parte del Gobierno ha obligado a reabrir el debate sobre los contenidos de la reforma laboral. “Hay una parte del Gobierno que no quiere cumplir con lo que habíamos convenido”, dijo ayer, retadora, en Roma.
Yolanda Díaz está dispuesta a jugar fuerte con esta reforma por bandera -está dispuesta incluso a sacarla adelante con la oposición de la patronal, a la que niega el derecho de veto- porque es el único mástil sólido al que puede agarrarse para conquistar la posición de liderazgo en la izquierda que desea, dado que no tiene detrás un partido fuerte -es miembro del partido Comunista- y sólo cuenta con el apoyo férreo de los sindicatos, especialmente del suyo, Comisiones Obreras, que este fin de semana la aclamaba como “¡presidenta, presidenta!”. Se ha llegado a decir que estaría dispuesta, si la ley no cumple sus expectativas, a renunciar a la cartera y salir del Gobierno. No es verdad.
El pulso que Díaz puede echar al PSOE es en realidad tan frágil como el que le puede echar Podemos porque, independientemente de la sorda desconfianza que los líderes morados sienten sobre las intenciones de ésta de no contar con la formación morada como el “núcleo irradiador” del movimiento de izquierdas que ella se propone poner en pie y dejarlos arrumbados en un papel secundario, ninguno de los dos puede permitirse llevar la crisis hasta el punto de ruptura.
Un fracaso del pacto de coalición llevaría inmediatamente a Podemos a la irrelevancia política
Ese es un lujo que no está a su alcance porque un fracaso del pacto de coalición llevaría inmediatamente a Podemos a la irrelevancia política que le auguran los sondeos y a ella le privaría de la plataforma privilegiada desde la que está ahora mismo intentando sacar rédito a sus iniciativas y a sus proyectos.
A ninguna de las partes del pacto de coalición le conviene en absoluto, por lo tanto, romper la cuerda. Pero Podemos y Yolanda Díaz saben que no pueden salir de ahí trasquilados por la potente mano de su socio mayoritario porque eso les llevaría al fracaso. Por eso se desgañitan para intentar sacar brillo y relevancia a sus políticas.
El Gobierno, por la parte socialista, está ahora mismo como un náufrago en un islote rodeado de caimanes que reclaman su presa para no derribarle. Es el caso de Esquerra Republicana que ya ha explicado lo que exige del Ejecutivo para no tumbarle el proyecto de Presupuestos a la primera, es decir, en las enmiendas a la totalidad.
En esencia, el chantaje consiste en que ERC ha advertido que no apoyará los Presupuestos Generales del Estado si el Gobierno: A/ no blinda un porcentaje mínimo de contenidos en catalán en las plataformas de streaming en la próxima Ley Audiovisual, cosa a la que Netflix se resiste porque no le trae a cuenta. Y B/ si no hace primero un balance del cumplimiento de la inversiones comprometidas en los Presupuestos todavía vigentes. Dentro de dos días, el viernes, estas exigencias deberán haber recibido respuesta. Pero aunque el Gobierno cediera en estos puntos, ERC se reservaría todavía nuevas reclamaciones para cuando se estuviera ya negociando el contenido de la ley.
Para formular esas exigencias los independentistas catalanes cuentan, naturalmente, con el respaldo entusiasta de Podemos, que se comporta efectivamente como si fuera un feroz rival de quien es su socio y gracias a cuyo pacto está en el Gobierno. Y así es como Podemos está apuntado en todas las batallas que puedan exprimir hasta la última gota de la capacidad de cesión del Partido Socialista.
También el PNV está molesto porque no acaba de someter a debate la reforma de la llamada Ley Mordaza, que lleva un año sometida a la tramitación de enmiendas mientras el ministro del Interior Fernando Grande Marlaska la está aplicando en su plenitud y pretende seguir haciéndolo.
Aquí también se apunta Podemos, que ya ha expresado su nula confianza en poder ir de la mano con su socio en la mayoría de las enmiendas a la ley, que son numerosas y sobre aspectos determinantes. Los morados también en este asunto están con las espadas en alto frente a su socio socialista en el Gobierno.
Pedro Sánchez está solo, rodeado por sus insaciables socios... todos saben que el presidente depende de ellos para sobrevivir
Y para colmo, los socios de Gobierno y de legislatura de Pedro Sánchez se han manifestado todos juntos en San Sebastián este fin de semana. Allí estaban los dirigentes de ERC, de Bildu, del PNV, de JxCat y de Podemos, cada uno con sus reclamaciones particulares y una compartida por todos los participantes y que daba sentido a la manifestación: la exigencia al Gobierno central de que ponga fin a la «política penitenciaria de excepción» y acerque definitivamente a cárceles vascas a los reclusos de la organización terrorista.
Este es el panorama que asedia al Gobierno de Pedro Sánchez en las vísperas de presentar su proyecto de ley de los Presupuestos Generales. Este el momento más delicado y más débil de su presidencia porque está solo, rodeado por sus insaciables socios y porque todos saben que el presidente depende de ellos para sobrevivir y están dispuestos cobrarse muy caro su apoyo.
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